Introducción
La celebración
de la eucaristía, los sacramentos y la oración comunitaria no ha sido única ni
uniforme a lo largo de la historia de la Iglesia sino que cada pueblo, cada
cultura, la configuró de forma diferente, dependiendo de su propia personalidad
e idiosincrasia. Este es, en último término, el origen de las diferentes
liturgias o ritos litúrgicos que surgieron tanto en Oriente como en Occidente
en los primeros siglos de la vida de la Iglesia.
Entre estos
ritos se sitúa el hispano-mozárabe que es el modo propio como celebraron la
liturgia, durante el primer milenio de vida del cristianismo, las Iglesias
comprendidas dentro de la península Ibérica.
Tras el
concilio Vaticano II (1962-1965) ha sido restaurado este rito litúrgico, que
fue suplantado en el siglo XI por el rito romano y que tan sólo permanecía vivo
en algunas parroquias de la ciudad de Toledo. Con la publicación del Misal
hispano-mozárabe en el año 1991, se han multiplicado las celebraciones
eucarísticas en este rito realizadas con carácter extraordinario.
El presente trabajo pretende acercar al lector a la misa según el rito
hispano-mozárabe para que pueda comprenderla, aunque sea un poquito, conociendo
su estructura y el sentido de sus ritos. Además, puede servir como material
para la instrucción previa que debe impartirse a quienes van a participar en
una eucaristía hispano-mozárabe, según indica el número 162 de los prenotandos
del Misal.
I. Historia del
rito hispano-mozárabe
«Haced esto en
conmemoración mía» (Lc 22, 19b). Este es el mandato que Jesús dio a sus
discípulos en la última cena. Jesús les ordenaba que repitieran periódicamente
ese banquete para hacer presente su entrega por nuestra salvación, para
conmemorar su muerte y resurrección. Cada Iglesia local, manteniendo los
elementos esenciales -tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo repartió (cf. Lc
22, 19a; 1Co 11, 23-24 )-, verificó este mandato de forma diversa según su
propia personalidad e idiosincrasia, influenciada además por factores
culturales e históricos. El mismo proceso siguieron los diferentes sacramentos,
la oración comunitaria (oficio divino) y la organización del calendario (año
litúrgico). De este modo fueron surgiendo las diferentes formas de celebración,
esto es, los diferentes ritos litúrgicos.
También las
Iglesias de la Hispania romana reflejaron en la liturgia sus propios
planteamientos teológicos y pastorales, elaborándose así todo el conjunto del
rito llamado hispano-mozárabe.
La formación
del rito fue lenta y en este proceso intervinieron tres sedes metropolitanas:
Sevilla, Toledo y Tarragona. La mayoría de sus textos y melodías son de
composición anónima, pero la tradición ha conservado algunos nombres: Justo de
Urgel († primera mitad del siglo VI), san Leandro de Sevilla († 600), Juan de
Zaragoza († 631), san Isidoro de Sevilla († 636), Pedro de Lérida († mediados
del siglo VII), Conancio de Palencia († 639), san Eugenio II de Toledo († 657),
san Ildefonso de Toledo († 667), san Julián de Toledo († 690).
La época de
mayor creatividad se dio a partir de la paz religiosa obtenida con la conversión
oficial al catolicismo del reino de los visigodos (concilio III de Toledo, año
589), pues a partir de entonces florece en España un verdadero humanismo
latino, fomentado por la corte visigótica.
El punto álgido
de su consolidación y difusión fue el siglo VII, cuando este rito era celebrado
en toda la península Ibérica, llegando por el norte hasta la Galia narbonense y
los Pirineos orientales. Además, en esta época, encontramos numerosas
disposiciones relativas a la liturgia en los concilios de las diferentes
Iglesias locales (concilios de Tarragona, de Braga o de Toledo) que ponen de
manifiesto la importancia que habían adquirido las celebraciones litúrgicas,
así como el deseo de realizar del mejor modo posible el culto.
Ahora bien, el
modo de celebrar la liturgia (eucaristía, oficio divino, sacramentos) no era
del todo semejante en las Iglesias hispanas. Surgió, pues, un deseo de
unificación litúrgica entre todas estas Iglesias que estaban vinculadas, no
sólo por compartir una misma fe, sino también por pertenecer a un mismo reino,
el visigodo. Sin embargo, aunque en el concilio IV de Toledo (año 633) los
obispos aceptaron unificar todos los ritos litúrgicos de la misa, los oficios y
los sacramentos, esta unidad celebrativa no tomaría cuerpo hasta finales del
siglo VII cuando se efectuó la compilación de los libros litúrgicos, labor
atribuida a san Julián de Toledo.
El proceso
evolutivo del rito hispano fue interrumpido bruscamente por la invasión de los
árabes que en pocos años, del 711 al 719, ocuparon casi por entero la península
Ibérica. Algunos clérigos emigraron llevando consigo los libros litúrgicos,
pudiéndose restaurar esta liturgia en los nuevos reinos de Asturias, León,
Castilla y Navarra que surgen con la reconquista iniciada a finales del siglo
VIII. No obstante, cuando la actual Cataluña fue liberada por los francos del
poder árabe, se instalaron varios monasterios benedictinos que introdujeron el
modo de celebrar propio de la ciudad de Roma, conocido como rito romano.
El final de la liturgia hispánica llegó por vía disciplinar. Ante la
sospecha infundada de que los textos litúrgicos contenían expresiones
teológicamente imprecisas que inducían a errores doctrinales, el papa inició un
proceso de sustitución del rito hispano por el rito romano. En primer lugar,
legados del papa Alejandro II impusieron en el año 1071 el rito romano en el
monasterio de San Juan de la Peña (Huesca). Cinco años más tarde, el papa
Gregorio VII obligó a implantar el rito romano en el monasterio de Leyre (Navarra)
y supuestamente este mismo papa, consiguió que el rey Alfonso VI convocara el
concilio de Burgos (año 1080), donde se decretó la abolición del rito hispano
en los reinos de Castilla y León.
Tan sólo
pervivió el rito hispano entre los cristianos que se hallaban en la España
ocupada por los árabes. Esta población tenía que pagar un tributo especial a
las autoridades locales para mantenerse fiel a la religión de sus padres y
celebrar el culto cristiano o participar en él. Los cristianos que no
convivieron con los árabes, designaron a estos cristianos con el nombre de
mozárabes, esto es, arabizados. Al liberar la ciudad de Toledo (año 1085), el
rey Alfonso VI concedió a los mozárabes, en reconocimiento a sus méritos, el
privilegio de poder seguir celebrando la fe con su rito propio en las seis
parroquias existentes entonces en Toledo. Sin embargo, en las nuevas parroquias
que se erigieron en esa ciudad se instauró el rito romano.
El cardenal
Cisneros, que tomó posesión de la sede arzobispal de Toledo en el año 1495,
habiendo considerado los valores inherentes a la liturgia hispano-mozárabe,
percibió su evidente peligro de desaparición. Para salvarla instituyó la
capilla mozárabe en la iglesia catedral, a fin de que se celebre la misa y el
oficio todos los días según el antiguo rito. También ordenó al canónigo Alfonso
Ortiz que preparara la edición impresa del Misal y del Breviario. Así, el año
1500, vio la luz el Missale mixtum secundum regulam beati Isidori, dictum
mozarabes y en 1502 el Breviarium secundum regulam beati Isidori .
El Misal fue
reeditado en Roma, en el año 1755, con una presentación y notas explicativas
del jesuita Alejandro Lesley.
Posteriormente,
en el año 1775, el cardenal Francisco de Lorenzana, arzobispo de Toledo,
reeditó en Madrid el Breviario, con el título Breviarium Gothicum, secundum
regulam beatissimi Isidori . Y más tarde, en el año 1804, publicó en Roma una
nueva edición del Misal corregida, bajo el nombre de Missale Gothicum secundum
regulam beati Isidori Hispalensis episcopi .
Tras el
concilio Vaticano II (1962-1965), bajo la dirección del cardenal Marcelo
González, arzobispo de Toledo y superior responsable del rito hispano-mozárabe,
se inició la revisión y publicación de los libros litúrgicos de esta liturgia.
Hasta el momento han visto la luz el Missale Hispano-Mozarabicum, que
comprende dos tomos, el primero editado en el año 1991 y el segundo en 1994, y
el Liber commicus , también en dos tomos publicados en 1991 y en 1995.
II. Nombre
El rito
litúrgico nacido en la península Ibérica ha recibido diferentes nombres a lo
largo de la historia: hispano, visigótico, gótico, mozárabe, toledano o
isidoriano. Como ahora veremos al explicarlos individualmente, cada uno de
estos calificativos subraya una época determinada de la historia global de este
rito olvidando otras.
Hispano
El calificativo «hispano» es el más válido para referirse esta liturgia
pues, casi hasta su abolición,
la península
Ibérica -lugar donde había nacido y se había forjado- era conocida con el
nombre de Hispania.
Visigótico/gótico
El rito
hispano-mozárabe, como ya hemos explicado al narrar su historia en el capítulo
anterior, alcanzó su pleno apogeo en el siglo VII con el reino visigótico que
la llevó más allá de los Pirineos. De ahí que se le denominara «visigótico» o
«gótico». Pero no podemos perder de vista que este rito existía mucho antes de
que los visigodos -uno de los pueblos godos- conquistaran Hispania, y además
muchos de sus forjadores no fueron godos, sino hispano-romanos.
Mozárabe
El término «mozárabe» nos remite al período en el que los cristianos
vivieron bajo la dominación árabe. Si bien debemos reconocer que fueron ellos
quienes conservaron y transmitieron, no debemos olvidar que esta liturgia se
celebraba mucho antes de que existieran las comunidades mozárabes.
Toledano
El apelativo «toledano» vincula exclusivamente esta liturgia a Toledo,
única ciudad que mantuvo el rito.
Pero deja de lado
la vida que durante el primer milenio tuvo la liturgia hispano-mozárabe en toda
la península Ibérica.
Isidoriano
El adjetivo
«isidoriano» asocia esta liturgia al arzobispo de Sevilla san Isidoro (c.
560-636). Éste fue un personaje clave en la elaboración del rito: compuso
varios textos litúrgicos, presidió el concilio IV de Toledo (año 633) que fue
el que más cánones dedicó a la liturgia, y redactó personalmente las actas del
mismo… Sin embargo, este arzobispo de Sevilla, no fue el único forjador del rito
hispano-mozárabe.
Hispano-mozárabe
Tras la revisión que se inició después del concilio Vaticano II (
1962-1965), el nombre que se adoptó para designar este rito litúrgico fue
«hispano-mozárabe». «Hispano» porque es la denominación más válida de entre
todas las posibles. «Mozárabe» para reconocer el mérito de las comunidades
cristianas que lo conservaron en medio de un ambiente hostil como fue el de la
dominación árabe.
José Antonio Goñi