Narciso-Jesús Lorenzo
Artículo publicado en Liturgia y Espiritualidad 48 (2017)
1-¿Primacía de
las palabras sobre los ritos en la reforma litúrgica del Vaticano II?
Después de haber tratado en un artículo anterior el tema del
Misal como libro de oración, de la primera y principal oración de la Iglesia
que es la Eucaristía, fijamos ahora nuestra atención en su dimensión ritual. Al
estudiar el Misal casi siempre nos atenemos a sus textos, y en menor medida a su
ritualidad. Incluso, podríamos decir que la reforma litúrgica y su aplicación han
primado el papel de los textos sobre los ritos. Parecía que había que dar mayor
cabida y subrayado a los primeros, y reducir o “rejerarquizar” los segundos, de
acuerdo con el principio establecido en SC 21: “los textos y los ritos se han
de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que
significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente
y participar en ellas”. Y en relación con los ritos dice aún más en SC 34: “Los
ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros,
evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y,
en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones”. Se advierte,
pues, un propósito claro en el ámbito romano: acotar la extensión, suprimir,
reformar o reorientar la ritualidad (cfr. SC 50)[1].
1.2-La reforma litúrgica frente a la
arbitrariedad de algunas celebraciones
Si comparamos la celebración de la Misa según el vetus ordo y el novus ordo, observamos, sobre todo, cambios cuantitativos y
cualitativos importantes. Lo más llamativo visualmente serán las novedades en
su ritualidad. A este proceder legítimo, muy pronto, se añadirán en la praxis
cotidiana otros que no lo son: abusos y arbitrariedades sufridas por la Misa
romana, que han contribuido a de-formarla y des-naturalizar la liturgia; sin
que este proceder fuera propuesto o favorecido por la reforma litúrgica que
dice taxativamente: “La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia
exclusiva de la autoridad eclesiástica… Por lo mismo, nadie, aunque sea
sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la
Liturgia” (SC 22). Pasados más de cincuenta años desde la conclusión del
Concilio, logrados muchos objetivos, corregidas o mejoradas muchas cosas, soy
de la opinión de que está aún pendiente hacer una más ajustada y teológica
reivindicación de la ritualidad, por el hecho de tener ésta una naturaleza
sacramental. Por ser, en definitiva, la concreción formal, accesible,
localizable, de la economia salutis.
1.2-Superar prevenciones y prejuicios
ideológicos
Es necesario superar prevenciones y prejuicios que tienen
que ver más con una época relativamente reciente, que salía de un encorsetado
rubricismo, en el que se pasaba por alto la semántica teológica de los ritos, y
centraba su atención en la uniformidad jurídica y en la obediencia canónica
(baste comprobar el contenido de los libros de liturgia, como manuales de
rúbricas). Tiempos a los que tampoco son ajenos ciertos escepticismos y
sospechas de la teología contemporánea y de la espiritualidad respecto de la
ritualidad[2].
Simplificando mucho, esta mentalidad hunde sus raíces en el racionalismo
reinante desde la Ilustración hasta nuestros días, y en una cierta absorción de
posiciones protestantes tan resistentes a cualquier forma de mediación ritual,
sobre todo si se le pretende atribuir algún efecto salvífico. Sabido es el
proceder de los reformadores: la supresión del septenario, la eliminación o
reducción a mínimos de los ritos litúrgicos, (si exceptuamos una posición más
moderada del anglicano o del luteranismo escandinavo). Incluso, entre algunos
liturgistas, en ámbitos académicos o fuera de ellos, se puede, todavía, apreciar
una cierta prevención hacia los ritos, costando poder hablar sin rubor de estos,
como se hace respecto de la Palabra de Dios o del tesoro eucológico de los
nuevos libros litúrgicos[3].
2-El Misa de
Pablo VI un libro de oración y un ritual
El misal del Vaticano II -un estadio más de la tradición
litúrgica romana, “de
acuerdo con la sana tradición” (SC 3), presenta una riqueza eucológica
verdaderamente extraordinaria, si lo comparamos con el Misal tridentino. Y
ritualmente, aun mermada ésta ritualidad, ofrece una expresividad sacramental
suficiente, que muestra con fiabilidad y fidelidad expresiva la actividad
salvífica de la liturgia. Esta tercera edición del Misal romano, es, también, una
oportunidad para comprender el texto como libro sacramental, como ritual para la
celebración de la Eucaristía. Sus plegarias y sus ritos forman, como un todo
hilemórfico[4].
Bienvenido de nuevo este viejo concepto filosófico-teológico que nos permite comprender
la liturgia en esa inseparable dimensión palabra-rito, que constituye su
dimensión de signo cierto y eficaz de una realidad invisible de gracia[5].
2.1-La importancia de los ritos en la definición
de lo humano y de lo religioso
La reputación de los ritos es muy elevada en el ámbito de
las ciencias humanas, hasta el punto de poder hablar de auténtica humanidad en
el decurso de la evolución cuando se detectan comportamientos rituales, sobre
todo ultraterrenos o propiciatorios[6].
Lo mismo ocurre con la ciencia de las religiones. Incluso, su prestigio llega a
ser tan alto, que define la identidad de las distintas formas apostólicas, históricas
y geográficas, del cristianismo. Así hablamos de rito romano, hispano, galicano
o ambrosiano, ni que decir de los ritos orientales[7].
Algunos datos que nos permiten apreciar un mayor reconocimiento de la
importancia de esta dimensión sacramental de los ritos litúrgicos, los tenemos
en los mismos libros litúrgicos y en los documentos de la Iglesia, por ejemplo:
las sucesivas y mejoradas ediciones de la OGMR hasta llegar a esta tercera[8].
La instrucción Redemptionis Sacramentum[9],
así como el mottu proprio Summorum Pontificum[10],
que aunque no tematicen sobre el tema, se preocupan, reflexionan, argumentan y
disponen que las celebraciones litúrgicas, valorando y siendo fieles a los
ritos, manifiestan una fidelidad a la transmisión de la fe y son garantía de
comunión. Probablemente la principal intervención magisterial sobre la
importancia de los ritos, más en concreto sobre su recta realización, ars celebrandi (rúbricas), lo tenemos
en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum
Caritatis.
2.2-Las rupturas de la comunión en la fe por la
arbitrariedad en la ritualidad
La resistencia a los ritos aportados por la tradición
eclesial ha llevado a la tentación de reemplazarlos por otros, donde el hombre
contemporáneo, supuestamente, se pudiera expresar mejor. Actuar de esta manera
supone que la liturgia, que es la expresión ritual de un acontecer salvífico
divino, se ve desenfocada y desnaturalizada, reemplazada en todo o en parte,
por una ritualidad rupturista con la historia precedente, con “los que nos
precedieron con el signo de la fe” (PE I); desgajándose de una pertenencia
global, “de tu Iglesia extendida por toda la tierra, y reunida aquí” (PE II); y,
sobre todo, desconectándose de una transcendencia salvífica que acontece en la
acción sacramental, y que dejaría de ser la oración atendida siempre por Dios,
a través de la cual se actualiza el Misterio Pascual: “Dirige tu mirada sobre
la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella a la Víctima por cuya inmolación
quisiste devolvernos tu amistad” (PE III). Si reemplazamos la objetividad de
las mediaciones salvíficas, que no se limita a unas determinadas palabras, sino
que se expresa en una precisa, constante, idéntica y elocuente forma de hacer, ¿qué
garantía hay de que esa vida, ese existir, esas problemáticas humanas puedan
entrar en contacto con la presencia de Cristo en la actual economía de la
salvación? Habría que recordar aquí la respuesta de Simón Pedro a Jesús: “sólo
tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Cristo ha querido que la
salvación tenga una concreción sacramental, una forma objetiva, fundada en el
orden de la creación y de la redención. Fundamentada, en último término, en su
mismo misterio sacramental. Cristo es sacramento de Dios[11].
El ser humano no vive solo de las ideas, su vida se desarrolla en un medio
sensible, y Dios ha entrado en la existencia, asumiendo la concreción de la encarnación,
para poder así llegar a cada ser humano que dé el paso de fe.
3-Fundamento
cristológico de la sacramentalidad de la ritualidad
“Los signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido
escogidos por Cristo, o por la Iglesia, para significar las realidades divinas
invisibles” SC 33. Sobrentendiendo este hacer, esta elección de la Iglesia, como
una acción subordinada a Cristo, según su Santo Espíritu (cfr. Jn 14,26).
Respecto de los principales sacramentos Cristo es el autor, también en lo que
respecta a su proceder ritual: “Bautizad” (sumergid en el agua…) (Mt 28, 19); “Haced
esto” (observad estas acciones…) (Mt 18,19). Existe una correspondencia
analógica entre el misterio de la Encarnación, el misterio de la Iglesia y la
economía sacramental. Si podemos decir que la voz polifónica que se oye en
nuestra oración litúrgica es, en último término, la eterna oración de Cristo[12],
de igual modo, también, podemos afirmarlo de la entera acción ritual. Se trata
de su voz, inseparable de su eterna mediación, o acción sacerdotal, que retiene
el pasado, se prolonga en el futuro, y se proyecta ritualmente en nuestro
presente.
3.1-La oración y la acción inseparables en la
mediación salvífica de Cristo
En la existencia de Jesús, acción y oración son
inseparables. La oración ha acompañado y acompaña sus acciones salvíficas: la Última
cena, su Pasión, Muerte, Resurrección y la eterna Intercesión (cfr. OGLH 4). En
la historia y en la eternidad Cristo “hace”, no sólo “dice”. Así el Apóstol
hablará como de una tarea, la de la entrega del Reino al Padre por parte de
Cristo, como consumación de su obra redentora (cfr. 1Co 15,24-25). El reinado
de Dios ha comenzado con la Pascua personal de Cristo y espera su consumación
en la Pascua de la Iglesia y del cosmos (cfr. Rm 8,19). Pero será la Carta a
los hebreos la que tematice la mediación salvífica universal y eterna de Cristo
como una acción sacerdotal escatológica, “Éste como permanece para siempre,
posee un sacerdocio que no pasará” (7,23). Una acción sacerdotal, más que una
“dicción” sacerdotal, que es ofrenda de sí, y que se concentra y simboliza en
la ofrenda de su sangre: “la sangre de Cristo, que en virtud del Espíritu
eterno se ofreció a Dios” (Hb 9,14). Esta ofrenda de la sangre concentra la
entrega de la vida, tiene una anticipación y proyección sacramental en la Última
cena, su realización histórica en el Gólgota, y su prolongación en la gloria. La
Carta a los Hebreos lo expresará como entrada en el santuario celestial, en
correspondencia con la entrada del sumo sacerdote en el sancta sanctorum del templo de Jerusalén (cfr. 6,20). Se trata de
un lenguaje analógico y figurativo con el que nos aproximamos, con la seguridad
de la Palabra inspirada, a la acción escatológica de Cristo, a un actuar
permanente (cfr. Jn 5,30), una acción sacerdotal que se proyecta en sus
misterios sacramentales (cfr. 1Co 11,26) [13].
3.2-Continuidad entre la acción sacerdotal
escatológica de Cristo y la acción ritual de la Iglesia
Por todo ello podemos constatar una correlación, no sólo con
la oración de Jesús, histórica y eterna, sino también con sus acciones, su
actuar histórico, y su hacer eterno. El Espíritu Santo establece, pues, una
correspondencia entre las palabras y acciones de Cristo con las del ministro y
las de Iglesia entera, en virtud de su corporación mística (1 Co 12,27). Así lo
ha dispuesto el mismo Señor en el: “Haced esto”, que traerá como consecuencia
que en el quehacer litúrgico se verifique aquello de: “el que a vosotros recibe
a mi me recibe” (Mt 10,40). Las acciones salvíficas históricas de Jesús se prolongan
en su intercesión eterna, como hemos expuesto, sin que se produzca una
desconexión entre Cristo y los suyos que peregrinan en el mundo. La humanidad
visible de Cristo, el Verbo de vida que tocaron los discípulos (cfr. 1 Jn 1,1),
se hace presente a nosotros (cfr. SC 7), no limitado por el espacio y por el
tiempo, pues esa humanidad santísima pertenece ya plenamente a Dios; ha concluido
del todo el itinerario pascual de la Encarnación[14].
Cristo “regresa” a los suyos, in mysterium, cumple su promesa de volver a buscarnos, “volveré y
os llevaré conmigo” (Jn 14,3). Y el “yo
estoy con vosotros” (Mt 28,19) se lleva
a cabo de forma absolutamente real y salvífica a través de la liturgia, que
opera como un permanente Pentecostés. La Carta a los hebreos constata el acceso
de todos los creyentes, congregados en la asamblea litúrgica, a este acontecer
sacerdotal de Cristo expresado en esa entrega de su existencia, y significado, una
vez más, en la ofrenda de su sangre; así leemos: “Vosotros os habéis acercado…
a la ciudad del Dios vivo… a Jesús, el mediador de nueva Alianza, que nos ha
rociado con una sangre que habla más elocuentemente que la de Abel” (12,22.24).
Pio XII en la encíclica Mediator Dei
señalaba, incluso, el tomar parte “en los actos” de Cristo: “zambullirnos en el
santísimo amor de Cristo y de tomar parte en los actos por los cuales Él mismo
adora a la augusta Trinidad... rinde al Padre Eterno acciones de gracias y de
alabanzas por las cuales, principalmente, nos ofrecemos y nos inmolamos como
víctimas” (2,3). Uno de los testimonios más elocuentes de esta correspondencia
de niveles en el quehacer sacerdotal de Cristo personal, eclesial y ministerial
lo tenemos en el prefacio III de Pascua. “Porque él no cesa de ofrecerse por
nosotros, intercediendo continuamente ante ti; inmolado ya no vuelve a morir;
sacrificado, vive para siempre”. Importante, porque no se trata de una explicación,
sino de una oración que forma parte de un rito; por tanto de algo que está
aconteciendo, mientras se está actuando ritualmente.
3.3-In persona Christi, correspondencia entre el hacer sacerdotal de
Cristo y sacramental del ministro
El mismo in persona
Christi es una construcción teológica que parece limitada muchas veces al “empleo”
de unas palabras de Cristo por parte del sacerdote, sin embargo es actio Christi. El decreto Presbiterorum Ordinis no hace referencia
a un hablar, o decir, por parte de los presbíteros, señala expresamente un
“obrar en nombre”, un obrar sacerdotal, una actuar sacramental, un quehacer
ritual”. Leemos en el n. 2: “El ministerio de los presbíteros, por estar unido
al Orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo forma,
santifica y rige su Cuerpo… los presbíteros… por la unción del Espíritu Santo,
quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo
Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza”. Un
obrar, algo más que un decir, que se hace especialmente intenso en aquella
acción eclesial por excelencia que es la liturgia, en particular la Eucaristía
(cfr. SC 10). Está más que justificado, por tanto, el poder afirmar una
identificación sacramental entre el ministro y Cristo en el actuar litúrgico,
que parte de la habilitación sacramental, que reclama una disposición de
obediencia interior, y que se concreta en la observancia fiel a lo dispuesto
por la Iglesia.
4-Naturaleza
sacramental de las acciones rituales expresadas en las rúbricas
En la reciente presentación oficial del Misal Romano decía Manuel
González: “el Misal, refleja en sus ritus
et preces la fe de la Iglesia. Es decir, se transmite el depósito de la fe
no a la manera de las definiciones del Magisterio, sino en la forma de plegaria
y aún en las indicaciones rituales que acompañan a los textos –las rúbricas-”[15].
La liturgia es confesión de fe, no únicamente en la proclamación de la Palabra,
o a través de los símbolos, también en las plegarias. Una fe que tiene una
expresión sacramental, una fe que es acontecimiento de Salvación, que es un kayros ritual. La teología litúrgica ofrece
un discurso sobre el acontecer salvífico ritual de la fe, sobre la identidad
sacramental de la fe cristiana. Algo que no es del todo una novedad, ya el
concilio de Trento apuntaba en esta dirección sugiriendo el fundamento antropológico-sacramental
de las ceremonias, o dicho a la inversa: la necesaria objetivación de esta fe, no
sólo en fórmulas doctrinales y eucológicas, sino como experiencia de comunión,
como “sacrificio visible”, per ritus et
preces. Poder, en
definitiva, acceder a Cristo. San Juan Pablo II se hacía eco de este anhelo de
cada ser humano de “ver” y “tocar” a Cristo[16].
Y san Efrén respondía a esta necesidad exponiéndolo con un realismo
sobrecogedor: “A diario te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en
nuestro cuerpo”[17].
4.1-Correspondencia entre la Palabra y la acción
de Cristo con la Sagrada Escritura y ritos sacramentales
Es necesario, por tanto, una correspondencia de palabras y
acciones en la sagrada liturgia. Así como las palabras de la Escritura se
correspondan con el que es la Palabra de Dios, las acciones de la Liturgia se
correspondan con las acciones de Cristo. De ello se derivará, en buena lógica, que en el hacer
litúrgico no sea indiferente actuar de una forma o de otra, sino que su bien
hacer se convierte en categoría teológica, expresada el llamado ars celebrandi, y concretado en un
sistema rubrical o, dicho de otro modo, en un código de acciones “comprometidas
sacramentalmente”. Por este motivo las denostadas rúbricas deben ocupar su
lugar, sin rubor. Su razón de ser no está en que estén mandadas, sino en la
teología, en su misma naturaleza sacramental. Al igual que un idioma no se
identifica con la Palabra de Dios, sin embargo es medio necesario para que ésta
se exprese, las rúbricas también son medios del actuar divino, en virtud del
Espíritu Santo. Las rúbricas forman parte del discurso y del actuar litúrgico
como elemento teológico.
4.2-Es necesario atender las indicaciones rubricales
del Misal
La observancia de las rúbricas debe estar motivada por este
convencimiento, que no se agota en atribuir toda la importancia a las palabras,
sino también a las acciones. Acciones y palabras forman el quehacer ritual. La
bicromía del misal manifiesta esta doble dimisión orante y ritual; el negro de
los textos para ser orados, y el rojo, rubrum,
de las indicaciones, el modo de hacer, para ser realizadas. Exige, por tanto,
de todos, sobre todo de los sacerdotes, un cambio de mentalidad, una mejor
formación teológica, la superación de pre-juicios, y una actitud religiosa ante
las palabras y las acciones del misal, que en último término expresan la
oración y la acción de Jesucristo. Dice Benedicto XVI: “La atención y la
obediencia de la estructura propia del ritual, a la vez que manifiestan el
reconocimiento del carácter de la Eucaristía como don, expresan la disposición
del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable” (SCa 40)[18].
Completando este discurso apunta Aurelio García:
“Las rúbricas forman parte de la naturaleza sacramental de la liturgia,
indicando el modo de proceder en la celebración de la fe, para que no se altere
el depositum fidei de la tradición eclesial”[19].
Conclusión
El Misal, que en atención a su origen más remoto, podríamos
llamar sacramentarium[20],
es el libro para que la Iglesia celebre el Misterio Pascual de Jesucristo.
Cristo ha previsto que su Pascua, por la que él llega al Padre y vuelve a
nosotros para atraernos hacia sí (cfr. Jn 12,32) y llevarnos consigo (cfr. Jn
14,3), nos sea accesible como una celebración ritual de comunión. El Misal es
libro de oración y libro ritual, ambos elementos manifiestan su naturaleza
sacramental, su condición de liber sacramentorum.
Es absolutamente necesario que al ser rezado reconozcamos la voz de Jesús, pero,
también, apreciar la correspondencia entre nuestro hacer ritual, -“cuanto
mejor, mejor”, ars celebrandi- y el
quehacer sacerdotal eterno de Jesucristo.
[1]A. Bugnini, presentando los Altiora Principia de la Reforma, citando
SC 50, subraya este objetivo: “Será un trabajo delicado e inteligente de
restauración con el que se supriman aquellos elementos que con el paso de los
siglos se han duplicado o añadido con poca utilidad”, La Reforma de la Liturgia, Madrid 1991, p. 42.
[2] León Tolstoy en su Crítica de la Teología dogmática decía:
“La cosa es clara, los mysteria son
puras acciones exteriores, como el hablar del dolor de muelas que produce un
efecto en determinadas personas, citado por R. Hotz, Los sacramentos en nuevas perspectivas. Salamanca 1986, p. 208.
[3] Existe
entre algunos liturgistas una comprensión excesivamente cartesiana de la
liturgia, que concibe la ritualidad de una forma casi exclusivamente lineal, subordinada,
o incluso considerada como una limitación. Explicando cómo se llegó al actual
rito inicial de la Misa, resultante del trabajo del coetus X y de las
indicaciones del Papa Pablo VI, podemos leer el siguiente comentario: Nella sua sostanzà e globalità tale riforma
la sua validità, anche se non manca, tuttavia di rivelare che tale riti,
considerati sia singolarmente sea nel loro insieme, costituiscono un “mare
magnum” ralentando il camino verso la liturgia della Parola. M. Barba, La riforma conciliare dell´Ordo Misae.
Roma 2002, p. 192.
[4] Sobre la base de estos dos
términos: ὕλη: materia, μορφή: forma, se propone un esquema explicativo útil,
que nos ayuda a superar la tentación de una comprensión sólo intelectual,
subjetiva y emotivista del culto. Materia: acciones rituales y forma: las plegarias.
Pero también entraña algunos riesgos ante los que debemos estar prevenidos. En
este sentido resulta muy útil las interesantes observaciones del Cardenal J.
Retzinger: “el camino errado por el que nos puede llevar una teología
sacramentaria neoescolástica desvinculada de la forma viva de la liturgia.
Partiendo de ella se podría reducir la “substancia” a la materia y a la forma
del sacramento, decía: el pan y el vino son la materia del sacramento, las
palabras de la institución son su forma; sólo esto es necesario, todo lo demás
puede cambiarse. En este punto, modernistas y tradicionalistas están de
acuerdo. Basta que exista la materia y que se pronuncien las palabras de la
institución: todo lo demás es “al gusto de uno”. Por desgracia muchos sacerdotes
actúan hoy siguiendo este esquema; y hasta las teorías de muchos liturgistas,
por desgracia, siguen esta orientación”. En: “El desarrollo orgánico de la
Liturgia”, 30 Giorni 12, 2004.
[5] Invisibilis
gratiae visibilis forma» (S. Agustín, Ep. 105, 3, 12).
[6] “Los ritos son necesarios”
es la respuesta que da el zorro al principito, citado por J. J. Tamayo, Los
sacramentos, liturgia del prójimo, Madrid 1995, p. 66.
[7] Decía
L. M. Chouvet (traducción): “cualquier ritual religioso, los sacramentos no son
ante todo de orden cognoscitivo, el de los loghia,
sino de orden práctico, el de la urgia”.
Du symbolique au symbole, Paris 1979,
p. 127.
[8] Por ilustrarlo con un algún
ejemplo. En la 3ª edición, en el Rito de Comunión precisa mejor algunas cosas.
Aparecen títulos de secciones tan importantes como el de la “Fracción del pan”,
“Comunión”, “Oración después de la comunión”. O la forma de la ostensión de los
dones, que incorpora el cáliz: “…toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un
poco elevado sobre la patena o sobre el cáliz…”. Añade también: “dice con voz
clara” (n. 153).
[9] Interesante el n. 170, donde
podemos leer: “Cuando se comete un abuso en la celebración de la sagrada
Liturgia, verdaderamente se realiza una falsificación de la liturgia católica.
Ha escrito Santo Tomás: «incurre en el vicio de falsedad quien de parte de la
Iglesia ofrece el culto a Dios, contrariamente a la forma establecida por la
autoridad divina de la Iglesia y su costumbre” (Summa Theol., II, 2, q.
93, a. 1.).
[10] La atracción que ejerce el uso antiquor sobre los fieles, procede
en muchos casos, del clericalismo que impone la desobediencia a los establecido
por la Iglesia en la forma de celebrar los sagrados misterios, acompañados de
justificaciones desprovistas de fundamento teológico y eclesial. En la carta de
Benedicto XVI a los obispos presentando el mottu
proprio Summorum Pontificum indicaba: “La garantía más
segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades parroquiales
y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo con
las prescripciones; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad
teológica de este Misal”.
[11] Dice S. Marsili: “Cristo fue
ciertamente, a partir del momento de su Encarnación, sacramento perfecto de la
salvación”. En “Sacramentos”, Nuevo Diccionario de Liturgia. Madrid 1987, p.
1811.
[12] “Es necesario,
pues, que, mientras celebramos el Oficio, reconozcamos en Cristo nuestras
propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros” (S. Agustín, Comentarios sobre los salmos, 85, 1).
[13] Tengamos en cuenta los
verbos y términos que expresan un hacer, un actuar en SC 7. La liturgia
definida como el “ejercicio” del sacerdocio de Cristo. El “está presente en su
Iglesia…, ejerce… el culto público…. Otra afirmación que expresa operatividad:
“toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo…”
[14] Es muy significativo que los
Hechos de los apóstoles ilustren la resurrección con el salmo 2,7 en el que se
dice: “la promesa que Dios hizo a nuestros padres, fue cumplida por él en favor
de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús, como está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi
Hijo; yo te he engendrado hoy." La humanidad de Jesús, por la resurrección, completa la identificación, sin confusión, de la unión hipostática, que
supone para Jesús en cuanto ser humano la plena participación de la vida
divina.
[15] M. González López-Cors,
“Presentación del Misal: oración y escucha” en Pastoral Litúrgica 354, p. 13. Dice el Tridentino: “en la
última Cena, la noche que era entregado[15]
(1Co 11, 23), para dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible,
(como exige la naturaleza de los hombres), por el que se representara aquel
suyo sangriento que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria
permaneciera hasta el fin de los siglos, y su eficacia saludable se aplicara…”
(DZ 1740).
[16] “Al comienzo del nuevo
milenio… «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21)… petición, hecha al apóstol
Felipe… Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro
tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo
«hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». (NME 16).
[17] Sermo 3, De
fine e admonitione 2,4.
[18] Merece la
pena releer lo que sigue diciendo Benedicto XVI sobre la importancia del ars celebrandi, aplicable en concreto
del sistema rubrical. En el mismo número 40 leemos: “Por consiguiente, al subrayar la
importancia del ars celebrandi, se pone de relieve el valor de las
normas litúrgicas. El ars celebrandi ha de favorecer el sentido de lo
sagrado y el uso de las formas exteriores que educan para ello… Favorece la
celebración eucarística que los sacerdotes y los responsables de la pastoral
litúrgica se esfuercen en dar a conocer los libros litúrgicos vigentes y las
respectivas normas, resaltando las grandes riquezas de la Ordenación General
del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa… En
realidad, son textos que contienen riquezas que custodian y expresan la fe, así
como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de historia. Para
una adecuada ars celebrandi es igualmente importante la atención a todas
las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y
silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos. En
efecto, la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de
comunicación que abarcan todo el ser humano..." Es muy de valorar esta
vindicación del bien hacer en la liturgia. Se trata de una palabra y de una
apuesta del Magisterio especialmente importante por reflejar una preocupación
de toda la Iglesia al tratarse de una exhortación postsinodal. El ars celebrandi es, pues, más que una
forma ordenada de realizar las ceremonias. El Papa subraya su importancia
doctrinal, expresión la fe de la Iglesia, además de su valor
pedagógico-comunicativo en orden a percibir el misterio, y su valor
antropológico que va dirigido al ser humano en su totalidad, aunque faltaría
apuntar y desarrollar aún más su índole sacramental.
[19] En este mismo artículo que citamos, recogemos
algunos párrafos en las que el autor sistematiza esta legítima teología de las
rúbricas, sobre la base del mencionado n. 40 de SCa, bajo el título de: “Las rúbricas en
el depositum fidei de la Iglesia”. Dice el autor: “Las rúbricas
forman parte de la naturaleza sacramental de la liturgia… Este principio
teórico tiene su aplicación práctica al conjunto rubrical de la liturgia. Hay
disposiciones rubricales esenciales para la naturaleza de un rito litúrgico.
Por ejemplo… la materia del pan y del vino… la Iglesia lo único que puede hacer
es celebrar y transmitir lo que recibió del Señor por tradición apostólica…
tras algunas de las rúbricas actuales hay disposiciones conciliares de los
numerosos concilios de la Iglesia. Y todas ellas tratan de salvaguardar, a
veces en signos y palabras minúsculos, algún aspecto o verdad de la fe. Todo
esto nos ayuda a valorar las diversas formas de lenguaje en la liturgia.... El
código rubrical trata de preservar la recta celebración de la liturgia y la
atención a todas sus particularidades; de modo que la desobediencia a este
aspecto ritual puede alterar también la fe de una comunidad concreta”. A. García, Ars
Celebrandi, en https://arscelebrandi.wordpress.com/2010/11/03/ars-celebrandi. Consultado
el 5-5-2017.
[20] M. González, Lopez-Corps.,
o.c. p. 17.