Pentecostés en la Tradición Bizantina.

El Espíritu que a los pescadores ha convertido en teólogos



La solemnidad de Pentecostés nos lleva a vivir nuevamente el don gratuito del Espíritu Santo, el nacimiento de la Iglesia y nuestra vida en Cristo. Una de las obras de Nicolás Cabásilas, teólogo bizantino del siglo XIV, se titula "La vida en Cristo" y no es otras cosa que un comentario de los sacramentos de iniciación cristiana - Bautismo, Crismación y Eucaristía - y de la consagración del altar, aplicados a la vida del creyente; para cada cristiano, la vida en Cristo, don del Espíritu, nos viene dada por medio de los sacramentos.


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En todas las liturgias orientales se subraya, en cada uno de los sacramentos, el papel del Espíritu Santo y, por ello, la importancia de la epíclesis, es decir, de la invocación, en vista a la consagración del pan y del vino y de la santificación del agua y del aceite. Por ello, cada hora de oración en la tradición bizantina comienza con una invocación al Espíritu que está siempre "presente, y en todas partes".


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Pentecostés se celebra cincuenta días después de la Pascua, y es una de las fiestas más antiguas del calendario cristiano. Hablan de ella Tertuliano y Orígenes en el siglo III como fiesta anual, y en el siglo IV ésta forma parte del patrimonio teológico y litúrgico de las diversas Iglesias: Egeria indica su celebración en Jerusalén, tenemos además textos de los Padres Capadocios y de otros autores cristianos y, en el siglo VI, diversos kontákia de Román el Melódico.


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El oficio propone repetidamente el tema de la renovación, del cambio operado en el corazón de los hombres: "El Espíritu santo hace brotar las profecías, ordena a los sacerdotes, ha enseñado la sabiduría a los iletrados, ha convertido teólogos a los pecadores, tiene firme todo armónico ordenamiento de la Iglesia".


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En las Vísperas encontramos diversas confesiones trinitarias: Pentecostés, de hecho, es una teofanía sobretodo trinitaria y nunca la contemplación de una de las Personas de la Santa Trinidad puede olvidar el misterio que en ella se esconde: "Santo Dio, que has creado todo mediante el Hijo, con la sinergia del santo Espíritu; Santo fuerte, por el cual hemos conocido el Padre y por el cual el Espíritu ha venido al mundo; Santo inmortal, oh Espíritu Paráclito, que del Padre procedes y en el Hijo reposas. Trinidad Santa, gloria a ti". Y además: "Hemos visto la luz verdadera, hemos recibido el Espíritu celeste, hemos encontrado la fe verdadera, adorando la indivisible Trinidad..." texto que pasará a la Divina Liturgia justo después de la comunión, subrayando el nexo entre Pentecostés, el don del Espíritu y la Eucaristía.


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El don del Espíritu que renueva a los discípulos, que renueva a toda la Iglesia, viene subrayado también por el tropario de la fiesta: "Bendito eres tú, Cristo Dios nuestro: tú has convertido en sabios a los pescadores, enviándoles el Espíritu Santo, y por medio de ellos ha recogido en la red al universo. Amigo de los hombres, gloria a ti".


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En la liturgia del día resplandecen las tres grandes plegarias de las genuflexiones hechas el domingo en las vísperas, incluso celebrada sin solución de continuidad al final de la Divina Liturgia. En la liturgia del día resplandecen las tres grandes plegarias de las genuflexiones hechas en el oficio de Vísperas del Domingo, que a veces es celebrado al final de la Divina Liturgia.


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Se trata de tres plegarias que tienen casi la forma de prefacios litúrgicos donde se evoca el misterio de Dios y todo lo que Él ha hecho por la redención del hombre: "Señor inmaculado, incorruptible, infinito, invisible, inaccesible, inexpresable, inmutable, inconmensurable, inmortal, Dios Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo: el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos, tomó carne por el Espíritu de la Virgen María, da a tu pueblo la plenitud de tu amor, santifícanos por el poder de tu brazo ".


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Estas plegarias son recitadas de rodillas no tanto por un carácter penitencial, sino para indicar el momento de la invocación y de la acogida del Espíritu Santo. La celebración de Pentecostés como Teofanía Trinitaria subraya que hoy el don del Espíritu a la Iglesia y a cada cristiano es un don a todo el pueblo de Dios; los Hechos de los Apóstoles (2, 4) dicen que todos estaban llenos del Espíritu Santo, y de hecho todos los bautizados nos convertimos en pneumatofori, es decir, portadores del Espíritu.


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El don del Espíritu es un don de unidad; los Hechos de los Apóstoles enfatizan la unidad entre los creyentes, Pentecostés es vista como la contrapunto de la torre de Babel porque el Espíritu Santo porta unidad y nos hace capaces de hablar una sola voz. El don del Espíritu es también un don de diversidad: las lenguas de fuego descendieron sobre cada uno de los presentes; Pentecostés, de hecho, no abole la diversidad sino que hace que esa diversidad - y ser nosotros mismos como somos, y con sus particularidades - deja de ser motivo de separación.


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Finalmente el icono de Pentecostés. Es un icono litúrgico; los Apóstoles están reunidos como en la celebración litúrgica, entorno al trono vacío, preparado para Cristo. La presencia de Pedro y Pablo indica la presencia de toda la Iglesia congregada por el Espíritu. Ella nace en una situación de profunda comunión entre los apóstoles, en un contexto en el cual debería manar también la comunión para toda la Iglesia, para todo el mundo.


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(Publicado por Manuel Nin el 31 de Mayo de 2009 en l'Osservatore Romano; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)