Flash litúrgico publicado en Liturgia y Espiritualidad 49 (2018).
Nos referimos, claro está, al color de los ornamentos sagrados. Aquí hay una confusión -otra más- que desaparece con una lectura atenta de nuestra amiga la Institutio del Misal Romano.
En el número 346 del citado documento se describe el uso de cada color, y se prescribe que se observe el uso tradicional de los mismos. Ello es algo ya sabido para quien esté familiarizado con la celebración litúrgica. Quizás una sorpresita se puede llevar alguno cuando lea el apartado e) del texto en cuestión; pero ahora no es el caso de nuestro Flash. Vayamos adelante.
Lo que aquí queremos destacar es lo que se lee en la última letra del número que glosamos, y que se trata de algo bastante desconocido para muchos fieles, incluso ministros ordenados de nuestro querido y sufrido rito romano. Nos referimos al apartado g).
En él podemos leer, literalmente: "En los días más solemnes pueden emplearse vestiduras sagradas festivas o más nobles, aunque no correspondan al color del día". Dixit.
O sea que el Misal tiene claro que, entre la ornamentación y el color manda la primera, sin ningún género de duda. Porque ello responde a la perfección al sentido del vestido sagrado. Con él se reviste el ministro, también sagrado (¡toma secularización!), para significar ante la asamblea y ante sí mismo su condición de icono del Kyrios, del Señor de la gloria que es quien, bajo el velo y la luz de los sacramentos, preside y actúa eficazmente en cada acción litúrgica. Por ello es imprescindible recordar algo tan obvio como que un ornamento que no ornamenta es algo contradictorio.
Y para acabar pongamos un ejemplo: si en una solemnidad muy solemne de la Santísima Virgen (color blanco) mi casulla más festiva y noble es de otro color, pues yo podré revestir esta y no aquella, aunque no sea de color blanco.
¿Que no es posible? ¿Que esto no te cuadra? Pero vamos a ver... querido lector, no seamos más misalistas que el Misal... Haciendo como decimos, estamos siendo fieles al pue de la letra a lo que disponen -en este caso, permiten- los libros litúrgicos sin ningún género de duda. Que ellos -los libros de nuestro rito- son generosos y saben de lo que hablan.
Jaume González Padrós