La Navidad en el verano.

Este título puede sorprender pero así se llamaba en el medioevo a la natividad de San Juan Bautista. Ya desde los primeros siglos se constata la celebración de la fiesta del último de los profetas así en el S. IV los cristianos con gran solemnidad celebraban su fiesta. Todos los baptisterios de la cristiandad estaban bajo su nombre partiendo del de San Juan de Letrán de Roma. El culto a San Juan Bautista adquirió enseguida gran importancia en Roma y en todo el occidente pero su veneración sin duda ninguna comenzó en oriente. A esto se debe el ser precursor del Salvador, el tener la dignidad de profeta del Altísimo, el mismo Jesucristo en el evangelio lo ensalza. La justificación de que su fiesta con la categoría de solemnidad se celebre el 24 de junio se debe a varios motivos: en el texto de la anunciación del ángel a María el ángel menciona que Isabel, su prima, está de seis meses, según este cómputo el nacimiento de Juan el Bautista fue en junio, aunque ciertamente esto no es del todo exacto porque el calendario hebreo no se corresponde con el calendario latino, pero sobre todo se ha querido unir la liturgia cósmica del solsticio de verano con la liturgia terrena que celebra al que anunció el sol que nace de lo alto. El solsticio de verano ya era para los paganos motivo de celebración por el misterio cósmico que envolvía dicho acontecimiento; “apartando a los fieles de la seducción de los cultos que divinizaban el sol y orientando la celebración de éste hacia Cristo, verdadero sol de la humanidad” (Juan Pablo II, -Díes Domini nº 27-). De esta manera la iglesia ha querido purificar la cultura pero cancelando algunos elementos paganos y manteniendo el significado cósmico y dándole un carácter sacramental. No se puede olvidar que la revelación natural del cosmos ha dado paso a la revelación sobrenatural de la palabra hecha carne, conjugando en sus celebraciones la revelación natural y la sobrenatural; “los cielos cantan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento” (Sal. 19.2). La liturgia de la iglesia ha simbolizado, tomando el fenómeno cósmico de mayor luz solar interpretándolo y actualizándolo en la liturgia, Juan Bautista en el evangelio dice: “es preciso que El crezca y que yo disminuya”(Jn.3.30) ya que a partir del solsticio de verano comienza a disminuir las horas de luz solar hasta la Navidad que el solsticio de verano donde de nuevo comienzan a aumentar simbolizando a Cristo “El es el verdadero sol” (San Cipriano), “El es el nuevo sol.”(San Agustin). “La misión de Juan venido para dar testimonio de la luz, ha dado origen a un sentido cristiano de las hogueras que se encienden la noche del 23 de junio: la iglesia las bendice implorando que los fieles superadas las tinieblas del mundo, alcancen a Dios, luz indefectible (directorio sobre la piedad popular y la liturgia, nº 225). El día de San Juan Bautista era por eso llamado el “díes lampadarum” y el mes de junio, llamado el mes de San Juan o de las Lámparas. Estas típicas hogueras de San Juan se realizan prácticamente en toda la cristiandad, en algunos lugares se confeccionan muñecos que representan al demonio arrojado al fuego, símbolo de la llegada del reino de Cristo. El uso antiguo prescribía para este día, al igual que en la Navidad y como analogía de ésta, tres Misas.
Manuel Flaker Labanda.