Alégrate ángel terrestre y hombre celeste
El 20 de Julio las liturgias cristianas de oriente y occidente celebran la fiesta del profeta Elías. La Liturgia Bizantina – que tiene un oficio completo y un canon propio atribuido a José el Himnógrafo (siglo IX)- lo presenta como el gran intercesor por el pueblo, hombre lleno de celo por el Señor. Muchos troparios unen a Elías con su discípulo Eliseo: “Dos astros luminosos han surgido en la tierra, Elías y Eliseo. Uno, con su palabra, ha contenido las gotas de lluvia del cielo, ha acusado a los reyes y, sobre un carro de fuego, asciende a los cielos. El otro ha sanado las aguas que eran estériles, y habiendo recibido doble gracia, ha entrelazado las aguas del Jordán. Alégrate, ángel terestre y hombre celeste, Elías glorioso. Alégrate, tú que has recibido de Dios doble gracia, Eliseo venerabilísimo”.
Además, la celebración de los dos profetas es imagen de la concordia entre el Antiguo y Nuevo Testamento se manifiesta en el Jordán, lugar de salvación y purificación en la primera alianza y lugar de salvación y bautismo en la segunda: “Oh tú que has subido en un carro que corría hacia el cielo, estrella de oriente sin ocaso, extiende, junto al admirable Eliseo, las aguas del Jordán y haz claro al anuncio de la piedad, ya que visiblemente vosotros renováis con esta doble imagen la gloria concorde de la antigua y de la nueva alianza, redoblando la bendición para cuantos celebran con fe la solemnísima memoria”. Los textos litúrgicos destacan el contraste entre la visión de Dios que Elías tiene en la brisa ligera y el carro de fuego con el cual es asunto al cielo: “No en el terremoto, sino en un aura ligera has comtemplado, oh Elías por Dios hecho dichosos, la divina presencia que un día te ha iluminado; transportado por un carro a cuatro caballos, has atravesado extraordinariamente el cielo, observado con estupor, oh divino inspirado”.
En diversos troparios Elías, subiendo al cielo, se convierte en precursor del retorno final del Señor: “Aquél que antes de ser concebido fue santificado, el ángel en carne, el intelecto ígneo, el hombre celeste, el divino precursor del segundo advenimiento de Cristo, el glorioso Elías, fundamento de los profetas, ha convocado místicamente a los amigos de la fiesta para celebrar solemnemente su divina memoria. El ángel en carne, el fundamento de los profetas, el segundo precursor del adviento de Cristo, el glorioso Elías, enviada de lo alto la gracia a Eliseo, aleja las enfermedades y purifica a los leprosos: también para cuantos lo honran haz que manen las curaciones”. Las tres largas lecturas de Vísperas recorren casi todo el ciclo de Elías (1 Re 17-19): su soledad, la bendición de la viuda, la lucha con Acab y los falsos profetas, la sequía con la sucesiva lluvia y la bendición divina, el discipulado de Elías, hasta la ascensión al cielo.
El oficio matutino y la Divina Liturgia tienen prevista la misma perícopa evangélica (Lc 4, 22-30): Jesús rechazado por los suyos como profeta, que evoca la figura de Elías también rechazado. En el canon del matutino, uno de los troparios subraya el papel de dos mujeres en la vida de Elías: Jezabel y la viuda: la primera lo persigue hasta convertirlo en ligero, la segunda atrae la misericordia: “Dios inclina tu celo ardiente y te envía a una viuda para ser nutrido, tú que fuiste tenido como un fugitivo, oh Elías, por la amenaza de una mujer, oh hombre admirable: te ruego también que nutras con divinos carismas mi hambrienta alma”.
Algunos textos destacan el celo que Elías muestra a la hora de combatir la impiedad en la casa de Israel: “Has contenido nubes cargadas de lluvia, lleno de celo por la fe. Mostrándote sacerdote, has inmolado con tus manos inocentes, oh felicísimo, los sacerdotes de los paganos que obraban lo que es indigno”. Otros troparios con imágenes evangélicas ponen en contraste el celo de Elías con la misericordia de Dios que espera siempre la conversión de los hombres: “Viendo el profeta Elías la gran iniquidad de los hombres y el gran amor de Dios por ellos, turbado y lleno de indignación dirigió palabras despiadadas al piadoso, gritando: Por tanto, desata tu ira contra los rebeldes, oh justísimo juez. Pero no rehuyas por nada el sacudir las entrañas piadosas del Bueno,así como el inducirlo a castigar a cuantos se habían vuelto contra él: espera siempre la conversión de todos, tú el único amigo de los hombres”.
Otros textos subrayan cómo la visión de Dios en Elías, y en todos los cristianos, va legada también a una purificación, a una vida ascética: “Has sido digno de ver a Dios en una ligerísima brisa, en cuanto es posible, tú que antes habías hecho ligero tu cuerpo tu cuerpo, oh glorioso, con las obras de la ascesis. Te ruego por tanto: por tus plegarias ilumina con los divinos fulgores de la penitencia mi intelecto, aligerándome a mí de mi peso”
La iconografía bizantina representa a Elías - muy estimado en el monacato oriental y occidental y relacionados con las figuras de san Antonio el Grande y a san Benito – en la soledad de una gruta, alimentado con pan por un cuervo, imagen retomada y aplicada por san Gregorio Magno a los primeros años de soledad de san Benito en Subiaco, mientras otra tradición iconográfica resume en una única imagen su vida hasta la ascensión en el carro de fuego.
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el día 19-20 de Julio de 2010; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
El 20 de Julio las liturgias cristianas de oriente y occidente celebran la fiesta del profeta Elías. La Liturgia Bizantina – que tiene un oficio completo y un canon propio atribuido a José el Himnógrafo (siglo IX)- lo presenta como el gran intercesor por el pueblo, hombre lleno de celo por el Señor. Muchos troparios unen a Elías con su discípulo Eliseo: “Dos astros luminosos han surgido en la tierra, Elías y Eliseo. Uno, con su palabra, ha contenido las gotas de lluvia del cielo, ha acusado a los reyes y, sobre un carro de fuego, asciende a los cielos. El otro ha sanado las aguas que eran estériles, y habiendo recibido doble gracia, ha entrelazado las aguas del Jordán. Alégrate, ángel terestre y hombre celeste, Elías glorioso. Alégrate, tú que has recibido de Dios doble gracia, Eliseo venerabilísimo”.
Además, la celebración de los dos profetas es imagen de la concordia entre el Antiguo y Nuevo Testamento se manifiesta en el Jordán, lugar de salvación y purificación en la primera alianza y lugar de salvación y bautismo en la segunda: “Oh tú que has subido en un carro que corría hacia el cielo, estrella de oriente sin ocaso, extiende, junto al admirable Eliseo, las aguas del Jordán y haz claro al anuncio de la piedad, ya que visiblemente vosotros renováis con esta doble imagen la gloria concorde de la antigua y de la nueva alianza, redoblando la bendición para cuantos celebran con fe la solemnísima memoria”. Los textos litúrgicos destacan el contraste entre la visión de Dios que Elías tiene en la brisa ligera y el carro de fuego con el cual es asunto al cielo: “No en el terremoto, sino en un aura ligera has comtemplado, oh Elías por Dios hecho dichosos, la divina presencia que un día te ha iluminado; transportado por un carro a cuatro caballos, has atravesado extraordinariamente el cielo, observado con estupor, oh divino inspirado”.
En diversos troparios Elías, subiendo al cielo, se convierte en precursor del retorno final del Señor: “Aquél que antes de ser concebido fue santificado, el ángel en carne, el intelecto ígneo, el hombre celeste, el divino precursor del segundo advenimiento de Cristo, el glorioso Elías, fundamento de los profetas, ha convocado místicamente a los amigos de la fiesta para celebrar solemnemente su divina memoria. El ángel en carne, el fundamento de los profetas, el segundo precursor del adviento de Cristo, el glorioso Elías, enviada de lo alto la gracia a Eliseo, aleja las enfermedades y purifica a los leprosos: también para cuantos lo honran haz que manen las curaciones”. Las tres largas lecturas de Vísperas recorren casi todo el ciclo de Elías (1 Re 17-19): su soledad, la bendición de la viuda, la lucha con Acab y los falsos profetas, la sequía con la sucesiva lluvia y la bendición divina, el discipulado de Elías, hasta la ascensión al cielo.
El oficio matutino y la Divina Liturgia tienen prevista la misma perícopa evangélica (Lc 4, 22-30): Jesús rechazado por los suyos como profeta, que evoca la figura de Elías también rechazado. En el canon del matutino, uno de los troparios subraya el papel de dos mujeres en la vida de Elías: Jezabel y la viuda: la primera lo persigue hasta convertirlo en ligero, la segunda atrae la misericordia: “Dios inclina tu celo ardiente y te envía a una viuda para ser nutrido, tú que fuiste tenido como un fugitivo, oh Elías, por la amenaza de una mujer, oh hombre admirable: te ruego también que nutras con divinos carismas mi hambrienta alma”.
Algunos textos destacan el celo que Elías muestra a la hora de combatir la impiedad en la casa de Israel: “Has contenido nubes cargadas de lluvia, lleno de celo por la fe. Mostrándote sacerdote, has inmolado con tus manos inocentes, oh felicísimo, los sacerdotes de los paganos que obraban lo que es indigno”. Otros troparios con imágenes evangélicas ponen en contraste el celo de Elías con la misericordia de Dios que espera siempre la conversión de los hombres: “Viendo el profeta Elías la gran iniquidad de los hombres y el gran amor de Dios por ellos, turbado y lleno de indignación dirigió palabras despiadadas al piadoso, gritando: Por tanto, desata tu ira contra los rebeldes, oh justísimo juez. Pero no rehuyas por nada el sacudir las entrañas piadosas del Bueno,así como el inducirlo a castigar a cuantos se habían vuelto contra él: espera siempre la conversión de todos, tú el único amigo de los hombres”.
Otros textos subrayan cómo la visión de Dios en Elías, y en todos los cristianos, va legada también a una purificación, a una vida ascética: “Has sido digno de ver a Dios en una ligerísima brisa, en cuanto es posible, tú que antes habías hecho ligero tu cuerpo tu cuerpo, oh glorioso, con las obras de la ascesis. Te ruego por tanto: por tus plegarias ilumina con los divinos fulgores de la penitencia mi intelecto, aligerándome a mí de mi peso”
La iconografía bizantina representa a Elías - muy estimado en el monacato oriental y occidental y relacionados con las figuras de san Antonio el Grande y a san Benito – en la soledad de una gruta, alimentado con pan por un cuervo, imagen retomada y aplicada por san Gregorio Magno a los primeros años de soledad de san Benito en Subiaco, mientras otra tradición iconográfica resume en una única imagen su vida hasta la ascensión en el carro de fuego.
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el día 19-20 de Julio de 2010; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)