¿Comunión a la pinza?

Flash litúrgico publicado en Liturgia y Espiritualidad.

Hay que ver lo difícil que resulta, a menudo, que los fieles que desean comulgar en la mano lo hagan de forma correcta. Y, en principio, no parece que este gesto necesite de grandes esfuerzos teóricos y prácticos para resolverlo con sentido. No pocas veces quedamos edificados al ver a católicos que comulgan en la mano con gran corrección y devoción. Gracias a Dios.

Sin embargo, lo más habitual, dentro de lo deficiente, es que mientras el sacerdote muestra el pan eucarístico ante el fiel, ya se empiecen a mover dos deditos a la manera de pinza que se va acercando, amenazadoramente, hacia la Eucaristía. Y si la cosa no se frena, irremediablemente, el improvisado cangrejo conseguirá su objetivo.

Debemos, pues, esforzarnos en hacer las cosas bien, con la piedad y la belleza que exigen las acciones litúrgicas.

Nuestra amiga la Institutio del Misal nos dice con claridad meridiana que no está permitido a los fieles tomar por sí mismos ni el pan consagrado ni el sagrado cáliz (cf. núm. 160). Quien practica, pues, la "comunión a la pinza" lo que está haciendo es tomar la Eucaristía por sí mismo y no expresar suficientemente que está acogiendo un don que viene de lo Alto.

Por ello, la comunión se recibe en la palma de la mano, bien abierta, como nuestro corazón debe estar abierto a los dones de la gracia que recibimos en la celebración litúrgica, y con la otra mano, con mucha unción religiosa, tomar el pan consagrado y llevarlo a la boca.

Y todo ello sin moverse del lugar donde se reciben estos santos dones. Nada de comulgar mientras se camina. La Instrucción Redemptionis sacramentum (2004) afirma lo siguiente: "Póngase especial cuidado en que el comulgante consuma inmediatamente la hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje teniendo en la mano las especies eucarísticas" (núm. 92). La razón de esta prescripción es obvia.
No debemos agobiar a los fieles con una constante cascada de prohibiciones y obligaciones. Esto no obstante, lo que obliga a los ministros ordenados es el deber de explicar las cosas, amablemente, con claridad, huyendo de argumentaciones intrincadas, y siempre haciendo ver el fruto espiritual que se recogerá al celebrar bien la sagrada liturgia, y al tratar santamente las cosas santas. ¡Ánimo colegas!

Jaume González Padrós