Extracto del Calendario Litúrgico del Rito Hispano-Mozárabe del año litúrgico 2009-2010.
El Ordo Missae del Missale Hispano-Mozarabicum (n. 16) prevé que los fieles, durante el canto del sacrificium, puedan llevar su ofrenda al altar. El sacerdote puede decir en secreto una oración en la que se dice: «y recibe nuestra propia vida como sacrificio agradable a ti». La tendencia habitual en el rito romano es escoger sin más a unos bautizados para que lleven procesionalmente el pan y el vino al altar. Pero la procesión no es una mera ceremonia funcional, sino que tiene un profundo sentido teológico. El hecho de que los ministros del altar lleven al altar el pan y el vino, además tener un sentido práctico –están más cerca–, se debe también a que ellos, por su vida moral –eran acólitos o subdiáconos– podían llevarlos como propios y en nombre del pueblo santo de Dios. Además, ellos comulgarían de los dones que presentaban. Estos principios también deben regir la procesión de los dones realizada por laicos fuera del santuario.
Ya desde el Concilio de Elvira (año 300) se prescribía que los que presentan los dones deben, a su vez, comulgar de los mismos. En principio fundamental es que los fieles aportan pan y vino y, después de la súplica sacerdotal, reciben el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El mismo concilio deja entrever que es el sacerdote o el obispo el que recibe los dones, a diferencia de algunos ritos orientales en los que el diácono los recibe y lleva al altar. Así, nos encontramos dos procesiones: de ofrendas hacia el altar y de dones eucaristizados hacia la nave.
Ya desde el Concilio de Elvira (año 300) se prescribía que los que presentan los dones deben, a su vez, comulgar de los mismos. En principio fundamental es que los fieles aportan pan y vino y, después de la súplica sacerdotal, reciben el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El mismo concilio deja entrever que es el sacerdote o el obispo el que recibe los dones, a diferencia de algunos ritos orientales en los que el diácono los recibe y lleva al altar. Así, nos encontramos dos procesiones: de ofrendas hacia el altar y de dones eucaristizados hacia la nave.
Además de este principio teológico-litúrgico está el moral. En efecto, no puede comulgar quien esté impedido por la vida que lleva, pues comería su propia condenación: «Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo come y bebe su propia condenación» (1Cor 11, 28s). Quien presenta los dones debe ser capaz de comulgarlos una vez transformados. De este modo, ofrecer y comulgar están unidos desde un punto de vista moral.
La oración sacerdotal nos deja ver la dimensión espiritual de la procesión de dones: siendo moralmente capaces de ofrecer y comulgar los dones, también son capaces de ofrecer con sinceridad la propia vida como sacrificio agradable a Dios, como un culto espiritual (Rm 12, 1).