Transcripción de La Ermita:
De los oficios de las horas: Tercia, Sexta y Nona
Durante las horas Tercia, Sexta y Nona, Daniel y los tres jóvenes ofrecieron súplicas (Dan 6,13), es a saber, para que desde el comienzo del día el tiempo de oración, a lo largo de las tres horas nos invitasen a reverenciar la Trinidad para que igualmente, desde la Tercia a la Sexta y también hasta la Nona, por determinados espacios, medidos por el transcurso de la luz, adoráramos la Trinidad tres veces durante la jornada. Ocurre además en confirmación de la Santísima Trinidad, que el Espíritu Santo a la hora de Tercia, es decir, en lugar, número y tiempo, bajó a la tierra para inundarla de la gracia que Cristo había prometido (Act 2,115).
Asimismo, a la hora de Sexta sufrió Cristo la Pasión y hasta la de Nona sufrió los tormentos del patíbulo. Tal es el misterio que en tiempo establecido para la oración de tres en tres horas, adoremos frecuentemente la Santísima Trinidad con alabanzas o la invoquemos con súplicas. Aunque computando la diurna solemnidad, de cuatro en cuatro horas hasta el oficio vespertino, es decir, cuatro ternas, se significa el mund dividido en cuatro partes y salvado por la Trinidad. Es más, también las estaciones y vigilias militares nocturnas, divididas en cuatro espacios, se suceden de tres en tres horas, para que hasta en los mismos deberes nocturnos y profanos sea venerado el misterio de la Trinidad.
De las Vísperas
Las Vísperas señalan el fin del Oficio diurno y el ocaso de la luz alternativa; a ejemplo del Antiguo Testamento es celebración solemne. Era costumbre de los antiguos ofrecer a esta hora los sacrificios y perfumar el altar con aromas e incienso (Éx 29,41); testigo de ello es aquel cantor de himnos, desempeñando el regio y sacerdotal servicio, al decir: Ascienda mi oración en tu presencia, el levantar de mis manos, sacrificio vespertino (Sal 140,2).
También en el Nuevo Testamento, a la misma hora Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuando cenaban los Apóstoles, les entregó el misterio de su Cuerpo y de su Sangre, para que a la hora misma del sacrificio significase el ocaso del mundo; por lo cual, en honor y memoria de tan altos sacramentos es justo que nosotros en esas horas nos presentemos ante la mirada de Dios y cantemos, dándole el culto de nuestras oraciones, ofreciéndoles el sacrificio y, al mismo tiempo, gocemos en sus alabanzas. El Véspero recibe el nombre de la estrella llamada Vespertina, que aparece a la puesta del sol, de ella habla el profeta: Y hace que salga el Véspero sobre los hijos de los hombres (Job 38,32).
De las Completas
Acerca de la celebración de las Completas también encontramos ejemplos en los Padres, cuando dice el profeta David: No subiré al lecho de mi tienda, ni entregaré mis ojos al sueño, ni daré somnolencia a mis párpados, ni tranquilidad a mis afanes, hasta que encuentre lugar para el Señor, tabernáculo para el Dios de Jacob (Sal 131,3-5) ¿Quién no se asombrará de tan gran devoción del alma y el amor de Dios que escondía en su pecho el rey y profeta, para casi privarse del sueño, sin el cual desfallece el cuerpo humano, hasta encontrar lugar y templo para el Señor? Por lo tanto, tal hecho nos debe profundamente recordar que, si queremos ser territorio del Señor y ser considerados su tabernáculo y su templo, imitemos, en cuanto nos sea posible, los ejemplos de los santos, para que no se pueda decir de nosotros lo que leemos de otros: Se durmieron y nada encontraron (Sal 75,6).
De la antigüedad de las Vigilias
Antigua es la consagración de las Vigilias, bien familiar de todos los santos. El profeta Isaías clamaba al Señor diciendo: Vigila de noche mi alma hacia ti, mi Dios, porque son luz tus preceptos sobre la tierra (Is 26,9) También David, consagrado con regia y profética unción, canta así: Me levantaba a media noche para alabarte por la justicia de tus sentencias (Sal 118,62).
A esa hora pasó el ángel exterminador hiriendo a los primogénitos de los egipcios (Éx 12,29-30).
Por ello nos conviene vigilar para que no nos amenace la tragedia de los egipcios. Y a esas mismas horas aseguró el Señor en el Evangelio que había de venir, y así, para animar a sus oyentes a la vigilancia les anunció: Bienaventurados los criados, que cuando llegue el señor los encuentre vigilando (Lc 12,37). Ya llegue, les dice, al atardecer, a la media noche o al canto del gallo y los encuentre vigilantes, dichosos serán (Mc 13,35). Por tanto, estad preparados, porque no sabéis a qué hora ha de venir el Hijo del Hombre (Lc 12,37).
Y no solo de palabra nos enseñó a vigilar, también lo confirmó con el ejemplo, como asegura el Evangelio: Pasaba Jesús la noche orando a Dios (Lc 6,12). También Pablo y Silas: Estando encarcelados y orando a la media noche, y recitando himnos, que escuchaban todos los detenidos, como nos recuerdan, sacudida, de repente, la tierra por un terremoto, se derrumbó la cárcel hasta los cimientos e instantáneamente se abrieron las puertas, y de todos cayeron las cadenas (Act 16,23-26).
Por eso conviene que en esas horas mantengamos la costumbre de cantar y recitar salmos de tan santos oficios y esperar tranquilos nuestro final, si nos encuentra en tal ocupación. No falta cierta especie de herejes que juzgan inútiles las vigilias sagradas y de ningún valor para la vida espiritual, arguyendo que se profanan los mandatos divinos, porque Dios hizo la noche para el descanso, al igual que el día para el trabajo. En lengua griega se les llama a tales herejes nyctages, es decir, soñolientos.
De los Maitines
De la antigüedad y excelencia de los Maitines es testigo el mismo profeta David cuando dice: Al venir el alba meditaré en Ti, Señor, porque te has constituido en mi ayuda (Sal 62,7-8), y en otro lugar: Se volvieron hacia Ti, al amanecer, mis ojos, para meditar tus palabras (Sal 118,148).
Nos enseña Casiano que el oficio de las solemnidades matutinas, introducido no hace mucho tiempo, comenzó en el monasterio de Belén, donde Nuestro Señor Jesucristo se dignó nacer de una Virgen para la redención del género humano. Desde allí se extendió por todo el mundo la costumbre de tal celebración.
Asimismo se reza al amanecer para celebrar la resurrección de Cristo. A la luz radiante de la madrugada Nuestro Señor y Salvador resucitó de los infiernos, cuando comenzaba a nacer para los fieles la luz, que a la muerte de Cristo se había ocultado para los pecadores. También creemos que a esa hora llegará para todos la esperanza de la futura resurrección, cuando los justos y todos los difuntos se despertarán como resurgiendo del sopor del sueño, de esta muerte temporal.
San Isidoro de Sevilla, De los oficios eclesiásticos. Traducción por Antonio Viñayo González. Editorial Isidoriana. León 2007, pp. 63-68.