El “Descenso a los Infiernos” en la Tradición Bizantina

El Pastor ha sido crucificado y ha resucitado a Adán

En Oriente la iconografía pascual muestra el descenso de Cristo al Hades para liberar a Adán, Eva y su descendencia. La Cuaresma, iniciada en la Tradición Bizantina con la expulsión de los progenitores del Paraíso, tiene su culmen en la Pascua. Los primeros padres son llevados de nuevo al Paraíso por Cristo, que en su descenso al Hades aparece envuelto en luz o con blancas vestiduras portando una cruz en su mano, instrumento que se convierte en instrumento de victoria. El icono presenta las puertas del Hades no sólo abiertas sino desencajadas y abatidas, Adán y Eva tomados de la mano por Cristo y tras ellos están Abel, Samuel, David, Salomón y así hasta Juan Bautista, es decir, todos los que han esperado y profetizado la venida del Señor.

Los textos litúrgicos del Sábado Santo hacen hablar a los infiernos mismos: «Hoy el Hades gimiendo grita: ¡Mejor hubiera sido para mí no haber acogido al Hijo de María! Porque, viniendo contra mí, ha destruido mi poder, ha destruido las puertas de bronce y ha resucitado, porque es Dios, las almas que primeramente poseía. Ha sido destruido mi poder, he acogido a un mortal como un muerto cualquiera, pero no consigo retenerlo de ninguna manera, más bien por él seré privado de tantos sobre los cuales antes reinaba: ¡por siglos poseía a los muertos, pero, he aquí que Éste los resucita a todos! Gloria, Señor, a tu Cruz y a tu Resurrección. ¡Ha sido engullido mi poder, el Pastor ha sido crucificado y ha resucitado a Adán! He sido privado de aquellos sobre los cuales reinaba y aquellos que con mi fuerza había engullido los he vomitado a todos. ¡El Crucificado ha vaciado las tumbas! Ya no tiene vigor el poder de la muerte».

El canon del Matutino pascual, de Juan Damasceno, subraya por medio del contraste la oscuridad que reinaba en el Hades y la luz que brota de la tumba vacía de Cristo. De hecho, la Liturgia Bizantina desde el Viernes Santo en adelante coloca la tumba vacía en el centro de la iglesia, bella, adornada con flores, de la cual brota un oloroso perfume que se convierte en fuente de vida. El texto del Damasceno nos invita a contemplar, a mirar, a gozar y a involucrarnos en el misterio de la Pascua del Señor: «Purifiquemos los sentidos y veremos la luz inaccesible de la Resurrección del Cristo. ¡Ilumínate, ilumínate, oh nueva Jerusalén, la gloria del Señor se ha posado sobre ti! ¡Danza ahora y exulta, oh Sión, alégrate, oh pura Madre de Dios, por la Resurrección de tu Hijo!».

Más adelante serán las mujeres que llevan el ungüento (myron) al sepulcro las que se conviertan en protagonistas: «Mujeres de sabiduría divina corrían tras de ti portando aromas; pero al que con lágrimas buscaban como a un mortal, lo adoraron llenas de gozo como Dios viviente y anunciaron, oh Cristo, a tus discípulos, la mística Pascua». La liturgia bizantina inserta algunos troparios de Román el Cantor donde, una vez más, encontramos relacionadas la Navidad y la Pascua: «Al Sol anterior al sol, ya atardecido en la tumba, corrieron las miróforas al alba, como buscando el día. Y una exclamaba a las otras: Oh amigas, arriba, unjamos con aromas el cuerpo vivificante y sepultado, la carne que resucita al caído Adán que yace sepulcro. Solícitas andemos como los magos, adoremos y ofrezcamos los aromas como dones a Aquél que no en pañales sino en una síndone está envuelto. Lloremos y gritemos: ¡Levántate, Soberano! Tú que a los caídos ofreces la Resurrección».

La liturgia de la noche de Pascua prevee una catequesis atribuida a san Juan Crisóstomo que, con imágenes vivas y en movimiento, pone en evidencia la dimensión comunitaria de la Pascua: «¡Si uno es piadoso y amigo de Dios goce de esta fiesta bella y luminosa! ¡El siervo agradecido entre gozoso en el gozo de su Señor! El que ha ayunado que se alegre ahora con su dinero. El que ha trabajado desde la primera hora, reciba hoy el justo salario. Si uno ha llegado tras la hora tercia, celebre la fiesta con gratitud. Si ha llegado después de la sexta, no dude, no sufrirá ningún daño. Si se ha retrasado hasta la hora nona, preséntese sin dudarlo. Si sólo ha llegado a la hora undécima, no tema por su lentitud; porque el Señor es generoso y acoge al último como al primero».

(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el día 8 de Abril de 2012; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)