En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María os ofrezco el texto de Gn 3, 9-15.20 leido en clave patrística: Adán-Eva y Jesús-María. El método que he seguido es: poner versículos e ir introduciendo, junto a los comentarios de los Padres, mis propios comentarios o adaptaciones, por motivo de brevedad; de esto se sigue que sólo cite textualmente en pocas ocasiones.
Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre: ¿Dónde estás?
Dios es el que llama al hombre, y le dice: ¿En qué circunstancias te encuentras?, por tanto no se trata de una pregunta sino de una reprensión, ¿De qué beneficios, de qué bienaventuranza, de qué gracia has caído en tal estado de miseria? Has dejado la vida eterna y te has sepultado en la muerte, te has enterrado con el pecado (cf. San Ambrosio); le pregunta dónde está porque Dios ya no está con él (cf. San Agustín). Adán, ¿por qué te has fiado de la serpiente que no te había proporcionado nada y te daba palabras vacías, en lugar de fiarte del que te lo ha dado todo e incluso a sí mismo?, ¿de aquél que te formó de la nada y te hizo como si fueras un segundo dios sobre la creación? (cf. San Efrén de Nísibe). Dios pregunta pero no porque dude sino porque es misericordioso y quiere mostrarles su benevolencia, y les deja, al responder, que reconozcan su pecado (cf. San Juan Crisóstomo).
El contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
Todo ser humano puede oir el ruido de los pasos de Dios ya que al ser creado por Él tiene la capacidad de reconocer al que lo creó; Él que se paseaba cada tarde con ellos, baja y lo hace al atardecer, porque ya habían perdido, por el pecado, la luz (cf. San Jerónimo); la mentira es la que oscurece al hombre y la que le impide caminar en la luz de Dios y tenerle como director e iluminador. El hombre al decir: me dio miedo, lo que buscaba era autojustificarse en lugar de confesar su pecado; y no sólo eso sino que narra lo que la mujer le había hecho para poner así en otro la responsabilidad de su caída. Adán tenía miedo porque cuando Dios colocó y plantó el árbol del conocimiento, lo mezcló con temor y marcó sus límites con terror. (cf. San Efrén de Nísibe). Desnudo lo había creado Dios y se escondió porque se dio cuenta en ese instante de ello, ¡como si a Dios le pudiese ofender el verlo tal como Él mismo lo había creado!; pero es que había perdido el vestido de la luz divina y al verse se disgustó a sí mismo al ver que sin Dios no era nada (cf. San Agustín). Si por lo menos se hubieran arrepentido de su transgresión, aunque no hubieron recobrado todo, por lo menos se habrían librado de las maldiciones decretadas en la tierra contra ellos, pero ponen excusas, quieren rebajar, aduciendo ignorancia, la gravedad de lo cometido (cf. San Efrén de Nísibe). Está desnudo y esconde su pecado, pero no sabe que Dios no sólo ve su cuerpo sino también su corazón y sus pensamientos. Debería haberse humillado Adán y haberle dicho: “Sí, es verdad, Maestro he quebrantado tu mandato, he caído por haber escuchado el consejo de la mujer, he cometido un gran pecado por seguir su palabra abandonando la tuya, ¡Ten piedad de mí! Pero él no pronuncia palabra, no se humilla ni se pone de rodillas” (Simeón el Nuevo Teólogo, Catequesis 5, 5); si Adán hubiera dicho algo, tú y yo no estaríamos fuera del paraíso, es decir, todo se hubiera evitado por una sola palabra. Pero, a pesar de todo, Dios no se enfada ni le rechaza sino que solicita una segunda respuesta (cf. Simeón el Nuevo Teólogo).
El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol que te prohibí comer?
Dios se sorprende al ver que sabe que está desnudo y le pregunta que quién se lo ha indicado, sabiendo ya la respuesta, ya que le sigue el preguntarle por el árbol prohibido (cf. Simeón el Nuevo Teólogo). En el centro del jardín del Edén, situado en Oriente, colocó el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal, para mostrarles la vida por medio del conocimiento, pero al no usar del conocimiento quedan desnudos, ya que no ha vida sin conocimiento, ni conocimiento seguro sin vida verdadera, ahora se entiende el que estuvieran plantados juntos (cf. Carta a Diogneto). Dios le concede la ley de no comer del árbol como objeto para su libre albedrío. El árbol de la Vida es Cristo que es la Sabiduría, por eso el mismo Señor se eleva en el madero y se deja clavar en él para que dando su vida en rescate, sean rescatados los que la perdieron por el otro árbol.
Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.
Adán muestra su soberbia al no reconocer el pecado y al atribuirlo a otro, a la mujer, y finalmente se lo intenta imputar a Dios cuando dice: la mujer que me diste como compañera, ella es la que me dio el fruto (cf. San Agustín); dice: la ayuda adecuada que me has dado, la esposa que me has dado, no dice: mi esposa, ni tampoco: la que es carne de mi carne y hueso de mis huesos, la que ha sido hecha de mí, o la que forma una sola cosa conmigo, por tanto le dice a Dios que Él es el que le ha hecho caer sobre su cabeza esta desgracia. No es capaz de reprocharse a sí mismo pero no teme en reprocharle a Dios (cf. Doroteo de Gaza).
El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?
Viendo Dios que Adán no quería confesar su extravío acude a Eva a la que le pregunta qué ha hecho; Eva en lugar de arrojar lágrimas por su pecado y atribuirse el extravío pone el pecado, también, en otro, y dice: la serpiente me engañó y comí, no dice: la serpiente me aconsejó y me sedujo. Al ver Dios que tenían una cierta disposición al arrepentimiento y la contrición, se acerca a la serpiente a la que no pregunta sino que castiga, ya que ésta no es capaz del arrepentimiento (cf. San Efrén de Nísibe).
Ella respondió: La serpiente me engañó, y comí.
La madre de los vivientes debería haber mostrado su arrepentimiento diciendo: “En mi necedad, Señor, he hecho eso, pobre desgraciada, en vez de escucharte, Señor mío: ¡Ten piedad de mí!” (Simeón el Nuevo Teólogo, Catequesis 5, 5); sin embargo ella dice que fue aquella la causante, admite que ha preferido oír la voz del tentador antes que la voz del Creador.
El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida;
Dios no le pregunta porque no tiene capacidad de conversión, y le dice que, puesto que ha hecho eso, sea maldita entre todas las bestias, a lo que asintió con su silencio; y como engañó a los que tienen el poder sobre todos los animales, será maldita entre ellos, como ha provocado dolores de parto en la mujer se arrastrará sobre su vientre y como priva a la descendencia de Adán de comer del Árbol de la vida, comerá polvo todos los días de su vida (cf. San Efrén). La serpiente representa el placer corporal, la mujer nuestros sentidos y el hombre la mente; el placer mueve los sentidos, que trasladan a la mente la pasión que han acogido; por tanto el placer es la fuente primaria del pecado, por eso es condenada en primer lugar la serpiente, en segundo la mujer y en tercero el hombre; el placer acostumbra a hacer prisionero al sentido, y a su vez el sentido a la mente. En la serpiente vemos el placer o deseo carnal, ya que ésta se arrastra sobre el vientre (ej: gula) por ello come tierra (cf. San Agustín). La tierra que come no es en verdad tierra, sino que come a los hombres terrenos, soberbios y lujuriosos que aman la tierra y ponen en ella toda su esperanza (cf. San Cesáreo de Arlés). Es curioso que Dios con sus manos (fuerza creadora) plasmase al hombre del barro (tierra y agua: cuerpo) al cual le insufla, en el rostro, su espíritu (alma) haciendo una mezcla de lo terrestre con lo celeste, haciendo una cueva que contiene luz divina e inmortal, dándole así su propia gracia para que mediante lo semejante pudiera conocer lo semejante; por esta razón esa unidad es indisoluble y se le ha de atribuir un único y común origen a cuerpo y alma. (cf. San Gregorio de Nisa). Dios nos insufla ahora de nuevo en la nueva Creación por medio del soplo del Espíritu Santo, que se dio después de la Resurrección de Jesús de entre los muertos (sucedió al tercer día, igual que la plantación de un jardín en Edén), ya que el soplo fue también sobre sus rostros, para que se levantasen del lodo y renunciasen a las obras del lodo (cf. San Agustín).
establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.
“No se establecen, pues, enemistades entre el demonio y el varón, sino entre el demonio y la mujer” (San Agustín, Del Génesis contra los maniqueos 2, 18, 28), porque el diablo no puede tentarnos si no es por que le servimos en bandeja nuestros sentidos. La discordia y la hostilidad están presentes porque hay enemistad, y por eso a pesar de todo la serpiente quiere seguir haciendo daño en la mujer a toda su descendencia, inyectándole su veneno; la solución que queda para no ser picados es no andar sobre la tierra, sino que “pongámonos el calzado del Evangelio, que echa fuera el veneno de la serpiente y neutraliza su mordedura por tener calzados nuestros pies en el Evangelio” (San Ambrosio, De Fuga Mundi 7, 43). Por esto la Madre de los vivientes y del que habrá de venir a vivificar a la humanidad caída, será la que hiera la cabeza de la serpiente cuando intente herirle el talón a ella, y en ella, a la descendencia que Cristo salva.
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
María es la nueva Eva, que engendra a Cristo, el Nuevo Adán, y ya que Eva nació sin madre se explica que Jesús naciera sin padre carnal (cf. San Cirilo de Jerusalén); María no sufre al parir y no muere al morir sino que duerme la que no ha sido mordida por la serpiente. Está claro que Dios no impone la muerte sino que es consecuencia del pecado, por eso llama a Eva la madre de los que viven. En el pasaje se ve que en un instante condena, pero en otro perdona, en uno el árbol es la causa de la caída y de la salida del paraíso y en otro es el árbol en el que pende la salvación que nos levanta y nos devuelve al paraiso. La obediencia de María es la que borra la maldición que selló Eva por su desobediencia; María se dejó seducir por un ángel, mas no por una malvada serpiente; por medio del anuncio del ángel María fue evangelizada para que llevase a Dios por la obediencia a su palabra, en cambio Eva se dejó seducir por las seductoras palabras del demonio las cuales llevó a Adán; la Virgen María es la abogada de la virgen Eva; Ella, que es la mujer nueva, es la que desata los nudos que había hecho en la humanidad la desobediencia de la mujer vieja. (cf. San Ireneo de Lión).
Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre: ¿Dónde estás?
Dios es el que llama al hombre, y le dice: ¿En qué circunstancias te encuentras?, por tanto no se trata de una pregunta sino de una reprensión, ¿De qué beneficios, de qué bienaventuranza, de qué gracia has caído en tal estado de miseria? Has dejado la vida eterna y te has sepultado en la muerte, te has enterrado con el pecado (cf. San Ambrosio); le pregunta dónde está porque Dios ya no está con él (cf. San Agustín). Adán, ¿por qué te has fiado de la serpiente que no te había proporcionado nada y te daba palabras vacías, en lugar de fiarte del que te lo ha dado todo e incluso a sí mismo?, ¿de aquél que te formó de la nada y te hizo como si fueras un segundo dios sobre la creación? (cf. San Efrén de Nísibe). Dios pregunta pero no porque dude sino porque es misericordioso y quiere mostrarles su benevolencia, y les deja, al responder, que reconozcan su pecado (cf. San Juan Crisóstomo).
El contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
Todo ser humano puede oir el ruido de los pasos de Dios ya que al ser creado por Él tiene la capacidad de reconocer al que lo creó; Él que se paseaba cada tarde con ellos, baja y lo hace al atardecer, porque ya habían perdido, por el pecado, la luz (cf. San Jerónimo); la mentira es la que oscurece al hombre y la que le impide caminar en la luz de Dios y tenerle como director e iluminador. El hombre al decir: me dio miedo, lo que buscaba era autojustificarse en lugar de confesar su pecado; y no sólo eso sino que narra lo que la mujer le había hecho para poner así en otro la responsabilidad de su caída. Adán tenía miedo porque cuando Dios colocó y plantó el árbol del conocimiento, lo mezcló con temor y marcó sus límites con terror. (cf. San Efrén de Nísibe). Desnudo lo había creado Dios y se escondió porque se dio cuenta en ese instante de ello, ¡como si a Dios le pudiese ofender el verlo tal como Él mismo lo había creado!; pero es que había perdido el vestido de la luz divina y al verse se disgustó a sí mismo al ver que sin Dios no era nada (cf. San Agustín). Si por lo menos se hubieran arrepentido de su transgresión, aunque no hubieron recobrado todo, por lo menos se habrían librado de las maldiciones decretadas en la tierra contra ellos, pero ponen excusas, quieren rebajar, aduciendo ignorancia, la gravedad de lo cometido (cf. San Efrén de Nísibe). Está desnudo y esconde su pecado, pero no sabe que Dios no sólo ve su cuerpo sino también su corazón y sus pensamientos. Debería haberse humillado Adán y haberle dicho: “Sí, es verdad, Maestro he quebrantado tu mandato, he caído por haber escuchado el consejo de la mujer, he cometido un gran pecado por seguir su palabra abandonando la tuya, ¡Ten piedad de mí! Pero él no pronuncia palabra, no se humilla ni se pone de rodillas” (Simeón el Nuevo Teólogo, Catequesis 5, 5); si Adán hubiera dicho algo, tú y yo no estaríamos fuera del paraíso, es decir, todo se hubiera evitado por una sola palabra. Pero, a pesar de todo, Dios no se enfada ni le rechaza sino que solicita una segunda respuesta (cf. Simeón el Nuevo Teólogo).
El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol que te prohibí comer?
Dios se sorprende al ver que sabe que está desnudo y le pregunta que quién se lo ha indicado, sabiendo ya la respuesta, ya que le sigue el preguntarle por el árbol prohibido (cf. Simeón el Nuevo Teólogo). En el centro del jardín del Edén, situado en Oriente, colocó el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal, para mostrarles la vida por medio del conocimiento, pero al no usar del conocimiento quedan desnudos, ya que no ha vida sin conocimiento, ni conocimiento seguro sin vida verdadera, ahora se entiende el que estuvieran plantados juntos (cf. Carta a Diogneto). Dios le concede la ley de no comer del árbol como objeto para su libre albedrío. El árbol de la Vida es Cristo que es la Sabiduría, por eso el mismo Señor se eleva en el madero y se deja clavar en él para que dando su vida en rescate, sean rescatados los que la perdieron por el otro árbol.
Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.
Adán muestra su soberbia al no reconocer el pecado y al atribuirlo a otro, a la mujer, y finalmente se lo intenta imputar a Dios cuando dice: la mujer que me diste como compañera, ella es la que me dio el fruto (cf. San Agustín); dice: la ayuda adecuada que me has dado, la esposa que me has dado, no dice: mi esposa, ni tampoco: la que es carne de mi carne y hueso de mis huesos, la que ha sido hecha de mí, o la que forma una sola cosa conmigo, por tanto le dice a Dios que Él es el que le ha hecho caer sobre su cabeza esta desgracia. No es capaz de reprocharse a sí mismo pero no teme en reprocharle a Dios (cf. Doroteo de Gaza).
El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?
Viendo Dios que Adán no quería confesar su extravío acude a Eva a la que le pregunta qué ha hecho; Eva en lugar de arrojar lágrimas por su pecado y atribuirse el extravío pone el pecado, también, en otro, y dice: la serpiente me engañó y comí, no dice: la serpiente me aconsejó y me sedujo. Al ver Dios que tenían una cierta disposición al arrepentimiento y la contrición, se acerca a la serpiente a la que no pregunta sino que castiga, ya que ésta no es capaz del arrepentimiento (cf. San Efrén de Nísibe).
Ella respondió: La serpiente me engañó, y comí.
La madre de los vivientes debería haber mostrado su arrepentimiento diciendo: “En mi necedad, Señor, he hecho eso, pobre desgraciada, en vez de escucharte, Señor mío: ¡Ten piedad de mí!” (Simeón el Nuevo Teólogo, Catequesis 5, 5); sin embargo ella dice que fue aquella la causante, admite que ha preferido oír la voz del tentador antes que la voz del Creador.
El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida;
Dios no le pregunta porque no tiene capacidad de conversión, y le dice que, puesto que ha hecho eso, sea maldita entre todas las bestias, a lo que asintió con su silencio; y como engañó a los que tienen el poder sobre todos los animales, será maldita entre ellos, como ha provocado dolores de parto en la mujer se arrastrará sobre su vientre y como priva a la descendencia de Adán de comer del Árbol de la vida, comerá polvo todos los días de su vida (cf. San Efrén). La serpiente representa el placer corporal, la mujer nuestros sentidos y el hombre la mente; el placer mueve los sentidos, que trasladan a la mente la pasión que han acogido; por tanto el placer es la fuente primaria del pecado, por eso es condenada en primer lugar la serpiente, en segundo la mujer y en tercero el hombre; el placer acostumbra a hacer prisionero al sentido, y a su vez el sentido a la mente. En la serpiente vemos el placer o deseo carnal, ya que ésta se arrastra sobre el vientre (ej: gula) por ello come tierra (cf. San Agustín). La tierra que come no es en verdad tierra, sino que come a los hombres terrenos, soberbios y lujuriosos que aman la tierra y ponen en ella toda su esperanza (cf. San Cesáreo de Arlés). Es curioso que Dios con sus manos (fuerza creadora) plasmase al hombre del barro (tierra y agua: cuerpo) al cual le insufla, en el rostro, su espíritu (alma) haciendo una mezcla de lo terrestre con lo celeste, haciendo una cueva que contiene luz divina e inmortal, dándole así su propia gracia para que mediante lo semejante pudiera conocer lo semejante; por esta razón esa unidad es indisoluble y se le ha de atribuir un único y común origen a cuerpo y alma. (cf. San Gregorio de Nisa). Dios nos insufla ahora de nuevo en la nueva Creación por medio del soplo del Espíritu Santo, que se dio después de la Resurrección de Jesús de entre los muertos (sucedió al tercer día, igual que la plantación de un jardín en Edén), ya que el soplo fue también sobre sus rostros, para que se levantasen del lodo y renunciasen a las obras del lodo (cf. San Agustín).
establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.
“No se establecen, pues, enemistades entre el demonio y el varón, sino entre el demonio y la mujer” (San Agustín, Del Génesis contra los maniqueos 2, 18, 28), porque el diablo no puede tentarnos si no es por que le servimos en bandeja nuestros sentidos. La discordia y la hostilidad están presentes porque hay enemistad, y por eso a pesar de todo la serpiente quiere seguir haciendo daño en la mujer a toda su descendencia, inyectándole su veneno; la solución que queda para no ser picados es no andar sobre la tierra, sino que “pongámonos el calzado del Evangelio, que echa fuera el veneno de la serpiente y neutraliza su mordedura por tener calzados nuestros pies en el Evangelio” (San Ambrosio, De Fuga Mundi 7, 43). Por esto la Madre de los vivientes y del que habrá de venir a vivificar a la humanidad caída, será la que hiera la cabeza de la serpiente cuando intente herirle el talón a ella, y en ella, a la descendencia que Cristo salva.
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
María es la nueva Eva, que engendra a Cristo, el Nuevo Adán, y ya que Eva nació sin madre se explica que Jesús naciera sin padre carnal (cf. San Cirilo de Jerusalén); María no sufre al parir y no muere al morir sino que duerme la que no ha sido mordida por la serpiente. Está claro que Dios no impone la muerte sino que es consecuencia del pecado, por eso llama a Eva la madre de los que viven. En el pasaje se ve que en un instante condena, pero en otro perdona, en uno el árbol es la causa de la caída y de la salida del paraíso y en otro es el árbol en el que pende la salvación que nos levanta y nos devuelve al paraiso. La obediencia de María es la que borra la maldición que selló Eva por su desobediencia; María se dejó seducir por un ángel, mas no por una malvada serpiente; por medio del anuncio del ángel María fue evangelizada para que llevase a Dios por la obediencia a su palabra, en cambio Eva se dejó seducir por las seductoras palabras del demonio las cuales llevó a Adán; la Virgen María es la abogada de la virgen Eva; Ella, que es la mujer nueva, es la que desata los nudos que había hecho en la humanidad la desobediencia de la mujer vieja. (cf. San Ireneo de Lión).
(Fotografía: Inmaculada del Seminario de Toledo)