La Presentación de la Madre de Dios en el Templo, en la Tradición Bizantina (21-XI)


El día 21 de Noviembre, en la Tradición Bizantina, se celebra una de las Doce Grandes Fiestas: la Presentación de la Madre de Dios en el Templo. Es una fiesta de origen jerosolimitano, ya que está ligada a la dedicación de una iglesia en la Ciudad Santa de Jerusalén. Muchos de los aspectos de la Fiesta, presentes en los textos litúrgicos, nos provienen del Protoevangelio de Santiago, un apócrifo que tiene un influjo notable en diversas fiestas litúrgicas en Oriente y Occidente.


En la Fiesta de hoy nos encontramos: el cortejo de las diez doncellas que acompañan a María, clara referencia a Mt 25: “vírgenes portando lámparas, haciendo camino alegremente a la siempre Virgen”; además Zacarías introduce a María en el Templo y en el Sancta Sanctorum: “Hoy es conducido al Templo del Señor el Templo que acoge a Dios, la Madre de Dios, y Zacarías la recibe...”; por último, el alimento con el cual es alimentada María por el arcángel Gabriel, prefiguración del alimento que es la Palabra de Dios y los Dones Santos que se reciben en el Templo, es decir, en la Iglesia: “Nutrida fielmente con pan celestial, oh Virgen, en el Templo del Señor, Tú has engendrado para el mundo al Verbo, pan de vida...”.


La celebración del día 21 tiene un día de prefiesta, en el cual los textos litúrgicos anuncian aquello que será uno de los puntos constantes en la celebración: la gloria del cielo, de toda la creación, de los ángeles y de los hombres por el misterio que Dios lleva a cabo en y por medio de la Madre de Dios. La Fiesta se prolonga hasta el día 25.


La Liturgia del 21 de Noviembre, usando una de las imágenes bíblicas más fuertes y frecuentes, nos hace ver a María, acogida en el Templo, que llega a ser Ella misma Templo, Aquella que acoge: Ella es Tabernáculo santificado, niña que es también casa de Dios, arca, templo espiritual, trono, palacio, lecho nupcial, títulos todos que la tradición cristiana le ha aplicado en el misterio de su Maternidad Divina: “...veneremos su morada santificada, el arca viviente, que ha acogido al Verbo que nada puede contener...”; “...es nutrida por un ángel Aquella que es Templo santísimo de nuestro Santo Dios...”. El mismo arcángel Gabriel, que será enviado por Dios a Nazaret para portar el alegre anuncio del nacimiento del Verbo según la carne, es mandado también ahora a María en su estancia en el templo: “...Tú has sido llevada al Templo del Señor para ser elevada al Santo de los Santos, como criatura santificada. Entonces a Tí, Inmaculada, fue enviado también Gabriel, para portarte alimento...”; “...escucha, joven Virgen pura: diga Gabriel el designio antiguo y veraz del Altísimo. Apresúrate a acoger a Dios, porque gracias a Tí el inmenso habitará con los mortales”.


Uno de los troparios de las Vísperas resume, con una belleza casi única, todo el misterio de esta fiesta: la gloria de la creación, el misterio de María, convertida en Madre de Dios, su virginidad y su maternidad, el ángel anunciador de la buena nueva: “Hoy nosotros, esta gran multitud de fieles aquí reunidos, celebramos espiritualmente una fiesta solemne, y piadosamente aclamamos a la Virgen, Hija de Dios y Madre de Dios, que es conducida al Templo del Señor: Ella que fue elegida por todas las generaciones, para ser el tabernáculo de Cristo, Soberano universal y Dios de todas las cosas. Oh vírgenes, haced camino portando lámparas, para honrar el augusto paso de la siempre Virgen. Oh madres, depuesta toda tristeza, seguidla llenas de gozo, para celebrar a Aquélla que llega a ser la Madre de Dios, causa de la alegría del mundo. Por tanto, todos, junto con el ángel, gritamos con alegría: ¡Alegraos! Por la llena de gracia, por Aquella que siempre intercede en favor de nuestras almas”. El tropario de la Fiesta, también, presenta este día como el preludio de la benevolencia y de la salvación de Dios, es decir, la Encarnación del Verbo de Dios: “Hoy es el preludio del beneplácito del Señor, y el primer anuncio de la salvación de los hombres...”. De hecho, a partir del 16 de Noviembre, la Tradición Bizantina inicia la “Cuaresma de Navidad”, el periodo en el cual, sobretodo de un punto de vista ascético, la Iglesia se prepara a la celebración de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.


El rezo de Vísperas prevé tres lecturas del Antiguo Testamento: Ex 40, 1s: la consagración de la Tienda del Encuentro y la presencia gloriosa de la nube para indicar la gloria del Señor que la llena. 3Re 8, 1s: Introducción del Arca del Alianza del Señor en el Templo de Salomón. Ez 43, 27- 44, 4: La gloria del Señor que llena el Templo, y la puerta cerrada, abierta solamente por el Señor. Por lo que respecta al Evangelio, en el Matutino está la perícopa de Lc 1, 39-49. 56: la Visitación; mientras que en la Divina Liturgia encontramos Lc 10, 38-42; 11. 27-28: la perícopa de Marta y María y la aclamación: “dichosos los que escuchan la Palabra de Dios”.


En el rezo del Matutino, el canon atribuido a Jorge de Nicodemia (+860) une cada una de las odas cantadas con la Madre de Dios: “Abriré mi boca, se colmará mi espíritu, y proferiré un discurso para la Madre y Reina...”; “Cual fuente viva y copiosa, oh Madre de Dios, fortalece a tus cantores...”; “Contemplando el inescrutable consejo divino de tu Encarnación por medio de la Virgen, oh Altísimo, el profeta Habacuc exclamaba: Gloria a tu poder, Señor”. Además el último de los troparios de cada uno de las odas nos da la clave cristológica de lectura a cada uno de ellos: “Cristo nace, rendidle gloria; Cristo desciende de los cielos, salid a su encuentro; Cristo está en la tierra, levantaos. Cantad al Señor tierra entera, y celebradlo con alegría, oh pueblos, porque es glorificado”; “Al Hijo que antes de los siglos inmutablemente ha sido engendrado por el Padre, y en los últimos tiempos por la Virgen, sin semen, se ha encarnado, a Cristo Dios aclamamos: Tú que has alzado nuestra frente, Tú eres santo, Señor”; “El monstruo marino, de su estómago, ha expulsado como un embrión a Jonás, como lo había recibido; el Verbo, tras haber morado en la Virgen y haber asumido la carne, de Ella sale, dejándola incorrupta: porque Él a la Madre ha preservado indemne de la corrupción a la cual no estaba sometida”.


El Icono de la Fiesta nos muestra a la Madre de Dios acogida por el Sumo Sacerdote en el Templo, presentada por Joaquín y Ana. María es una joven adulta, que entra en el Templo de la tierra para prepararse a ser Templo del Altísimo. En un ángulo del icono vemos el cortejo de las vírgenes que han acompañado a María, y a la derecha, al ángel Gabriel que porta el alimento a María. La Madre de Dios, el 21 de Noviembre, es presentada sobretodo como Aquella que llega a ser Templo, Casa de Dios, y, por tanto, tipo, imagen de aquello que todo cristiano llega a ser por medio del Bautismo. Su entrada, su vida en el Templo, son, como también nuestra entrada, nuestra vida en el templo, es decir, en Cristo, según su Evangelio. Ésta es, entonces, la benevolencia de Dios, la salvación de los hombres, que es hacerlos llegar a ser tabernáculo, templo, trono, palacio, casa de Cristo, Dios entre los hombres, como canta el tropario propio de la Fiesta: “Hoy es el preludio del beneplácito del Señor, y el primer anuncio de la salvación de los hombres. A los ojos de todos, la Virgen se muestra en el Templo de Dios, y preanuncia a todos al Cristo. Nosotros también con gran voz la aclamamos: Nos alegramos, cumplimiento de la Economía del Creador
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(Traducción del original italiano publicado por el Padre Manuel Nin, OSB, en L'Osservatore Romano: Salvador Aguilera López)