La Natividad de la Madre de Dios en la Tradición Siro-Occidental

Comienza la Redención del género humano

La Tradición Litúrgica Siro-Occidental celebra el 8 de Septiembre, al igual que otras Liturgias de oriente y occidente, la Natividad de la Madre de Dios. De origen jerosolimitano, la fiesta – vinculada a la dedicación de una iglesia en el lugar en el que se cree que estuvo la casa de Joaquín y Ana, padres de María - es introducida en el siglo VI en Constantinopla y en Roma por el Papa Sergio I (687-701). Los personajes y temas están tomados del Protoevangelio de Santiago, con la narración de la historia de Joaquín y Ana, ambos ancianos y ella estéril, que acogen con estupor y gozo la bendición de Dios con el Nacimiento de su Hija.

Esta bendición es relacionada con la de otros matrimonios bíblicos: “Señor Dios, consuelo de los afligidos y alivio de los que son tentados, tú has consolado la aflicción de Abraham y Sara con el nacimiento de su hijo Isaac, hijo del prodigio, y has alegrado al sacerdote Zacarías y a la estéril Isabel con el nacimiento de Juan, noble profeta. Otorga Tú también hoy el gozo a los justos Joaquín y Ana, por medio de María, tu Madre querida, gloria de las vírgenes y honra de los castos”. Diversos textos, inspirados en la virginidad de María, hablan de los vírgenes y de las vírgenes, de los hombres castos y de las castas mujeres, sinónimos que la literatura monástica siro-occidental usa para los monjes y monjas.

El Nacimiento de María es presentado como el inicio de la Redención de la naturaleza humana: “Por medio de María comienzan los bienes y terminan los males; por Ella la amargura se convierte en dulzura y en delicias espirituales; por Ella es eliminado el engaño de la serpiente”. Continúa con un paralelismo entre el Nacimiento de María y el de Cristo, ambos anunciados por el arcángel: “Aquél que plasma a todos los niños y gobierna a toda criatura se ha elegido una Madre para aparecer en el mundo por medio de Ella”. Desde lo alto, Gabriel desciende hasta Joaquín y le anuncia el nacimiento de la Toda-Pura y Bendita. Ana, llena del gozo del Espíritu Santo, dijo a Joaquín: “¡Bendito el Señor que ha bendecido el fruto de mis entrañas! Ambos exultan y gritan jubilosos: El Señor se ha acordado de su alianza y ha hecho misericordia a Abraham”.

La Liturgia depende de la narración del Protoevangelio de Santiago, y en las Vísperas y en el Matutino, tras el Nacimiento de María le sigue su Estancia en el Templo: “Tras terminar su infancia y ser llevada al Templo, María fue acogida en él por los Sacerdotes, que suplieron con celo y gozo a su padres. María vivió en el Templo creciendo en virtud y en santidad”. Más adelante se habla de su Matrimonio con José; la Liturgia lee cristológicamente un texto de Isaías (29, 11): “Se cumplió la palabra del Profeta: Un libro sellado será entregado a un hombre versado en la ley divina, culto y respetado, al cual se dirá: ¡Lee este libro! Pero él responderá: No puedo, ¡está sellado por Cristo Señor! Con esto el profeta aludía a su misteriosa unión y al sello de su virginidad que subsiste en la eternidad de los siglos. Aún antes que naciese los profetas la habían bendecido y la habían señalado con símbolos y misterios”.

La Natividad de María y su Maternidad Divina son relacionadas con la vida de la Iglesia: “Tú eres dichosa, oh Virgen María, pura y llena de gracia, fuente de bienes y de vida duradera; tú eres dichosa porque has traido al mundo a Aquél que los apóstoles han predicado, a Aquél por el que los mártires se dejaron martirizar con amor, a Aquél cuyo deseo hace abandonar el mundo a los confesores y a Aquél que inflama con su amor a las vírgenes”.

Y la Natividad de María exalta a la mujer: "Hoy toda la asamblea de las vírgenes exulta por la Natividad de la Virgen Madre: por su mediación las mujeres han sido exaltadas tras la súbita humillación de la cruel serpiente; el maligno está confuso, al ver en Ella el Templo puro de la gloria del Dios Altísimo". La oración final de Vísperas reune los diversos aspectos de la fiesta: “Oh Cristo, Dios nuestro, alégranos a todos al igual que has alegrado a los justos Joaquín y Ana por el Nacimiento de la Virgen tu Madre. Danos el gozo del perdón de los pecados y de la remisión de las culpas. Pueda esta fiesta solemne traernos el gozo espiritual y la paz; sean curados nuestros males y pueda la luz de tu sabiduría iluminar nuestras almas. Resplandezca este día con la promesa de un futuro luminoso y favorable; transforma nuestro hombre interior y danos el progresar junto con los ángeles hasta el fin”.

El icono de la fiesta retoma el del Nacimiento de Juan Bautista y tiene muchas semejanzas con el del nacimiento de Cristo. En la parte central está Ana recostada sobre el lecho, tras haber parido a María. La vejez de Isabel, la esterilidad de Ana, la virginidad de María: estas tres son símbolo de la Iglesia que se convierte en fecunda por medio del Bautismo, al cual alude la escena del neonato lavado en una palangana.

(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 8 de Septiembre de 2010; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)