Dame Tú una palabra, oh Palabra del Padre
Las Iglesias orientales en las semanas que preceden el inicio de la gran Cuaresma tienen una serie de Domingos que de modo pedagógico y mistagógico al mismo tiempo, introducen a las grandes temáticas espirituales que más tarde desarrollará la Cuaresma. Las Iglesias de Tradición Siríaca tienen el periodo llamado "de los ninivitas" en el cual, inspirándose en el libro del profeta Jonás, lo proponen como modelo de conversión. También en la Tradición Latina existe un periodo similar (*Forma Extraordinaria del Rito Romano) con los Domingos de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima. Las Iglesias de Tradición Bizantina, en este periodo tienen cuatro Domingos en los cuales la Liturgia propone las perícopas del Evangelio que introducen a los fieles a los diversos aspectos espirituales que se vivirán en la Cuaresma. De este modo queremos leer el canon (composición poética cantada en el oficio matutino) de estos cuatro Domingos.
Las Iglesias orientales en las semanas que preceden el inicio de la gran Cuaresma tienen una serie de Domingos que de modo pedagógico y mistagógico al mismo tiempo, introducen a las grandes temáticas espirituales que más tarde desarrollará la Cuaresma. Las Iglesias de Tradición Siríaca tienen el periodo llamado "de los ninivitas" en el cual, inspirándose en el libro del profeta Jonás, lo proponen como modelo de conversión. También en la Tradición Latina existe un periodo similar (*Forma Extraordinaria del Rito Romano) con los Domingos de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima. Las Iglesias de Tradición Bizantina, en este periodo tienen cuatro Domingos en los cuales la Liturgia propone las perícopas del Evangelio que introducen a los fieles a los diversos aspectos espirituales que se vivirán en la Cuaresma. De este modo queremos leer el canon (composición poética cantada en el oficio matutino) de estos cuatro Domingos.
El primero de los Domingos se llama del Fariseo y del Publicano, de la perícopa de Lucas 18, 10-14. En el Oficio matutino, el canon de este Domingo está atribuido a José de Nicomedia (siglo IX). Desde el inicio hace notar cómo las parábolas de Cristo son todas una exhortación del Señor mismo a la conversión: "Cristo, induciendo a todos con sus palabras a corregir la propia vida, levanta al publicano de su humillación, humillando al fariseo que se había ensalzado".
Cristo mismo es modelo de humildad en su Encarnación: "Perfecta vía de elevación ha convertido el Verbo la humildad, humillándose a sí mismo para asumir la forma de siervo. Guiándonos siempre a la divina elevación, el Salvador y Soberano, como medio para elevarnos, nos ha indicado la humildad: Él ha lavado con sus propias manos los pies de los discípulos". Todo el texto litúrgico es una exhortación a la humildad presentada como la primera de las virtudes con la que iniciar el periodo del ayuno: "Viendo que por la humillación viene una recompensa que eleva, mientras que ensalzándose, hay una tremenda caída, emula cuanto hay de bello el publicano y detesta la malicia farisáica. Por la temeridad viene vaciado todo bien, mientras que por la humildad viene purificado todo mal: abracémosla entonces, oh fieles". El canón está atravesado por el movimiento que hay entre la arrogancia que abaja y la humildad que ensalza: "La humildad ha elevado al publicano que, triste y confuso por sus pecados, gritaba al Creador su: ¡Sé propicio!. La arrogancia ha depuesto al desgraciado fariseo fanfarrón de la situación de justicia en la que estaba: emulemos entonces el bien, absteniéndonos del mal. Imitemos al publicano, por tanto, todos nosotros que estamos caídos en la profundidad del mal; gritemos al Salvador desde lo más profundo del corazón".
El segundo de los Domingos toma el nombre de Domingo del Hijo pródigo, de la perícopa de Lucas, 15, 11-32. El canón del matutino está atribuito a José el Himnógrafo (+886). A partir de la parábola del Hijo Pródigo, el canon subraya la misericordia y el amor de Dios que acoge como padre al pecador que retorna a Él: "La divina riqueza que en un tiempo me habías dado, la he malgastado malamente: me alejé de tí, viviendo disolutamente, oh Padre piados: acógeme, por tanto, a mí que me he convertido. Abre entonces tus brazos paternos, y acógeme también a mí, oh Padre, como al hijo pródigo". Cristo mismo, en diversas estrofas viene presentado como padre que acoge misericordiosamente: "Totalmente fuera de mí mismo, acógeme, oh Cristo, como al hijo pródigo. Abre compasivamente los brazos, acógeme, oh Cristo, ahora que regreso de la región lejana, de pecado y de pasiones".
La misericordia de Cristo viene otorgada también por las oraciones y la intercesión de los santos por el pecador: "Por las plegarias de los apóstoles, oh Señor, de los profetas, de los monjes, de los venerables mártires y de los justos, perdóname todas mis culpas con las cuales he indignado tu bondad, oh Cristo: para que yo te alabe y te rinda gloria por todos los siglos". El autor hace en un paralelismo contrastante la pobreza de Cristo en su salir del seno paterno por su encarnación, y la del hijo pródigo que se aleja de la casa paterna: "Gime, infelicísima alma mía, y grita a Cristo: Oh Tú que voluntariamente te has hecho por mí pobre, enriquéceme, Señor, ahora que, soy pobre de buenas obras, aun en la abundancia de bienes, porque sólo Tú eres bueno y lleno de misericordia".
El tercer Domingo se llama del Juicio Final, por la perícopa de Mateo 25, 31-46. Las odas del matutino están compuestas por Teodoro el Estudita (siglo IX) y de modo muy insistente y repetitivo pone en evidencia por un lado, la imagen casi temerosa del día del juicio, y por otra la solicitud de misericordia y de perdón a Dios: "Me estremezco pensando el tremendo día de tu arcana parusía, con temor ya veo este día en el cual te sentarás para juzgar a los vivos y a los muertos, oh mi Dios omnipotente. Cuando vendrás, oh Dios omnipotente con miríadas y millares de celestes principados angélicos, concédeme a mí, infeliz, oh Cristo, de encontrarte en las nubes. Pueda también, misero de mí, escuchar la deseada voz que llama a tus santos a la gloria".
El cuarto Domingo es llamado de los Lácteos, por el hecho de que indica el inicio del gran ayuno, con la abstinencia de los lácteos. Se lee la perícopa de Mateo 6, 14-21. El canon del matutino es un texto anónimo, y se centra en la contemplación de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso y de su camino de retorno a él, camino que se convierte en modelo e imagen del cuaresmal hacia la Pascua de Cristo. Siempre es Adán el que habla en primera persona, llorando su propio pecado y evocando las delicias del paraíso del cual había sido alejado: "Llora, mísera alma mía, llora lo que has hecho, recordando hoy como en el Edén te dejaste despojar y fuiste por ello alejada de las delicias y de la gloria sin fin". A lo largo del canon, el Edén es cantado siempre como don del amor y de la condescendiencia de Dios hacia el hombre: "Por tu grande amor y tu piedad, oh Artífice de la creación y Creador de todos, de la tierra me diste vida tiempo allá, y me encomendaste el cantarte junto a tus ángeles. Por tu bondad, o Artífice y Señor, plantaste en Edén el delicioso paraíso, para hacerme gozar de sus frutos espléndidos". Diversas odas personifican el paraíso que junto a Adán llora con lágrimas de arrepentimiento, y el sonido de sus hojas se convierte en plegaria: "Prado dichoso, árboles por Dios plantados, suavidad del paraíso, sobre mí las hojas, como ojos, destilad lágrimas porque estoy desnudo y enajenado de la gloria de Dios. No te veo más, no gozo más de tu suavísimo y divino fulgor, oh paraíso preciocísimo. Participa, oh paraíso, en el dolor del señor convertido en pobre, y con el susurro de tus hojas suplica al Creador que no me deje fuera. Oh misericordioso, ten misericordia de aquél que ha prevaricado!". Finalmente, el texto concluye con un paralelo entre el Edén cerrado tras el pecado de Adán y el costado abierto de Cristo en la Cruz: "Veo el querubín con la espada de fuego que tenía la orden de custodiar la entrada del Edén inaccesible a todos los transgresores, pero Tú, oh Salvador, quita para mí todos los obstáculos. Confío en la abundancia de tu misericordia, oh Cristo Salvador, y en la sangre de tu costado divino, con el cual has santificado la naturaleza de los mortales y has abierto a cuantos te sirven, oh bueno, las puertas del paraíso, cerrado un tiempo por Adán". Todo el texto está plagado de la plena confianza en la misericordia divina: "Guía de sabiduría, dador de la prudencia, educador de los ignorantes y protector de los pobres, confirma, amaestra mi corazón, dame Tú una palabra, oh Palabra del Padre, para que, mis labios no se cansen de gritar: Oh misericordioso, ten misericordia de aquél que ha prevaricado!".
(Publicado por Manuel Nin el 27 de Febrero de 2011 en l'Osservatore Romano; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
Cristo mismo es modelo de humildad en su Encarnación: "Perfecta vía de elevación ha convertido el Verbo la humildad, humillándose a sí mismo para asumir la forma de siervo. Guiándonos siempre a la divina elevación, el Salvador y Soberano, como medio para elevarnos, nos ha indicado la humildad: Él ha lavado con sus propias manos los pies de los discípulos". Todo el texto litúrgico es una exhortación a la humildad presentada como la primera de las virtudes con la que iniciar el periodo del ayuno: "Viendo que por la humillación viene una recompensa que eleva, mientras que ensalzándose, hay una tremenda caída, emula cuanto hay de bello el publicano y detesta la malicia farisáica. Por la temeridad viene vaciado todo bien, mientras que por la humildad viene purificado todo mal: abracémosla entonces, oh fieles". El canón está atravesado por el movimiento que hay entre la arrogancia que abaja y la humildad que ensalza: "La humildad ha elevado al publicano que, triste y confuso por sus pecados, gritaba al Creador su: ¡Sé propicio!. La arrogancia ha depuesto al desgraciado fariseo fanfarrón de la situación de justicia en la que estaba: emulemos entonces el bien, absteniéndonos del mal. Imitemos al publicano, por tanto, todos nosotros que estamos caídos en la profundidad del mal; gritemos al Salvador desde lo más profundo del corazón".
El segundo de los Domingos toma el nombre de Domingo del Hijo pródigo, de la perícopa de Lucas, 15, 11-32. El canón del matutino está atribuito a José el Himnógrafo (+886). A partir de la parábola del Hijo Pródigo, el canon subraya la misericordia y el amor de Dios que acoge como padre al pecador que retorna a Él: "La divina riqueza que en un tiempo me habías dado, la he malgastado malamente: me alejé de tí, viviendo disolutamente, oh Padre piados: acógeme, por tanto, a mí que me he convertido. Abre entonces tus brazos paternos, y acógeme también a mí, oh Padre, como al hijo pródigo". Cristo mismo, en diversas estrofas viene presentado como padre que acoge misericordiosamente: "Totalmente fuera de mí mismo, acógeme, oh Cristo, como al hijo pródigo. Abre compasivamente los brazos, acógeme, oh Cristo, ahora que regreso de la región lejana, de pecado y de pasiones".
La misericordia de Cristo viene otorgada también por las oraciones y la intercesión de los santos por el pecador: "Por las plegarias de los apóstoles, oh Señor, de los profetas, de los monjes, de los venerables mártires y de los justos, perdóname todas mis culpas con las cuales he indignado tu bondad, oh Cristo: para que yo te alabe y te rinda gloria por todos los siglos". El autor hace en un paralelismo contrastante la pobreza de Cristo en su salir del seno paterno por su encarnación, y la del hijo pródigo que se aleja de la casa paterna: "Gime, infelicísima alma mía, y grita a Cristo: Oh Tú que voluntariamente te has hecho por mí pobre, enriquéceme, Señor, ahora que, soy pobre de buenas obras, aun en la abundancia de bienes, porque sólo Tú eres bueno y lleno de misericordia".
El tercer Domingo se llama del Juicio Final, por la perícopa de Mateo 25, 31-46. Las odas del matutino están compuestas por Teodoro el Estudita (siglo IX) y de modo muy insistente y repetitivo pone en evidencia por un lado, la imagen casi temerosa del día del juicio, y por otra la solicitud de misericordia y de perdón a Dios: "Me estremezco pensando el tremendo día de tu arcana parusía, con temor ya veo este día en el cual te sentarás para juzgar a los vivos y a los muertos, oh mi Dios omnipotente. Cuando vendrás, oh Dios omnipotente con miríadas y millares de celestes principados angélicos, concédeme a mí, infeliz, oh Cristo, de encontrarte en las nubes. Pueda también, misero de mí, escuchar la deseada voz que llama a tus santos a la gloria".
El cuarto Domingo es llamado de los Lácteos, por el hecho de que indica el inicio del gran ayuno, con la abstinencia de los lácteos. Se lee la perícopa de Mateo 6, 14-21. El canon del matutino es un texto anónimo, y se centra en la contemplación de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso y de su camino de retorno a él, camino que se convierte en modelo e imagen del cuaresmal hacia la Pascua de Cristo. Siempre es Adán el que habla en primera persona, llorando su propio pecado y evocando las delicias del paraíso del cual había sido alejado: "Llora, mísera alma mía, llora lo que has hecho, recordando hoy como en el Edén te dejaste despojar y fuiste por ello alejada de las delicias y de la gloria sin fin". A lo largo del canon, el Edén es cantado siempre como don del amor y de la condescendiencia de Dios hacia el hombre: "Por tu grande amor y tu piedad, oh Artífice de la creación y Creador de todos, de la tierra me diste vida tiempo allá, y me encomendaste el cantarte junto a tus ángeles. Por tu bondad, o Artífice y Señor, plantaste en Edén el delicioso paraíso, para hacerme gozar de sus frutos espléndidos". Diversas odas personifican el paraíso que junto a Adán llora con lágrimas de arrepentimiento, y el sonido de sus hojas se convierte en plegaria: "Prado dichoso, árboles por Dios plantados, suavidad del paraíso, sobre mí las hojas, como ojos, destilad lágrimas porque estoy desnudo y enajenado de la gloria de Dios. No te veo más, no gozo más de tu suavísimo y divino fulgor, oh paraíso preciocísimo. Participa, oh paraíso, en el dolor del señor convertido en pobre, y con el susurro de tus hojas suplica al Creador que no me deje fuera. Oh misericordioso, ten misericordia de aquél que ha prevaricado!". Finalmente, el texto concluye con un paralelo entre el Edén cerrado tras el pecado de Adán y el costado abierto de Cristo en la Cruz: "Veo el querubín con la espada de fuego que tenía la orden de custodiar la entrada del Edén inaccesible a todos los transgresores, pero Tú, oh Salvador, quita para mí todos los obstáculos. Confío en la abundancia de tu misericordia, oh Cristo Salvador, y en la sangre de tu costado divino, con el cual has santificado la naturaleza de los mortales y has abierto a cuantos te sirven, oh bueno, las puertas del paraíso, cerrado un tiempo por Adán". Todo el texto está plagado de la plena confianza en la misericordia divina: "Guía de sabiduría, dador de la prudencia, educador de los ignorantes y protector de los pobres, confirma, amaestra mi corazón, dame Tú una palabra, oh Palabra del Padre, para que, mis labios no se cansen de gritar: Oh misericordioso, ten misericordia de aquél que ha prevaricado!".
(Publicado por Manuel Nin el 27 de Febrero de 2011 en l'Osservatore Romano; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
(El primer párrafo ha sido colocado por gentileza del autor; el * es nota del traductor)