La Eucaristía en san Pablo: “Cuerpo de Cristo, Cuerpo de la Iglesia”
Pablo es uno de los testigos privilegiados, dentro del Nuevo Testamento, al que debemos acudir si queremos comprender en profundidad el sacramento de la Eucaristía, máxime cuando estamos celebrando un Año Paulino en toda la Iglesia.
Es cierto que, en sus cartas, habla pocas veces de la Eucaristía, solamente lo hace en los capítulos 10 y 11 de la Primera Carta a los Corintios. En ambos casos, además, no se refiere a ella directa, sino indirectamente, con ocasión de las consultas que le hacen los cristianos de Corinto.
Pablo no pretende defender apologéticamente la verdad teológica de la presencia real de Cristo en el sacramento, que no era negada, sino sacar de la Eucaristía consecuencias prácticas para la vida cotidiana de la comunidad.
Corinto era una gran ciudad cosmopolita, abrumadoramente pagana, con infinidad de templos, y con fama de moralmente corrupta. La iglesia local era una comunidad cristiana entusiasta, muy orgullosa de su ciencia y sus carismas, pero que olvidaba a sus miembros más débiles. El Apóstol les recuerda que lo esencial no son los dones, sino la edificación fraterna desde el amor; si la ciencia no lleva al amor está vacía. Hay entre los cristianos una grave fractura que contradice el Evangelio: por un lado los fuertes y sabios, por otro los indoctos y pobres.
Respecto al modo en que se celebraba la eucaristía en aquella comunidad, parece deducirse que, al reunirse la comunidad, tenían primero un ágape, una cena festiva y solidaria, al menos en su intención. Pero no todos llegaban a tiempo a ella; unos llegaban antes con sus propios alimentos y comían y bebían en abundancia, llegando incluso a embriagarse. Cuando llegaban los cristianos pobres, sin comida, simplemente miraban, ansiando aquello que los otros derrochaban.
Después de esto, pasaban juntos a celebrar lo específico de la Eucaristía, con los gestos y palabras sacramentales de bendición del pan y del vino. No dice nada, pero es de suponer que, antes de repartir las especies eucarísticas, leían y comentaban las Escrituras.
Para Pablo, la Eucaristía une a Cristo de una manera total: “la copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (10,16). Comunión (koinonia) significa participar, junto con otros, de una realidad salvífica, que pasa a formar parte de mí. No dice cómo se da realmente esta participación de la sangre y del cuerpo glorioso de Cristo, pero para Pablo es incuestionable que esto es lo que ocurre cuando celebramos la Eucaristía.
Los cristianos tienen el sacramento del altar para unirse a Cristo, por lo que no deben participar de los banquetes paganos, “Así que no podéis beber de la copa del Señor y de la copa de demonios” (10,21). La comunión con Cristo excluye todas las demás “comuniones”.
Además, esas comidas rituales unen a los paganos, y eso supone separarse de la mesa cristiana, unida por una sola Eucaristía: “Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (10,17). Por tanto, la Eucaristía une a Cristo y une a la Iglesia al mismo tiempo. Porque participamos de un solo pan, el cuerpo de Cristo, la Iglesia se hace un solo pan y un solo cuerpo.
Respecto a las divisiones, Pablo les reprocha que, aunque se sigan reuniendo, “eso ya no es comer la cena del Señor” (11,20), porque no son fieles a la intención fundamental que Cristo quiso dar a la Eucaristía. Es un pecado contra la fraternidad; obrando así desprecian a la comunidad y avergüenzan a los que no tienen con su ostentación egoísta.
Les recuerda el sentido primero de la Cena del Señor, para que examinen si están siendo realmente fieles a él. Es una tradición que se remonta hasta el mismo Jesús, Cristo fue entregado, nos dio su propio cuerpo (su vida entera, su ser) y mandó a la comunidad que celebrara esto como memorial de su entrega a los demás. Entonces, ¿cómo llamar “cena del Señor” a lo que hacen los corintios, cuando no son capaces de esperarse los unos a los otros, no parten su banquete con el pobre, y avergüenzan a los necesitados y a la comunidad? La disposición comunitaria –unidad, compartir, respeto, amor- es esencial, según Pablo, para que se de la verdadera Eucaristía.
¿Puede haber Eucaristía, verdadera cena del Señor, allí donde, aún existiendo los elementos indispensables para la validez, como son la materia, la forma, el ministro, etc., faltan la caridad y el amor fraterno? ¿Es menos esencial que haya pan ázimo y vino sin aditivos que el hecho de que sea una comunidad unida y reconciliada la que celebre?
Las palabras de Jesús “haced esto en conmemoración mía” son mucho más que una invitación a reproducir los gestos rituales y las palabras, exigen que se den las mismas circunstancias que se dieron en su Cena, la entrega de la vida por amor.
Benedicto XVI comentando esta enseñanza de san Pablo decía, en la Audiencia general del jueves 11 de diciembre de 2008: “Cristo se une personalmente a cada uno de nosotros, pero el mismo Cristo nos une también con el hombre y con la mujer que están a mi lado. Y el pan es para mí y también para el otro. Así Cristo nos une a todos consigo y nos une entre nosotros, uno con otro (...) Cristo y el prójimo son inseparables en la Eucaristía. Y así todos somos un solo pan, un solo cuerpo. Una Eucaristía sin solidaridad con los demás es un abuso de la Eucaristía”.
Rubén García Peláez
Pablo es uno de los testigos privilegiados, dentro del Nuevo Testamento, al que debemos acudir si queremos comprender en profundidad el sacramento de la Eucaristía, máxime cuando estamos celebrando un Año Paulino en toda la Iglesia.
Es cierto que, en sus cartas, habla pocas veces de la Eucaristía, solamente lo hace en los capítulos 10 y 11 de la Primera Carta a los Corintios. En ambos casos, además, no se refiere a ella directa, sino indirectamente, con ocasión de las consultas que le hacen los cristianos de Corinto.
Pablo no pretende defender apologéticamente la verdad teológica de la presencia real de Cristo en el sacramento, que no era negada, sino sacar de la Eucaristía consecuencias prácticas para la vida cotidiana de la comunidad.
Corinto era una gran ciudad cosmopolita, abrumadoramente pagana, con infinidad de templos, y con fama de moralmente corrupta. La iglesia local era una comunidad cristiana entusiasta, muy orgullosa de su ciencia y sus carismas, pero que olvidaba a sus miembros más débiles. El Apóstol les recuerda que lo esencial no son los dones, sino la edificación fraterna desde el amor; si la ciencia no lleva al amor está vacía. Hay entre los cristianos una grave fractura que contradice el Evangelio: por un lado los fuertes y sabios, por otro los indoctos y pobres.
Respecto al modo en que se celebraba la eucaristía en aquella comunidad, parece deducirse que, al reunirse la comunidad, tenían primero un ágape, una cena festiva y solidaria, al menos en su intención. Pero no todos llegaban a tiempo a ella; unos llegaban antes con sus propios alimentos y comían y bebían en abundancia, llegando incluso a embriagarse. Cuando llegaban los cristianos pobres, sin comida, simplemente miraban, ansiando aquello que los otros derrochaban.
Después de esto, pasaban juntos a celebrar lo específico de la Eucaristía, con los gestos y palabras sacramentales de bendición del pan y del vino. No dice nada, pero es de suponer que, antes de repartir las especies eucarísticas, leían y comentaban las Escrituras.
Para Pablo, la Eucaristía une a Cristo de una manera total: “la copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (10,16). Comunión (koinonia) significa participar, junto con otros, de una realidad salvífica, que pasa a formar parte de mí. No dice cómo se da realmente esta participación de la sangre y del cuerpo glorioso de Cristo, pero para Pablo es incuestionable que esto es lo que ocurre cuando celebramos la Eucaristía.
Los cristianos tienen el sacramento del altar para unirse a Cristo, por lo que no deben participar de los banquetes paganos, “Así que no podéis beber de la copa del Señor y de la copa de demonios” (10,21). La comunión con Cristo excluye todas las demás “comuniones”.
Además, esas comidas rituales unen a los paganos, y eso supone separarse de la mesa cristiana, unida por una sola Eucaristía: “Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (10,17). Por tanto, la Eucaristía une a Cristo y une a la Iglesia al mismo tiempo. Porque participamos de un solo pan, el cuerpo de Cristo, la Iglesia se hace un solo pan y un solo cuerpo.
Respecto a las divisiones, Pablo les reprocha que, aunque se sigan reuniendo, “eso ya no es comer la cena del Señor” (11,20), porque no son fieles a la intención fundamental que Cristo quiso dar a la Eucaristía. Es un pecado contra la fraternidad; obrando así desprecian a la comunidad y avergüenzan a los que no tienen con su ostentación egoísta.
Les recuerda el sentido primero de la Cena del Señor, para que examinen si están siendo realmente fieles a él. Es una tradición que se remonta hasta el mismo Jesús, Cristo fue entregado, nos dio su propio cuerpo (su vida entera, su ser) y mandó a la comunidad que celebrara esto como memorial de su entrega a los demás. Entonces, ¿cómo llamar “cena del Señor” a lo que hacen los corintios, cuando no son capaces de esperarse los unos a los otros, no parten su banquete con el pobre, y avergüenzan a los necesitados y a la comunidad? La disposición comunitaria –unidad, compartir, respeto, amor- es esencial, según Pablo, para que se de la verdadera Eucaristía.
¿Puede haber Eucaristía, verdadera cena del Señor, allí donde, aún existiendo los elementos indispensables para la validez, como son la materia, la forma, el ministro, etc., faltan la caridad y el amor fraterno? ¿Es menos esencial que haya pan ázimo y vino sin aditivos que el hecho de que sea una comunidad unida y reconciliada la que celebre?
Las palabras de Jesús “haced esto en conmemoración mía” son mucho más que una invitación a reproducir los gestos rituales y las palabras, exigen que se den las mismas circunstancias que se dieron en su Cena, la entrega de la vida por amor.
Benedicto XVI comentando esta enseñanza de san Pablo decía, en la Audiencia general del jueves 11 de diciembre de 2008: “Cristo se une personalmente a cada uno de nosotros, pero el mismo Cristo nos une también con el hombre y con la mujer que están a mi lado. Y el pan es para mí y también para el otro. Así Cristo nos une a todos consigo y nos une entre nosotros, uno con otro (...) Cristo y el prójimo son inseparables en la Eucaristía. Y así todos somos un solo pan, un solo cuerpo. Una Eucaristía sin solidaridad con los demás es un abuso de la Eucaristía”.
Rubén García Peláez
León (España)