Formación Litúrgica en la Escuela de Benedicto XVI (V)

3.  Otras cuestiones doctrinales


Para entender la aplicación del Concilio Vaticano II en la reforma litúrgica hay que considerar diversas realidades que se han hecho presentes en la Iglesia durante la segunda mitad del siglo XX en torno al gran problema teológico, no adecuadamente resuelto, sobre la relación Iglesia-mundo, por ejemplo, la svolta antropologica un criterio clave en la compleja renovación teológica del siglo pasado[1], el proceso del secularismo laicista y relativista[2], la democratización de la Iglesia, la creatividad litúrgica, la reforma litúrgica a favor del diálogo ecuménico[3], etc. La svolta antropologica, al basarse en las facultades del hombre y no en la verdad cristiana del hombre, en medio de la creación redimida, ha tenido consecuencias nefastas para la liturgia, corrompiendo el principio de la singularidad del culto cristiano, que ha llevado a negar el criterio de la continuidad. Una espiritualización litúrgica entendida como intelectualización o ideologización es la muerte de la Liturgia que, por principio, ésta es sensible y sacramental. La integración de lo sensible en lo espiritual  es lo propio del arte de la celebración. En fin, nos encontramos ante dos mentalidades irreconciliables: la preconciliar y la posconciliar.

a)  Recuperar el sentido de lo sagrado 


“El vacío o la frialdad de algunas celebraciones litúrgicas o de ciertos templos católicos posconciliares, a veces adaptaciones de templos precedentes, se relacionan con el proceso de secularización, manifestando la sacralidad despojada o el rechazo del símbolismo sacral; esto sucede cuando se convierte la liturgia en terreno de experimentación de variopintas hipótesis teológicas. Cuando la asamblea litúrgica se reduce a encuentro social o cuando la reforma no es fiel a la doctrina se origina un fraude, que convierte la reforma en revolución. “Existe hoy el riesgo de una secularización aduladora incluso dentro de la Iglesia, que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones privadas de aquella participación del corazón que se expresa en veneración y respeto por la liturgia. Es siempre poderosa la tentación de reducir la plegaria a momentos superficiales y apresurados, dejándose llevar por las actividades y preocupaciones terrenas”[4].

“En Alemania, en un nivel bastante alto, se ha dicho incluso que la liturgia no debiera someterse a un esquema previamente fijado, sino que debiera ser creada en el puesto, en la situación concreta, por la comunidad para la que se celebra; tampoco  debiera ser algo ya precocinado, sino compuesto en el momento, algo que sea expresión de sí mismos (…) Está  difundida hoy incluso en niveles eclesiásticos altos, la idea que una persona es tanto más cristiana cuanto más esté empeñada en actividades eclesiales. Se promueve el activismo como forma de terapia eclesiástica (…) La libertad que nosotros esperamos con razón de la Iglesia y en la Iglesia no se realiza por el hecho de introducir en ella el principio de la mayoría (…) En nuestra reforma litúrgica se da la tendencia, a mi parecer equivocada, de adaptar la liturgia completamente al mundo moderno. Por ello, ella debiera acortarse todavía más y debiera liberarse de todo lo que es incomprensible; incluso tendría que ser traducida en una lengua todavía más sencilla, más plana. De este modo, sin embargo, la esencia de la liturgia y la mima celebración litúrgica se maltratan completamente” [5].

 “Nuestra cultura ha cambiado tanto en los últimos 30 años que una liturgia celebrada sólo en latín implicaría una experiencia extraña, insuperable para muchas personas. Lo que nosotros necesitamos es una nueva educación litúrgica, sobre todo los sacerdotes. Debe volver a ser nuevamente claro que la ciencia litúrgica no existe para producir continuamente nuevos modelos, como en la industria automovilística. Existe para iniciar a los hombres en las fiestas y en la celebración, disponiéndolos a acoger el misterio (…) Por desgracia, existe entre nosotros una tolerancia casi ilimitada para los cambios espectaculares y aventurados, mientras no existe  prácticamente para la antigua liturgia. Así vamos con seguridad por un camino equivocado (…) Pienso, pues, que una nueva sensibilidad en relación con la liturgia y con su misterio, junto a una nueva educación litúrgica, sea lo primero que hay que hacer. No es preciso pensar ante todo y pronto en los cambios. Si se encuentra una más profunda comprensión, los cambios vendrán necesariamente”[6]. 

“La cosa más importante hoy es volver a respetar la liturgia y la conciencia de que no es algo manipulable (…) Ésta es lo primero: vencer la tentación a actuar despóticamente, como si la liturgia fuera propiedad del hombre, y despertar el sentido interior de lo sagrado. El segundo paso consistirá en valorar dónde se han producido cortes muy drásticos para restaurar de modo claro y orgánico las conexiones con la historia pasada. Yo mismo he hablado en este sentido de reforma de la reforma. Pero, a mi parecer, todo esto debe ir precedido de un proceso educativo, que contenga la tendencia a mortificar la liturgia con cambios personales”[7].

En el fondo, se advierte que para algunos la reforma litúrgica ha supuesto no sólo la actualización de textos y ritos, sino también una expresión diferente de la fe y cambios teológicos importantes, que hacen incompatibles ambas formas del único rito romano. “Sólo a partir de esto, la descalificación práctica de Trento, se puede comprender la exasperación que acompaña la lucha contra la posibilidad de celebrar todavía, después de la reforma litúrgica, la misa según el misal de 1962”[8]. “La crisis de la liturgia tiene por base concepciones centrales sobre el hombre. Para superarla no es suficiente banalizar la liturgia y transformarla en una simple reunión o en una comida fraterna. Pero ¿cómo salir de esta confusión? ¿Cómo hallar el sentido de esta realidad inmensa  que está en el corazón del mensaje de la Cruz y de la Resurrección? En última instancia, no mediante teorías y reflexiones eruditas, sino mediante la conversión, por medio de un cambio radical de vida, al cual pueden ciertamente abrir camino algunos discernimientos”[9].

“Después del Concilio, muchos sacerdotes han presentado deliberadamente la desacralización como programa, afirmando que el Nuevo Testamento abolió el culto del templo: el velo del templo, que fue rasgado desde arriba a abajo en el momento de la muerte de Cristo sobre la cruz, es según algunos el signo del final de lo sagrado. La muerte de Jesús, fuera de los muros de la ciudad, fuera del mundo público, es ahora la verdadera religión, que si quiere ofrecer su ser en sentido pleno, debe hacerlo en  lo profano de la vida cotidiana, en el amor que es vivido. Animados por tal modo de pensar han abandonado los ornamentos sagrados, han despojado las Iglesias cuanto han podido del esplendor que eleva la mente a lo sagrado y han reducido la liturgia a la lengua y a los gestos de la vida ordinaria, por medio de saludos y signos comunes de amistad y cosas similares (…) Se ha olvidado que este mundo no es el reino de Dios y que el Santo de Dios (Jn 6, 69) sigue en lucha con este mundo; que necesitamos purificarnos antes de acercarnos a Él; que lo profano, incluso después de la muerte y resurrección de Cristo, no ha logrado ser santo (…) Me limito sintéticamente a esta conclusión: debemos adquirir de nuevo la dimensión de lo sagrado en la liturgia”[10].

Una forma poderosa de desacralización de la liturgia en el posconcilio ha sido la nueva concepción del sacerdocio ministerial y de su reducción en las celebraciones litúrgicas a una mera función de presidente. En este sentido, se ha propuesto como la forma ideal la celebración cara al pueblo. “Ahora, de hecho, el sacerdote –o el presidente como se prefiere llamarlo- se convierte en el verdadero y propio punto de referencia  de toda la celebración  Todo se dirige a él”[11]. Sin embargo, no se trata de una nostalgia del pasado, sino que para recobrar incluso la dimensión cósmica de la Eucaristía “sigue siendo esencial, por el contrario, la común orientación hacia el este durante la plegaria eucarística. No se trata de algo casual, sino de algo esencial. No es importante mirar al sacerdote, sino la adoración común, el caminar al encuentro de aquél que viene. No es el círculo cerrado lo que expresa la esencia del acontecimiento, sino el caminar en común se expresa en la orientación común”[12].  

“La reforma litúrgica de nuestro siglo se ha basado  en esta presunta posición del celebrante, para desarrollar así una nueva idea de forma litúrgica: la Eucaristía debe ser celebrada versus populum; el altar -como se puede deducir de la Basílica de San Pedro, considerada normativa-, debe ser dispuesto de forma tal que el sacerdote y el pueblo puedan verse uno a otro y formar así en su conjunto el cerco celebrativo. Sólo esta forma correspondería al sentido de la liturgia cristiana, al empeño en la participación activa. Sólo así se correspondería, además, a la imagen originaria de la Última Cena. Estas conclusiones parecen pues tan convincentes que después el Concilio (que por cierto no habla de la disposición versus populum) por todas partes se han dispuesto nuevos altares; la celebración orientada hacia el pueblo aparece hoy como el verdadero fruto de la reforma litúrgica actuada por el Concilio Vaticano II. En efecto, ésa es la consecuencia más visible de una nueva forma que no significa solo una diversa disposición exterior de lo espacios litúrgicos, sino implica también una nueva idea de la esencia de la liturgia como comida comunitaria”[13]. 

Ahora bien, ¿será prudente volver a reorientar los templos y los altares, creando nuevas confusiones en las comunidades cristianas?  Por el momento, bastará volver a colocar en el centro del altar la santa Cruz de nuestro Señor Jesucristo. “La dirección a oriente se encontraba en relación estrecha con el signo del Hijo del Hombre, con la cruz, que anuncia la vuelta  del Señor. El oriente se relacionó pronto con el signo de la cruz. Donde no sea posible dirigirse en comunidad al oriente de modo explícito, la cruz puede servir como el oriente interior de la fe (…) Entre los fenómenos verdaderamente absurdos de nuestro tiempo, está el que la cruz haya sido colocada a un lado del altar para poder ver directamente al sacerdote. ¿Es un impedimento la cruz durante la Eucaristía?  ¿Es más importante el sacerdote que el Señor? Este error deberá ser corregido lo antes posible y puede hacerse sin grandes reformas arquitectónicas. El Señor es el punto de referencia”[14].    


[1] Cf. K. Rahner, “Teologia e antropologia”, Nuovi saggi. Vol. III, Paoline. Roma 1969, pp. 45-72; C. FABRO, La svolta antropocentrica di Karl Rahner. Rusconi. Milán 1974.
[2] Cf. M. PAIANO, Liturgia e società nel novecento. Percorsi del movimiento liturgico di fronte ai processi di secolarizzazione. Edizioni di Storia e Letteratura. Roma 2000.
[3] Sobre las modificaciones de las oracione solemnes del Viernes Santo, cf. A. BUGNINI, Documentation Catholique, n. 1445 (1965) 603-604; O. PISANO, “A cinquant´anni dalla soppressione del perfidis Iudaeis. Note storiche alla luce di materiali d´ archivio inediti”. Rivista Liturgica 96 (2009) 937-966.
[4] BENEDICTO XVI, Homilía del Corpus Christi, 11-VI-2009: AAS 101 (2009) 582.
[5] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 8. 13. 14. 49-50.
[6] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 51.52.57.
[7] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 114.
[8] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 132.
[9] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 139.
[10] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 185. 186.
[11] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 214.
[12] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p.215.
[13] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 211-212.
[14] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p.217.

Padre Pedro Fernández, OP