Segunda
cuestión. Sobre las
mediaciones de la Sagrada Liturgia consideramos dos realidades fundamentales:
la dimensión sagrada de la Liturgia y la necesidad de la actuosa participatio, “En consecuencia, toda celebración litúrgica,
por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción
sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado,
no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” [1].
Nos encontramos, pues, con el aspecto sagrado de la liturgia, pero para
advertirlo hay que partir de su realidad interior, que es santa y sacramental. Con
otras palabras, la sagrada liturgia es una realidad santa y lo santo ha de ser
tratado santamente o se ha de celebrar sacramentalmente. El material es el
símbolo, que insinúa, evoca, pero su significado pleno se penetra sólo a través
de la fe, pues no es en sí mismo evidente en su rito exterior. Y hoy se piensa
que todo es claro y que todo se entiende, cuando nada se entiende; en fin, es
un detalle de la ingenuidad de quienes pensaban que celebrando en lengua
vernácula se llenarían las iglesias. Por el contrario, las traducciones de los
textos litúrgicos han creado nuevos problemas y a veces graves.
Un aspecto que hace resplandecer lo sagrado de la
liturgia es la belleza, expresión de lo sublime, como se comprueba en la
historia del arte cristiano; con todo, uno de los problemas actuales de
nuestras celebraciones litúrgicas es el abandono de la belleza; con esto quiero
aludir no a la sencillez del culto, sino a sus deformaciones arbitrarias y
a un empobrecimiento peligroso en las
formas exteriores del culto católico. El criterio de hacer el culto
comprensible a todos o de lograr una liturgia libre de la suntuosidad, no
significa hacer celebraciones banales y pobres, sino favorecer la sencillez que
procede de la riqueza espiritual, cultural e histórica; en nombre de la
participación activa no se puede reducir la liturgia a expresión oral. Además,
una Iglesia que se reduzca a hacer música corriente se hace inepta y se hace
ella misma inepta. La Iglesia tiene también la obligación de ser ciudad de la
gloria, lugar donde se muestren las voces más profundas de la humanidad, de
modo que el cosmos glorifique al Creador y descubra así el cosmos su
magnificencia, haciéndolo bello, habitable y humano [2].
Por parte de quienes celebran la sagrada Liturgia
surge también la pregunta por la actuosa
participatio. “La Santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a
todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las
celebraciones litúrgicas, que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la
cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano” [3].
Pero ¿en qué consiste esta participación activa? Por desgracia esta expresión
ha sido con frecuencia malentendida y reducida a su significado exterior, como
si fuera preciso hacer algo en común, como si se tratase de comprometer en una
acción al mayor número posible de personas.
La verdadera participación litúrgica, exigida por la
naturaleza de la celebración litúrgica, es un acontecimiento interior, que se
consigue per ritus et preces [4], se
realiza cuando los presentes entran dentro del misterio celebrado y después se
encuentran transformados por obra de la gracia divina. El derecho y el deber de
quien celebra la liturgia es participar fructuosamente en ella. La liturgia es
símbolo, no idea; tiempo y espacio, no cinco minutos; no somos dueños, ni
protagonistas, sino servidores; espiritualidad eclesial que no se opone a espiritualidad
personal. Tengamos cuidado en que el drama litúrgico no se reduzca a una
parodia cultual. En fin, la verdadera acción litúrgica, por parte nuestra, es
la oración hecha con devoción y, por parte de Dios, es la gracia de salvación
que es preciso celebrar y recibir.
Algunos principios, como la inteligibilidad del culto
litúrgico, lamentablemente se han malentendido. Inteligibilidad no quiere decir banalidad,
porque los grandes textos de la liturgia —aunque se expresen, gracias a Dios,
en lengua materna— no son fácilmente inteligibles; necesitan una formación
permanente del cristiano para que pueda entrar cada vez con mayor profundidad
en el misterio litúrgico y así se celebre adecuadamente. “Cuando pienso día
tras día en la lectura del Antiguo Testamento, y también en la lectura de las
epístolas paulinas, de los evangelios, ¿quién podría decir que entiende
inmediatamente sólo porque está en su propia lengua? Sólo una formación
permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad, y
una participación activa, que es más que una actividad exterior, permite entrar
a la persona, con su ser y actuar, en comunión con la Iglesia, y así experimentar
finalmente la comunión con Cristo" [5].
Pedro Fernández Rodríguez, OP
[1] CONCILIO VATICANO II, Constitutio Sacrosanctum Concilium, n. 7: AAS 56 (1964) 101.
[2] Cf. J. RATZINGER, Rapporto sulla fede.
Edizioni Paoline. 1985, p. 132
[3] CONCILIO VATICANO II, Constitutio Sacrosanctum Concilium,
n.14: AAS 56 (1964) 104.
[4] CONCILIO VATICANO II, Constitutio Sacrosanctum Concilium, n.
48: AAS 56 (1964) 113.
[5] BENEDICTO XVI, Discurso al Clero Romano en San
Juan de Letrán, 14-II-2013.