La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Los orígenes de la Solemnidad del Sagrado Corazón son semejantes a los de la Solemnidad del Santísimo Sacramento. Ya los Padres de la Iglesia usaban el simbolismo del agua y la sangre que manaron del costado de Cristo, abierto por la lanza de Longinos, para hablar del Bautismo y la Eucaristía. San Agustín y San Juan Crisóstomo escribieron bellísimas páginas sobre el nacimiento de la Iglesia del costado del Salvador, adormecido en la Cruz, y acerca de los Sacramentos que brotaron del Corazón amantísimo del Redentor.

Esta Tradición Patrística se conservó y se desarrolló en la escuela ascética benedictina; ya el Santo Abad de Claraval, San Bernardo (+1153), orientaría la piedad mística de sus monjes hacia un culto tan especial de la humanidad del Salvador. La escuela benedictina comenzará por tributar una especial devoción a las Llagas gloriosas de Cristo, teniendo un mayor interés por la del costado. Para San Bernardo, la abertura de la roca en la cual el Esposo Divino invita a su paloma a que busque allí su refugio, representa el Corazón de Jesús.

Más tarde vendrían grandes revelaciones, como por ejemplo, a Santa Lutgarda (+1246), a Santa Gertrudis (+1302) y a Santa Matilde(+1299) y a Santa Matilde de Magdeburgo (+1282), estas últimas eran Monjas de la Comunidad de Hefta, o a Santa Margarita María de Alacoque, Monja del Monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial, a la que hay que unir el nombre de su director espiritual, San Claudio de la Colombière, de la Compañía de Jesús.

Los Dominicos y los Frailes Menores dilataron también la devoción al Sagrado Corazón, capitaneados por San Buenaventura (+1274), y también el Beato Enrique Susón, Santa Catalina y San Bernardino de Siena. Otros grandes impulsos tendrán lugar en la segunda mitad del siglo XV con la devotio moderna, en el siglo XVI con los Jesuitas y en el siglo XVII con los Oratorianos; en 1672 San Juan Eudes (+1680) fundó la Congregación de Jesús y de María, y ellos serían los primeros en celebrar, con el permiso del obispo de Rennes, una festividad en honor del Sagrado Corazón.

El Papa Clemente
XIII en 1765 aprobaría un oficio en honor del Sagrado Corazón de Jesús, que concedió a algunas diócesis, a los obispos polacos y a la archicofradía romana del Sagrado Corazón; pero en 1856 el Papa Pío IX la hizo obligatoria para toda la Iglesia universal fijándola el tercer Viernes después de Pentecostés, hemos de saber que en el ánimo de este Pontífice había influido poderosamente el gran Abad Dom Próspero Gueranger; el Papa León XIII el 28 de Junio de 1889 la elevaría al grado de Solemnidad, a la vez que prescribió el 25 de Mayo de 1899, por medio de la Encíclica Annum Sacrum, que todo el orbe católico fuese consagrado a este Corazón Sacratísimo. Pío XI, por medio de la Encíclica Miserentissimus Redemptor, la incrementaría, le añadiría una Octava, quedando así igual que cualquier otra Solemnidades del Señor y ordenaría que se recitase en todas las Iglesias el Acto de Reparación al Sagrado Corazón.

El «Directorio sobre la piedad popular y la liturgia» nos ofrece una válida síntesis doctrinal sobre el Corazón de Cristo: “El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia celebra la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la celebración litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen por objeto el Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón del Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas y amadas de la piedad eclesial. Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos” (DPPL, 166)

En el MR 1970 encontramos que se puede elegir entre dos colectas y que la oración postcomunión ha sido reelaborada. En la eucología se habla de reparación y expiación de los pecados; la nueva colecta indica como objeto de la celebración las grandes obras del amor del Hijo de Dios por nosotros. Pero el texto más denso es el nuevo prefacio, que se distingue por tener una gran inspiración bíblico-patrística, en él es proclamado el misterio de la salvación desde el punto de vista cristológico, eclesiológico y sacramental: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro. El cual, con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, en el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia; para que así, acercándose al corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”.

Las lecturas bíblicas elegidas para esta Solemnidad garantizan los aspectos más auténticos de la celebración y de la devoción al Corazón de Cristo:

Año A: Dt 7, 6-11 (un pueblo elegido y amado); 1Jn 4, 7-16 (la misericordia infinita de Dios) y Mt 11, 25-30 (Jesús, manso y humilde de corazón).
Año B: Os 11, 1.3-4.8c-9 (el amor esponsal de Dios hacia Israel); Ef 3, 8-12.14-19 (la sabiduría del amor de Cristo) y Jn 19, 31-37 (el Corazón traspasado: sangre y agua).
Año C: Es 34, 11-16 (el Mesías, pastor de Israel); Rom 5, 5b-11 (el amor de Dios derramado en nuestros corazones) y Lc 15, 3-7 (la parábola del Buen Pastor y de la oveja perdida).

Las formas de devoción al Sagrado Corazón son numerosas, incluso algunas están aprobadas y recomendadas por la Sede Apostólica, como la Consagración al Corazón de Jesús, el Acto de Reparación y las Letanías del Corazón de Jesús.

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De tu costado vital brota una fuente como la que brotaba del Edén; y esa fuente es tu Iglesia, oh Cristo, que es como un jardín espiritual. Partiendo de allí, como de un trono único, se divide en los cuatro Evangelios, riega el orbe, alegra la creación, enseña fielmente a los pueblos a venerar tu Reino” (Liturgia Bizantina)


Salvador Aguilera López