Homilía de la Sepultura del Divino Cuerpo del Señor (VIII)

Introducción

Sigue Pseudo-Epifanio desarrollando la figura de José de Arimatea, con un bellísimo monólogo que a la vez es un diálogo. Desarrolla la escena en que el piadoso discípulo de Cristo solicita del prefecto romano el cadáver del Salvador para darle piadosa y religiosa sepultura. Aquí inserta una bellísima letanía cuyo tenor es fundamentalmente no glorioso o pomposo –ignora los grandes títulos cristológicos bíblicos y dogmáticos– sino aquellos que remarcan la sencillez y la humillación del Crucificado.
 
A continuación desarrolla en una línea preciosa la petición bajo otra perspectiva: introduciendo la riqueza sobrenatural y espiritual del descenso de Cristo a la tierra, haciéndose «extranjero», esto es, ser humano que comparte hasta el mismo drástico final: la muerte. La categoría «extranjero» aplicada a Jesucristo significa «naturaleza humana», pero aplicado a nosotros significa «pecadores», pues «ignoramos la naturaleza divina del Hijo de Dios a causa del pecado original.
 
Llama la atención la doble consideración que sobre Jesucristo dice Pseudo-Epifanio: Cristo es el Unigénito de Dios por naturaleza divina, y en la oeconomia salutis se manifiesta cual es en esencia por medio de la soledad corporal y social en que se encuentra su cadáver en la tarde del Viernes Santo, que según el cómputo judío eran las primeras horas del sábado. Así pues el Sábado Santo es memoria de la unidad de Cristo en su doble naturaleza, y memoria de la unicidad de Dios en Tres personas distintas.
 
Prosigue el Sermón atribuido a San Epifanio de Chipre sobre el Grande y Santo Sábado (sección V).
 
Nada de esto dijo [José] a Pilato… Entonces, ¿qué? Una pequeña petición:
 
«Oh juez, te he pedido una pequeña cosa. Dame para [poner en] el sepulcro el cuerpo muerto
del que fue condenado, Jesús de Nazaret,
Jesús el pobre; Jesús sin casa;
Jesús colgado desnudo; del sencillo Jesús;
de Jesús el hijo del carpintero (cf. Mc 6,3); de Jesús encadenado;
de Jesús [que estuvo a] la intemperie;
del extranjero y desconocido de los extranjeros,
y [del que] despreciado por todos, [y] fue colgado [en la Cruz].
 
«Dame a este extranjero»:
¿de qué te sirve el cuerpo de este extranjero?
«Dame a este extranjero»,
pues de lejana región vino para salvar al extranjero (cf. Ef 2,12.19).
«Dame a este extranjero»,
pues descendió a la [región] oscura para cargar con el extranjero.
«Dame a este extranjero»,
porque él y sólo él es «extranjero».
«Dame a este extranjero»,
cuyo lugar ignoramos los extranjeros.
«Dame a este extranjero»,
cuyo Padre ignoramos los extranjeros.
«Dame a este extranjero»,
cuyo lugar y Nacimiento y su comportamiento ignoramos los extranjeros.
 
«Dame a este extranjero»,
su vida de extranjero, vida que vivió en [tierra] extraña.
«Dame a este Nazareno extranjero»,
cuyo Nacimiento ignoramos los extranjeros.
«Dame a este voluntario extranjero»,
el cual no tenía aquí dónde reclinar la cabeza.
«Dame a este extranjero»,
el cual extranjero en [tierra] extraña, sin casa, fue dado a luz en un pesebre.
«Dame a este extranjero»,
que del mismo pesebre cual extranjero tuvo que huir de Herodes.
«Dame a este extranjero»,
que vivió cual extranjero en Egipto con los mismo paños, Él que no puede procurarse ni ciudad, ni pueblo, ni casa, ni morada, ni congéneres [allí], sino que [siendo] de una región diferente, junto con su Madre tuvo una residencia, [siendo como era que] todo lo poseía.
 
«Dame, oh príncipe, a este que estuvo colgado del madero, desnudo; cubriré la desnudez del que cubrió la desnudez de mi naturaleza. Dame a éste que, muerto, también es Dios; cubriré al que cubrió mis impiedades. Dame a este difunto para enterrarlo, él que en el Jordán sepultó mi pecado (cf. Ps 84,3)».
 
«Por un difunto ruego, el cual fue injustamente tratado por todos:
por un amigo entregado;
por un discípulo vendido;
por los hermanos perseguido;
por los siervos de su casa abofeteado».
 
Por un difunto suplico, el cual fue condenado por los que de Él fueron rescatados de la esclavitud; el cual fue dado a beber vinagre por quienes Él alimentó; el cual fue dañado por quienes Él curó; el cual fue abandonado de sus discípulos, manteniéndose su propia Madre firme [junto a Él]. Por un difunto, oh Pilato, insistente suplico, el que fue colgado sobre el madero».
 
Efectivamente, no tenía ni padre terreno, ni amigo alguno ni discípulo, ni congénere ni sepulturero, sino que estaba solo, Él, el Hijo único, Dios en el mundo… y nadie más.

Marcos Aceituno Donoso