Liturgia e Icono del Sábado de Lázaro, de la Tradición Bizantina

La Liturgia del Sábado de Lázaro y los días precedentes
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La sexta y última semana de Cuaresma se llama “Semana de las Palmas”. A estos seis días precede el “Sábado de Lázaro”, que nos narra el episodio del evangelio según San Juan. Esta semana será central porque se nos manifiesta el último gran milagro de Jesús. Por ello, a lo largo de toda la semana anterior, durante las vísperas, se reproducen los días del pasaje evangélico.


Jesús comienza su viaje hacia Betania, cuando se entera que su amigo ha muerto. El centro de atención es Lázaro, su enfermedad, su muerte y el dolor de sus allegados, y la compasión que siente Cristo ante estos acontecimientos. El nombre de Lázaro nombre significa “Dios es nuestro auxilio”.El amor por cada hombre que sufre, muere y el cariño a sus seres queridos que sienten la pérdida. La liturgia bizantina de la semana anterior nos recuerda el proceso. Escuchamos las oraciones del Anthologion:


El lunes se anuncia a Jesús la enfermedad de su amigo: “Señor, cuando tú estabas cerca del Jordán, anunciaste que la enfermedad de Lázaro no era para la muerte, sino para tu gloria, oh Jesús, nuestro Dios, damos gloria a la magnificencia de tus obras, y a tu omnipotencia, porque has abatido la muerte con la abundancia de tu misericordia, ¡Oh amigo de los hombres!”.


El martes escuchamos: “Ayer y hoy, la enfermedad de Lázaro, de esta dan la noticia los mensajeros de las hermanas a Jesús. Oh Betania, prepárate con alegría a hospedar al Soberano y Rey, para aclamar con nosotros: ¡Señor, gloria a ti!”.


El miércoles: “Hoy Lázaro muere y es sepultado, y sus hermanas cantan con lamento, pero tu, oh Cristo, que todo lo sabes de antemano, has anunciado el acontecimiento, diciendo a los discípulos: Lázaro se ha dormido, pero ahora voy a despertar a aquel que yo he plasmado. Todos nosotros aclamamos a pesar el temor: ¡Gloria a ti potencia y fuerza!”.


El jueves: “Hoy es el segundo día de la muerte de Lázaro, y sobre él caen las lágrimas del dolor de sus hermanas María y Marta, esperando al lado de la piedra del sepulcro, llega el Señor con sus discípulos para expoliar a la muerte, regalándole la vida. A él aclamamos: ¡Gloria de ti!”.


El viernes: “Dos de los discípulos hoy son enviados a coger el pollino para el Soberano de todo: verá sobre sí a aquel que ha sido antes portado por multitud de serafines; comienza a espantar la muerte voraz dominadora el mundo, que ya ha depredado a Lázaro, de la estirpe de los mortales”.


El icono de la Resurrección de Lázaro


Llegado el sábado, la celebración de la liturgia, se presenta junto al “Domingo de las Palmas”.


Estos dos iconos se presentan como una profecía viva de su muerte y su resurrección; el preludio de la pasión del Señor, ya que la resurrección de Lázaro es el signo que hace tomar la resolución a los judíos de matar a Jesús. Es también el anuncio de Jesús como el Hijo de Dios, que estaba anteriormente en el seno del Padre y que fue el Modelo, el Prototipo de la verdadera imagen del hombre.


En el icono de esta fiesta Jesús se sitúa en el centro. Está de pie y vestido de túnica roja (símbolo de la divinidad) y manto azul (símbolo de la humanidad): Cristo es Persona divina encarnado. Esto lo reafirma cuando alza su mano indicando el lugar del sepulcro de su amigo, con sus tres dedos extendidos (tres personas y un solo Dios) y su doble naturaleza (humana y divina), uniendo el pulgar y el anular (una sola Persona). Vemos como ya la mera representación nos indica lo principal del dogma cristológico: una sola Persona, y esta divina, con dos naturalezas, verdadero Dios y verdadero hombre. En algunos iconos se representa el mando color verde, para significar que Cristo es el renovador de la vida. Lleva el galón dorado de la unción del Espíritu Santo y de sacerdote: Él es el Sumo y Eterno Sacerdote y el Cristo. En su otra mano porta el rollo, signo de la profecía, ya que este poder sobre la muerte viene anunciado por los profetas.


Sobre su cabeza el nimbo dorado cristiforme, con las palabras: “Yo Soy”. De modo que el Nombre de Dios revelado a Moisés (Ex 3, 14) hoy se explicita en Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11, 25). Resuena las palabras de Jesús cuando alude a la zarza: “es un Dios de vivos y no de muertos”. El semblante de Jesús es la síntesis de varios momentos: Jesús se conmovió en su espíritu (Jn 11, 33); Jesús se hecho a llorar (Jn 11, 35); Jesús levantando los ojos al cielo oró a su Padre (Jn 11, 41). El rostro de Jesús expresa todas estas circunstancias.


A cada lado del Salvador se sitúan dos grupos de hombres. A su derecha, los discípulos del Señor y, a su izquierda, los que han ido a dar el pésame a las hermanas de Lázaro. Ambos lados sitúan a Jesús como el centro de la salvación, como el Germen de la Vida, aquellos que se sitúan a su derecha son los que le siguen, los de su izquierda los que le albergan en su corazón el odio.


El grupo de los discípulos viene encabezado por Pedro. Pedro está justo detrás del Maestro y le señala con su mano, indicándonos que es Él el verdadero Señor de la vida y de la muerte. Todos los discípulos se agrupan, de modo que nos indica que estos están dispuestos a adquirir esta vida de Jesús, como un solo cuerpo, una sola Iglesia, que conserva estos misterios. Su cara es de sorpresa, todos miran a Jesús.


El grupo de la izquierda son aquellos que han ido a visitar a Marta y María, para darles sus condolencias. Los rostros de estos expresan estupefacción, asombro y odio. Fueron muchos los que creyeron del Él (Jn 11, 45). Otros, los sumos sacerdotes y los escribas y fariseos temen que crean en Él (Jn 11, 47-48). En algunos iconos de la Resurrección de Lázaro se representa a uno de ellos señalando. Es Caifás, el sumo sacerdote ese año. Señala diciendo: “No entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera” (Jn 11, 49-50). Esto lo dijo en profecía, nos señala al Cordero de Dios en favor de los hombres. Dentro de este grupo hay uno de ellos que se tapa la nariz.


El segundo personaje principal del icono es Lázaro que ya está fiera de la tumba, con lo ojos abiertos. Su mortaja de vendas es blanca, indicando la nueva vida: la resurrección. A su lado están tres personajes. Uno que se tapa la nariz y la boca, indicando aquello que le dijo Marta a Jesús: “Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días” (Jn 11, 39). Cristo está dispuesto a eliminar de toda la creación cualquier signo de corrupción. El segundo esta quitando la losa que cubre el sepulcro y, el tercero, quita los ventajes del muerto. Estos dos últimos son los únicos personajes que no miran a Jesús y que nos miran a nosotros. Son los que testifican que el acontecimiento es algo real y cierto y nos dan testimonio.


Los últimos personajes son Marta y María, que están a los pies de Jesús. Con sus manos veladas, adoran al Señor de la vida y reconocen que en su encarnación reside el misterio del “Dios-con-nosotros”. Una mira el rostro de Jesús, arrodillada, mira hacia arriba, sabiendo que viene de parte de Dios: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27). La otra, María, se arroja a los pies de Jesús y le lava los pies con sus lágrimas. Son las dos posiciones de la oración: la que alza la mirada para reconocer los signos de Dios, y la petición humilde, para que el Señor intervenga. Ambas recuerdan a la imagen de Eva del icono de la bajada a los infiernos, símbolo de la Iglesia en súplica y oración, esperando la resurrección de los muertos.


Para acabar esta descripción, invitaros a contemplar el marco de esta escena en dos aspectos: la ciudad amurallada y la gruta entre dos montañas. La ciudad es Betania, símbolo de la fortaleza de la Vida que trae Cristo. Nos indica también que Jesús va camino de Jerusalén.


Si contemplamos la gruta y la estructura de la composición nos damos enta que tiene forma de útero. El iconógrafo ha querido representar las entrañas de la madre que da vida, como fruto de este segundo nacimiento. Si nos fijamos en esta simbología podemos rememorar la misma en las pilas bautismales, que presentan este útero. Los cristianos somos sepultados en Cristo, para participar de su vida, del mismo modo que participamos de su muerte y resurrección.


Conclusión


En este camino cuaresmal son muchos los que se preparan para el bautismo de la noche del sábado, en la vigilia pascual. Todo el camino que nos lleva a Betania y a Jerusalén, acompañando a Jesús, siendo escogidos por Él. Esta es la participación en la vida que nos regala Jesús, el bautismo, que nos conduce a la nueva Creación, la transformación de todo lo creado en Cristo. Signo de esto se da en la liturgia, que reproduce esta Nueva Jerusalén.


Daniel Rodríguez Diego