1. En la antigüedad señal de la cruz se hacía con el dedo pulgar, sólo sobre la frente y sin ser acompañado por ninguna fórmula trinitaria, aunque seguramente acompañado por alguna invocación tomada de los salmos.
La signación evocaba la unción con el Crisma realizada por el obispo en el neobautizado como sello de su pertenencia a Cristo y de la condivisión a su misión.
El signo de la cruz era, por esto en el inicio, una profesión de fe ante todo cristológica.
2. Después de los grandes concilios, entre los siglos IV y V, que afrontan la identidad de Jesús, el misterio trinitario, la unicidad de la naturaleza divina en tres personas, iniciando en el Oriente, se difunde el uso de signarse la frente y también el pecho, siempre con un pequeño signo de cruz, con dos o tres dedos, aludiendo o bien a las dos naturalezas de Cristo o a la Trinidad, tal como se continúa hoy haciendo entre los cristianos de las Iglesias de Oriente.
3. El gran signo de la cruz sobre la parte alta del cuerpo y unido a la profesión de fe trinitaria que practicamos en la Iglesia católica, es un uso común en el siglo X (Cf. M. Righetti, Historia de la liturgia, I).
Por tanto, el signo de la cruz, antes de ser una profesión de fe en la Trinidad era un gesto para manifestar la propia identidad cristiana y para invocar la protección de Cristo como se nos dice en la Tradición Apostólica de Hipólito (hacia 215): “Si eres tentado, haz con piedad la señal de la cruz en tu frente. Este signo de la Pasión es un signo manifiesto y conocido contra el Diablo, si lo haces con fe, no para ser visto por los hombres, sino para presentarlo con sabiduría, como un escudo” (nº 42).
Es por este convencimiento de la fuerza de la cruz de donde surge el uso, de tipo exorcístico, de bendecir a las personas y a las cosas con la señal de la cruz que sustituirá la originaria imposición de las manos.
La estricta relación entre el rito de bendición y el signo de la cruz, ha hecho que en tardo medievo, cuando seguramente la mayor parte de los fieles no conocían el latín, cada vez que se llegaba a un final que evocase la bendición, se hiciera el signo de la cruz.
Este uso ha quedado unido al “Benedictus” y a los otros dos cánticos evangélicos por asimilación al igual que hasta la reforma conciliar de la Misa, se realizaba en el “Sanctus” durante las palabras “Bendito el que viene...”
En la Liturgia de las Horas, el signo de la cruz da inicio al rito. Y este rito y este gesto está acompañado del versículo 2 del Salmo 69: “Dios mío ven en mi auxilio. Señor date prisa en socorrerme”. Esta invocación, ya habitual, era usada seguramente por los cristianos desde los primeros siglos y con mucha probabilidad unida a la señal de la cruz aún cuando no era una fórmula trinitaria sino cristológica.
Jesús Enrique García Rivas