En muchos lugares se ha abandonado el rito en el que el sacerdote se lavaba las manos, bien después de depositar en el altar la patena y el cáliz, bien después de la incensación.
Los argumentos para el abandono se pueden reunir en los tres tipos:
1. Los primeros, de tipo histórico, argumentan que el lavabo se introdujo en la liturgia por la necesidad práctica, que tenía el presidente de lavarse las manos después de la procesión de las ofrendas, puesto que estas consistían, la mayoría de las veces, en frutos de la tierra o incluso animales domésticos: ovejas, palomas. Este rito en la actualidad había perdido su sentido y se conservaría por mero arqueologísmo.
2. Los segundos los podemos clasificar de razones teológico-litúrgicos; puesto que el lavabo es un rito que expresa la purificación del sacerdote antes de la liturgia eucarística, habría que abandonarlo, porque el ordinario de la misa insiste en demasía en la actitud penitencial: El Acto penitencial; las oraciones al comienzo de la lectura del Evangelio, al final del Evangelio, al presentar los dones en el altar, antes de la comunión y durante la purificación de los vasos sagrados. Tales repeticiones serían innecesarias.
3. Los últimos argumentos son de carácter litúrgico celebrativo: Ante la ausencia de ministros, para evitar hacer grotesco gesto al mojarse la punta de los dedos en un cuenquito lleno de agua que reposa en la credencia.
El rito del lavabo es secundario, pero no por eso, hay que pensar que no es significativo o superfluo, pudiendo suprimirse sin más. La reforma del misal no lo ha suprimido en ninguna de sus ediciones. En la Introducción del misal romano del año 2000 aparece en el número 76: «A continuación, el sacerdote se lava las manos en el lado del altar. Con este rito se expresa el deseo de purificación interior». Responderemos a estas objeciones apuntando la necesidad de no suprimir este rito:
El gesto de una ablución ritual antes del acto de culto aparece en numerosas religiones. Los babilonios describían el agua llamándola «lo que purifica». Egipcios, griegos, persas, hindúes, exigen lavados rituales antes de la entrada en el templo o antes del dirigir el sacrificio en el caso de los sacerdotes. Los babilónicos practicaban un lavado de las manos antes de cualquier ofrenda. Los templos antiguos ofrecían en las puertas a sus fieles, jofainas y pilas de agua para la necesaria purificación. El lavado ritual expresa la convicción antropológica de que las cosas delicadas y bellas hay que tomarlas sin suciedad, con las manos limpias para no mancharlas.
El antecedente cristiano del lavabo lo encontramos en el Israel de Dios, y las purificaciones rituales para entrar en la comunión de mesa. La misma Haggadah shel Pésaj contiene una serie de lavados rituales. Jesucristo daba poca importancia a estos lavados si no iban acompañados de una actitud interior. Sin embargo, como Israelita piadoso lo practicaría en la mayoría de las ocasiones y sobre todo en el ritual de celebración de Pésaj.
1. Es una costumbre que se remonta al mismo Jesús.
Esta costumbre de Jesús podría explicar el hecho de que en la liturgia aparezca casi desde los comienzos: En la Tradición Apostólica, en Cirilo de Jerusalén, en las Constituciones de los apóstoles; más adelante en Teodoro de Mopsuestia y en el Pseudo-Dionisio. Las liturgias Etiópicas, antioquenas, nestoriana lo conocen. En el rito Jerosolimitano del siglo IV empezaba la misa ofreciendo el diacono al sacerdote presidente y a los otros asistentes una jofaina para lavarse las manos.
2. Continuada en la tradición de la iglesia en distintos lugares de la misa no sólo en el ofertorio
En las liturgias orientales el lavabo fue ocupando un significado de purificación antes de acercarse al altar. Según los ordines romanos el papa se lava las manos antes de la procesión después del oremos. Luego recogía el donativo para los pobres y volvía a practicar un segundo lavatorio. En el misal ambrosiano de 1902 existía un lavatorio de las manos antes de la consagración. El Ordo Romano VI prescribía el lavabo para los diáconos encargados de la fracción del pan. En algunas liturgias occidentales medievales existía el rito de un lavado de las manos en la sacristía antes de revestirse. La misa carolingia dominical empezaba con el rito de la aspersión sobre los fieles acompañado del canto: “Aspeges me Domine hyssopo et mundabor”
De lo expuesto se sigue que el rito del lavabo no era meramente funcional ni estaba unido a la procesión de ofrendas. Las liturgias orientales no conocen la procesión de ofrendas de la liturgia romana, aunque conocen otra procesión de carácter similar. En ordos franceses y germanos se conserva el lavabo antes de la recepción de la ofrenda. En la liturgia etiópica después de descubrir las ofrendas en el altar el presidente se lava las manos y no se las seca, sacudiendo el agua hacia el pueblo y advertirles el castigo divino a aquellos que, estando en un estado de indignidad, se acerque a la comunión
3. Sentido de purificación para acercarse al misterio
El sentido simbólico es el que atestigua la actual ordenación general del misal «el deseo de purificación interior ». Este sentido no tiene porque suponer una repetición innecesaria de las formulas de penitenciales. Estas se estructuran como círculos concéntricos en torno a los núcleos más importantes de la celebración: la Palabra de Dios y la plegaria Eucarística preparando a los sacerdotes y a los fieles para la participación interior necesaria. La vuelta recurrente a sobre unos principios puede ser considerada como una forma circular, y de compunción para acercarse al misterio augusto de Dios.
4. Hacer significativo el rito
Respecto al modo de hacerlo la Ordenación general del misal indica que sea en el lado del altar. Por supuesto, el ministro se lo tiene que ofrecer al sacerdote presidente y en su ausencia será el propio sacerdote el que vierta agua en una jofaina o palangana digna y amplia, para poder hacer el rito con expresividad y claro está no sobre el altar sino en la credencia. No es significativo meter la punta de los dedos en un cacharrito. La ausencia de ministro que ayude no puede ser escusa. Cuando alguien se lava la cara y las manos con jofaina y palangana es uno mismo el que echa el agua para lavarse: Primero se echa el agua en la palangana, de manera visible, y después se introduce las manos para lavarse.
Pedro Manuel Merino Quesada, pbro.
Los argumentos para el abandono se pueden reunir en los tres tipos:
1. Los primeros, de tipo histórico, argumentan que el lavabo se introdujo en la liturgia por la necesidad práctica, que tenía el presidente de lavarse las manos después de la procesión de las ofrendas, puesto que estas consistían, la mayoría de las veces, en frutos de la tierra o incluso animales domésticos: ovejas, palomas. Este rito en la actualidad había perdido su sentido y se conservaría por mero arqueologísmo.
2. Los segundos los podemos clasificar de razones teológico-litúrgicos; puesto que el lavabo es un rito que expresa la purificación del sacerdote antes de la liturgia eucarística, habría que abandonarlo, porque el ordinario de la misa insiste en demasía en la actitud penitencial: El Acto penitencial; las oraciones al comienzo de la lectura del Evangelio, al final del Evangelio, al presentar los dones en el altar, antes de la comunión y durante la purificación de los vasos sagrados. Tales repeticiones serían innecesarias.
3. Los últimos argumentos son de carácter litúrgico celebrativo: Ante la ausencia de ministros, para evitar hacer grotesco gesto al mojarse la punta de los dedos en un cuenquito lleno de agua que reposa en la credencia.
El rito del lavabo es secundario, pero no por eso, hay que pensar que no es significativo o superfluo, pudiendo suprimirse sin más. La reforma del misal no lo ha suprimido en ninguna de sus ediciones. En la Introducción del misal romano del año 2000 aparece en el número 76: «A continuación, el sacerdote se lava las manos en el lado del altar. Con este rito se expresa el deseo de purificación interior». Responderemos a estas objeciones apuntando la necesidad de no suprimir este rito:
El gesto de una ablución ritual antes del acto de culto aparece en numerosas religiones. Los babilonios describían el agua llamándola «lo que purifica». Egipcios, griegos, persas, hindúes, exigen lavados rituales antes de la entrada en el templo o antes del dirigir el sacrificio en el caso de los sacerdotes. Los babilónicos practicaban un lavado de las manos antes de cualquier ofrenda. Los templos antiguos ofrecían en las puertas a sus fieles, jofainas y pilas de agua para la necesaria purificación. El lavado ritual expresa la convicción antropológica de que las cosas delicadas y bellas hay que tomarlas sin suciedad, con las manos limpias para no mancharlas.
El antecedente cristiano del lavabo lo encontramos en el Israel de Dios, y las purificaciones rituales para entrar en la comunión de mesa. La misma Haggadah shel Pésaj contiene una serie de lavados rituales. Jesucristo daba poca importancia a estos lavados si no iban acompañados de una actitud interior. Sin embargo, como Israelita piadoso lo practicaría en la mayoría de las ocasiones y sobre todo en el ritual de celebración de Pésaj.
1. Es una costumbre que se remonta al mismo Jesús.
Esta costumbre de Jesús podría explicar el hecho de que en la liturgia aparezca casi desde los comienzos: En la Tradición Apostólica, en Cirilo de Jerusalén, en las Constituciones de los apóstoles; más adelante en Teodoro de Mopsuestia y en el Pseudo-Dionisio. Las liturgias Etiópicas, antioquenas, nestoriana lo conocen. En el rito Jerosolimitano del siglo IV empezaba la misa ofreciendo el diacono al sacerdote presidente y a los otros asistentes una jofaina para lavarse las manos.
2. Continuada en la tradición de la iglesia en distintos lugares de la misa no sólo en el ofertorio
En las liturgias orientales el lavabo fue ocupando un significado de purificación antes de acercarse al altar. Según los ordines romanos el papa se lava las manos antes de la procesión después del oremos. Luego recogía el donativo para los pobres y volvía a practicar un segundo lavatorio. En el misal ambrosiano de 1902 existía un lavatorio de las manos antes de la consagración. El Ordo Romano VI prescribía el lavabo para los diáconos encargados de la fracción del pan. En algunas liturgias occidentales medievales existía el rito de un lavado de las manos en la sacristía antes de revestirse. La misa carolingia dominical empezaba con el rito de la aspersión sobre los fieles acompañado del canto: “Aspeges me Domine hyssopo et mundabor”
De lo expuesto se sigue que el rito del lavabo no era meramente funcional ni estaba unido a la procesión de ofrendas. Las liturgias orientales no conocen la procesión de ofrendas de la liturgia romana, aunque conocen otra procesión de carácter similar. En ordos franceses y germanos se conserva el lavabo antes de la recepción de la ofrenda. En la liturgia etiópica después de descubrir las ofrendas en el altar el presidente se lava las manos y no se las seca, sacudiendo el agua hacia el pueblo y advertirles el castigo divino a aquellos que, estando en un estado de indignidad, se acerque a la comunión
3. Sentido de purificación para acercarse al misterio
El sentido simbólico es el que atestigua la actual ordenación general del misal «el deseo de purificación interior ». Este sentido no tiene porque suponer una repetición innecesaria de las formulas de penitenciales. Estas se estructuran como círculos concéntricos en torno a los núcleos más importantes de la celebración: la Palabra de Dios y la plegaria Eucarística preparando a los sacerdotes y a los fieles para la participación interior necesaria. La vuelta recurrente a sobre unos principios puede ser considerada como una forma circular, y de compunción para acercarse al misterio augusto de Dios.
4. Hacer significativo el rito
Respecto al modo de hacerlo la Ordenación general del misal indica que sea en el lado del altar. Por supuesto, el ministro se lo tiene que ofrecer al sacerdote presidente y en su ausencia será el propio sacerdote el que vierta agua en una jofaina o palangana digna y amplia, para poder hacer el rito con expresividad y claro está no sobre el altar sino en la credencia. No es significativo meter la punta de los dedos en un cacharrito. La ausencia de ministro que ayude no puede ser escusa. Cuando alguien se lava la cara y las manos con jofaina y palangana es uno mismo el que echa el agua para lavarse: Primero se echa el agua en la palangana, de manera visible, y después se introduce las manos para lavarse.
Pedro Manuel Merino Quesada, pbro.