 Según la tradición de los cristianos de lengua siríaca las almas de los difuntos que llegan a la puerta del paraiso no se encuentran a san Pedro sino al Buen Ladrón: éste - redimido por la cruz de Cristo, que es la llave de entrada - ha sido el primero en entrar, tras una disputa con el Querubín, que depués de la expulsión de Adán, custodiaba la puerta de entrada al Paraiso. El apócrifo Evangelio de Nicodemo, en la segunda parte que se titula "Descenso de Cristo a los infiernos", habla de un hombre miserable, con una cruz a los hombros, que el ángel guardián había puesto a la derecha de la puerta del Paraiso. Y en muchos textos litúrgicos de la Semana Santa las Iglesias orientales celebran al Buen Ladrón como figura del cristiano - del ser humano - que encuentra en la cruz de Cristo su salvación. La misma liturgia bizantina insiste en la relación que hay entre el ladrón y la cruz: es la cruz la que lleva al ladrón a la fe, la que lo hace llegar a ser teólogo, la que lo conduce al paraiso.
Según la tradición de los cristianos de lengua siríaca las almas de los difuntos que llegan a la puerta del paraiso no se encuentran a san Pedro sino al Buen Ladrón: éste - redimido por la cruz de Cristo, que es la llave de entrada - ha sido el primero en entrar, tras una disputa con el Querubín, que depués de la expulsión de Adán, custodiaba la puerta de entrada al Paraiso. El apócrifo Evangelio de Nicodemo, en la segunda parte que se titula "Descenso de Cristo a los infiernos", habla de un hombre miserable, con una cruz a los hombros, que el ángel guardián había puesto a la derecha de la puerta del Paraiso. Y en muchos textos litúrgicos de la Semana Santa las Iglesias orientales celebran al Buen Ladrón como figura del cristiano - del ser humano - que encuentra en la cruz de Cristo su salvación. La misma liturgia bizantina insiste en la relación que hay entre el ladrón y la cruz: es la cruz la que lleva al ladrón a la fe, la que lo hace llegar a ser teólogo, la que lo conduce al paraiso. El texto tiene como fondo general el pasaje evangélico: "Después (uno de los malechores) añade: Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino. Jesús le responde: En verdad te digo, hoy, estarás conmigo en el paraiso" (Lucas, 23, 42-43). En las siete primeras estrofas está resumida toda la redención de Cristo: por medio de su cruz gloriosa el ladrón- Adán, la humanidad - es llevado de nuevo al paraiso. En todas las liturgias del Oriente Cristiano, de hecho, la Pascua de Cristo es su Resurrección de entre los muertos, del sepulcro, que supone su descenso a los infiernos para sacar a Adán y a toda su descendencia.
En el diálogo hay un extrecho vínculo entre Reino y Edén: el lugar de donde Adán es expulsado y el reino prometido por Cristo al ladrón en la cruz están conectados, y las palabras de Cristo no son "estarás hoy en el paraiso", como en el texto de Lucas, sino "estarás hoy en el Edén". Se encuentra la centralidad de la cruz como llave que abre el Edén: de esta manera las razones presentadas por el querubín están vinculadas a la antigua alianza, mientras que las del ladrón nacen de la nueva alianza en la cruz de Cristo. Para el querubín, el que llega es un ladrón; el ladrón reconoce su culpabilidad: "He sido un ladrón", pero cambiado y redimido. Para el querubín, el Edén es un lugar terrible, mientras que para el ladrón el lugar terrible es el Gólgota, la cruz de Cristo. El Edén para el querubín es un lugar cerrado, para el ladrón ha sido abierto por Cristo, con el desarrollo de la idea paulina de la deuda de Adán cancelada por Cristo en la cruz. Pero también encontramos el tema de la expulsión del paraiso y la entrada de nuevo en él por medio de las imágenes del regreso del hijo pródigo y el hallazgo de la oveja perdida.
En el Oriente Cristiano afortunadamente no hay división entre teología, liturgia y espiritualidad, y la liturgia de cada iglesia cristiana es el lugar donde la iglesia profesa, celebra y vive su fe. Y en la celebración pascual el Diálogo entre el Querubín y el Buen Ladrón muestra como una Iglesia cristiana tiene éxito a la hora de presentar y vivir su propia fe en el corazón de la liturgia: el misterio de la redención operado por Cristo a través de su Cruz.
(Publicado por Manuel Nin en L'Osservatore Romano el día 23 de Marzo de 2008; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)