La fiesta de la Anunciación de la santísima Madre de Dios y siempre Virgen María es una de las pocas fiestas que encontramos en Cuaresma en la tradición bizantina. De la fiesta hayamos testimonios precisos en Costantinopla en torno al 530, y también Román el Melódico le dedica en el siglo VI un kontákion. Al desarrollo de la fiesta contribuyeron las homilías antiarrianas que subrayan, junto a la humanidad de Cristo, también su divinidad eternamente subsistente en Dios, y la homilética siríaca, que subraya fuertemente el paralelismo entre Eva y María. En Roma la fiesta fue introducida por el Papa Segio I (687-701), de origen siríaco, con una celebración litúrgica en Santa María la Mayor y una procesión.
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Desde el inicio la fiesta fue celebrada el 25 de Marzo, siempre en el periodo cuaresmal, un tiempo que excluye cualquier solemnidad. En el 692 el Concilio IV de Constantinopla prescribe, sin embargo, celebrar con toda solemnidad la fiesta, y así en las Iglesias bizantinas se desarrolló un sistema de rúbricas litúrgicas que buscan combinar la Anunciación con los oficios cuaresmales y con los de la Semana santa. La fiesta del 25 marzo tiene una vigilia el 24 y un post-fiesta el 26, día en el cual se celebra la memoria del arcángel Gabriel. En efecto, con mucha frecuencia las grandes fiestas en la tradición bizantina tienen, el día posterior a la fiesta, la celebración del personaje del cual Dios se sirve para llevar a término su Misterio de salvación.
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La fiesta tiene como tema importante el anuncio de la Encarnación del Verbo de Dios y la gloria que brota. En muchos de los troparios se encuentra, casi como un estribillo, la exhortación "alegraos": se trata de una gloria que no tiene nada de superficial, sino que nace de la conciencia de la salvación que nos viene dada en Cristo, en una fiesta que busca implicar a toda la creación en la alabanza y en la contemplación del misterio celebrado.
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Los troparios son un entrelazado de citas bíblicas, sobretodo veterotestamentarias, profecías que anuncian a Cristo y que la tradición patrística ha leído siempre en clave cristológica. Esta misma acentuación cristológica está ya en todos los títulos dados a María, relacionados con el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios y de la divina maternidad de María: "Gózate, tierra no sembrada; alégrate, zarza incombustible; alégrate abismo insondable; gloriate, puente que hace pasar a los cielos y escala elevada contemplada por Jacob; alégrate, divina urna del maná; gózate, liberación de las maldiciones; regocíjate, retorno de Adán del exilio: el Señor está contigo".
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Otro tema que vuelve a los textos litúrgicos es la combinación de asombro y duda en María; asombro frente a aquello que le viene anunciado, duda no tanto frente a lo que deberá suceder, sino de no ser de nuevo engañada como Eva por cualquiera que anuncia grandes cosas ("seréis como Dios"). Otra combinación de asombro y estupor es aplicado por la liturgia también al arcángel frente al contenido del anuncio, con una serie de afirmaciones cristológicamente contrastantes, muy similares a los temas de los Himnos de san Efrén el Sirio: "El inenarrable que está en lo más alto de los cielos, nace de una virgen! Aquél que tiene el cielo por trono y la tierra por escabel se encierra en el seno de una mujer! Aquél que los serafines de las seis alas no pueden mirar fijamente, se complace al encarnarse por Ella. Aquél que aquí está presente es el Verbo de Dios".
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Las lecturas de vísperas son tomadas del Antiguo Testamento, perícopas que ya toda la tradición patrística de oriente y occidente lee en clave cristológica; la escala de Jacob (Génesis,28, 10-17); la puerta cerrada por donde pasa solamente el Señor (Ezequiel 43, 27 - 44, 4); la casa construida por la sabiduría de Dios (Proverbios, 9, 1-11). El tropario de la fiesta resume, de modo breve y claro, el tema de fondo de la celebración: "Hoy es el comienzo de nuestra salvación y la manifestación del misterio escondido por siglos: el Hijo de Dios se convierte en Hijo de la Virgen, y Gabriel porta la buena nueva de la gracia. Con él aclamamos a la Virgen: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo".
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En el oficio del Matutino uno de sus textos es de un autor bizantino, Teodoro Graptos (778-845), que vivió en plena controversia iconoclasta. La obra es un acróstico, y se desarrolla sirviéndose de un género literario que ya san Efrén usa, que es el diálogo o disputa entre dos personajes - aquí entre el arcángel y la Madre de Dios - a estrofas alternas. El autor retoma el tema ya mencionado en vísperas, el asombro del mismo arcángel ante aquellos que debe anunciar, y el estupor y el miedo de la Virgen, miedo de ser engañada de nuevo como Eva.
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El último de los troparios del matutino resume el misterio de nuestra salvación, ya manifestado en los Evangelios y en la tradición patrística: "El misterio que existe desde la eternidad se ha revelado hoy, y el Hijo de Dios se hace hijo del hombre, para que, asumiendo lo que es inferior, pueda comunicarme lo que es superior; Dios se hace hombre para hacer dios a Adán".
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En la Divina Liturgia del día 25 se leen dos pasajes, de la carta a los Hebreos (2, 11-18) y del Evangelio de Lucas (1, 24-38). "Y la dejó el ángel ". Este versículo que cierra la perícopa de la Anunciación siempre me ha impresionado. El Señor nos anuncia su buena noticia y después nos deja? Non, no es abandono ni soledad lo que debemos leer en el Evangelio de Lucas, sino el hecho de que en nuestra vida cristiana estamos llamados a dar una respuesta, con nuestra responsabilidad y madurez, humana y cristiana.
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(Publicado por Manuel Nin en L'Osservatore Romano el 25 de Marzo de 2009;
traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)