En el corazón de la Cuaresma, en su domingo central, la Iglesia bizantina ofrece a los fieles la adoración de “la Santa y Vivificante Cruz”. En la parte central del templo se coloca una cruz adornada con flores. En otras dos ocasiones, a lo largo del ciclo litúrgico bizantino, encontramos otras dos fiestas dedicadas a la Cruz: el 14 de septiembre (fiesta de la exaltación de la Santa Cruz y dedicación en el 335 de las basílicas del Gólgota) y el día 1 de agosto (fiesta de la hypsosis, solemne procesión con la Cruz a Constantinopla en el 641), ambas fiestas vinculadas a acontecimientos históricos relacionados con la Cruz, que en su momento oportuno comentaremos. Sin embargo, este tercer domingo de Cuaresma se nos invita a acogerla con fe y reverencia; prepararnos a adorar la Cruz del “Santo y Gran Viernes”, que se alza en el Gólgota.
En la vigilia de este día, después de la Gran Doxología, la Cruz se acerca en procesión hasta el centro de la Iglesia, donde permanecerá toda esa semana, para ser venerada por los creyentes. Mientras se canta “Ante tu Cruz nos postramos, ¡oh Soberano, y tu santa resurrección glorificamos!”. La asamblea, en procesión, se acerca a besarla. Hay que destacar que el tema de la Cruz, predomina en los himnos de este domingo. Se contempla en términos no alusivos al sufrimiento de Cristo clavado en ella, sino, más bien, de victoria y de gloria.
“¡Oh, Cruz gloriosa!” Las melodías de este día traen a la memoria las de la noche de Pascua. El significado de la fiesta viene muy bien señalado por este otro canto: “Cuando en este día tomamos tu preciosa Cruz, oh Cristo, con fe la adoramos, nos regocijamos y la abrazamos con ardor, imitando a Nuestro Señor, que por propia voluntad se entregó para ser crucificado en ella. Para hacernos dignos de adorar su Preciosa Cruz, para que libres de toda servidumbre, podamos contemplar el día de la Resurrección”. La invitación es abrazar con libertad nuestra cruz personal y, en este camino de Cuaresma, aprender a configurarnos con el sacrificio de Cristo. Por el bautismo nos hacemos hijos de Dios, de modo que nos convertimos en hijos en el Hijo y nuestra vida, y existencia, se mueve en las coordenadas de la Cruz. Todo el dolor del hombre se puede convertir en redentor y aquilatador del corazón del hombre, que es probado en el fuego del Amor de Cristo en la Cruz.
¿Por qué adelantar la meditación de la Cruz antes del Viernes del Gólgota con tonos que traen a la memoria la Pascua? Su significado es la fecha: el tercer domingo. De un lado tenemos el esfuerzo físico y espiritual propio de la oración y del ayuno (mucho más severo en la actualidad en Oriente que en Occidente), del otro, la Gloria de la resurrección. La fatiga es evidente porque se nos invita a abrazar la Cruz para alcanzar la Gloria. Sin Cruz no hay transformación. La Cuaresma es nuestra auto-crucifixión, renuncia al amor propio y la conversión de nuestro corazón. Pero al ser una cuestión de libertad y de amor debemos convencernos que querer abrazar nuestros sufrimientos y pecado. “Dios lo puede todo, menos obligarnos a que Le amemos”. Durante el camino de la Luz se dejan ver mejor nuestras tinieblas, de modo que la luz dorada de todo el icono hace resaltar de modo admirable el Madero.
En la Divina Liturgia de este día se lee el pasaje de Marcos: «el que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, se salvará» (8, 34-9,1). No podemos coger nuestra Cruz y seguir a Cristo si no contemplamos la suya, aquella que ha querido llevar por nosotros, porque Él no la merecía. Somos santos porque Él es el único Santo, el único Justo. Esta es su Cruz, la que salva, no la nuestra; es la Cruz que da sentido a las de todos. Nosotros abrazándola recibimos la suya, que es la única eficaz, ofreciendo nuestra existencia como templos vivos a favor de los hombres. Todo sacrificio mirando a la Cruz es lugar de salvación. En el icono se muestra muy bien: es el signo del abrazo el que muestra la adoración. La pregunta de este domingo de Cuaresmas es: ¿Estoy bien dispuesto para cargar con mi cruz? ¿La quiero? ¿La deseo? ¿Comprendo porque Cristo va a entregarse por mí? Cuando me acerque a besar el Santo Madero, ¿será mi beso el de un pecador impenitente o un verdadero acto de adoración, de fe?
Cuando está a punto de venir el Rey, se alza su estandarte, como se alzo en el desierto («cuando yo sea alzado atraeré a todos hacia mí»), y luego llega Él en persona. Es mostrada como Árbol de la Vida que fue plantado en el paraíso, por eso los Padres plantaron el Árbol de la Cruz en medio del nuevo Paraíso de la Iglesia, “huerto regado” donde se nace a la Vida Eterna. Por este Árbol todos nos reconciliamos con Dios y somos devueltos a la Vida.
“El árbol de la Cruz nos porta a los hombres al hábito de la Vida” (Gn 3, 7.17-19). “Con este dulce madero tu casa está plena de gloria” (Is 6, 1 LXX; 1Re 8, 11). “Con el madero se talló el húmedo elemento” (Ex 14, 16), “mientras se entonaban por Cristo el cántico del paso del mar” (Ex 15,1). “¡Venid cantemos un cántico nuevo!” (Sal 95,1). Estas son las imágenes que se usan en el oficio litúrgico de esta fiesta, junto a los pasajes del cántico de Habacuc (cap. 3) y el cántico de Isaías (26, 9-20), el cántico de Daniel (3, 26-56) y de las criaturas (Dn 3, 57-88), para culminar con el anuncio de la espada de dolor en María en el cántico de Zacarías (Lc 1, 46-55). Siempre este oficio concluye con un recuerdo de los mártires de la Iglesia, que se reúnen en torno a la Cruz.
En algunos iconos, los ortodoxos siempre, veréis que se representa el escabel donde se apoyaron los pies de Cristo torcido. Nos lo explica el padre Evdokimov: «La Cruz es de tres travesaños. El inferior, bajo los pies del Señor, está ligeramente inclinado. Ese scabellum pedum (Hch 2, 35; Sal 109), por un lado inclinado hacia abajo, representa el destino del ladrón de la derecha. El tropario de Nona compara la Cruz con la balanza del destino. “balanza de justicia” y brecha de eternidad, la cruz está en medio como el guión que une misteriosamente el Reino y el infierno». La Cruz de Cristo es colocada en medio de la Iglesia porque sabemos que en ella está la justicia de Dios y su misericordia. Ella se inclina a la salvación de aquellos que le reconocen es su sufrimiento redentor.
En la vigilia de este día, después de la Gran Doxología, la Cruz se acerca en procesión hasta el centro de la Iglesia, donde permanecerá toda esa semana, para ser venerada por los creyentes. Mientras se canta “Ante tu Cruz nos postramos, ¡oh Soberano, y tu santa resurrección glorificamos!”. La asamblea, en procesión, se acerca a besarla. Hay que destacar que el tema de la Cruz, predomina en los himnos de este domingo. Se contempla en términos no alusivos al sufrimiento de Cristo clavado en ella, sino, más bien, de victoria y de gloria.
“¡Oh, Cruz gloriosa!” Las melodías de este día traen a la memoria las de la noche de Pascua. El significado de la fiesta viene muy bien señalado por este otro canto: “Cuando en este día tomamos tu preciosa Cruz, oh Cristo, con fe la adoramos, nos regocijamos y la abrazamos con ardor, imitando a Nuestro Señor, que por propia voluntad se entregó para ser crucificado en ella. Para hacernos dignos de adorar su Preciosa Cruz, para que libres de toda servidumbre, podamos contemplar el día de la Resurrección”. La invitación es abrazar con libertad nuestra cruz personal y, en este camino de Cuaresma, aprender a configurarnos con el sacrificio de Cristo. Por el bautismo nos hacemos hijos de Dios, de modo que nos convertimos en hijos en el Hijo y nuestra vida, y existencia, se mueve en las coordenadas de la Cruz. Todo el dolor del hombre se puede convertir en redentor y aquilatador del corazón del hombre, que es probado en el fuego del Amor de Cristo en la Cruz.
¿Por qué adelantar la meditación de la Cruz antes del Viernes del Gólgota con tonos que traen a la memoria la Pascua? Su significado es la fecha: el tercer domingo. De un lado tenemos el esfuerzo físico y espiritual propio de la oración y del ayuno (mucho más severo en la actualidad en Oriente que en Occidente), del otro, la Gloria de la resurrección. La fatiga es evidente porque se nos invita a abrazar la Cruz para alcanzar la Gloria. Sin Cruz no hay transformación. La Cuaresma es nuestra auto-crucifixión, renuncia al amor propio y la conversión de nuestro corazón. Pero al ser una cuestión de libertad y de amor debemos convencernos que querer abrazar nuestros sufrimientos y pecado. “Dios lo puede todo, menos obligarnos a que Le amemos”. Durante el camino de la Luz se dejan ver mejor nuestras tinieblas, de modo que la luz dorada de todo el icono hace resaltar de modo admirable el Madero.
En la Divina Liturgia de este día se lee el pasaje de Marcos: «el que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, se salvará» (8, 34-9,1). No podemos coger nuestra Cruz y seguir a Cristo si no contemplamos la suya, aquella que ha querido llevar por nosotros, porque Él no la merecía. Somos santos porque Él es el único Santo, el único Justo. Esta es su Cruz, la que salva, no la nuestra; es la Cruz que da sentido a las de todos. Nosotros abrazándola recibimos la suya, que es la única eficaz, ofreciendo nuestra existencia como templos vivos a favor de los hombres. Todo sacrificio mirando a la Cruz es lugar de salvación. En el icono se muestra muy bien: es el signo del abrazo el que muestra la adoración. La pregunta de este domingo de Cuaresmas es: ¿Estoy bien dispuesto para cargar con mi cruz? ¿La quiero? ¿La deseo? ¿Comprendo porque Cristo va a entregarse por mí? Cuando me acerque a besar el Santo Madero, ¿será mi beso el de un pecador impenitente o un verdadero acto de adoración, de fe?
Cuando está a punto de venir el Rey, se alza su estandarte, como se alzo en el desierto («cuando yo sea alzado atraeré a todos hacia mí»), y luego llega Él en persona. Es mostrada como Árbol de la Vida que fue plantado en el paraíso, por eso los Padres plantaron el Árbol de la Cruz en medio del nuevo Paraíso de la Iglesia, “huerto regado” donde se nace a la Vida Eterna. Por este Árbol todos nos reconciliamos con Dios y somos devueltos a la Vida.
“El árbol de la Cruz nos porta a los hombres al hábito de la Vida” (Gn 3, 7.17-19). “Con este dulce madero tu casa está plena de gloria” (Is 6, 1 LXX; 1Re 8, 11). “Con el madero se talló el húmedo elemento” (Ex 14, 16), “mientras se entonaban por Cristo el cántico del paso del mar” (Ex 15,1). “¡Venid cantemos un cántico nuevo!” (Sal 95,1). Estas son las imágenes que se usan en el oficio litúrgico de esta fiesta, junto a los pasajes del cántico de Habacuc (cap. 3) y el cántico de Isaías (26, 9-20), el cántico de Daniel (3, 26-56) y de las criaturas (Dn 3, 57-88), para culminar con el anuncio de la espada de dolor en María en el cántico de Zacarías (Lc 1, 46-55). Siempre este oficio concluye con un recuerdo de los mártires de la Iglesia, que se reúnen en torno a la Cruz.
En algunos iconos, los ortodoxos siempre, veréis que se representa el escabel donde se apoyaron los pies de Cristo torcido. Nos lo explica el padre Evdokimov: «La Cruz es de tres travesaños. El inferior, bajo los pies del Señor, está ligeramente inclinado. Ese scabellum pedum (Hch 2, 35; Sal 109), por un lado inclinado hacia abajo, representa el destino del ladrón de la derecha. El tropario de Nona compara la Cruz con la balanza del destino. “balanza de justicia” y brecha de eternidad, la cruz está en medio como el guión que une misteriosamente el Reino y el infierno». La Cruz de Cristo es colocada en medio de la Iglesia porque sabemos que en ella está la justicia de Dios y su misericordia. Ella se inclina a la salvación de aquellos que le reconocen es su sufrimiento redentor.
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¡Santa Cruz de Cristo, no nos abandones!
Daniel Rodríguez Diego
Daniel Rodríguez Diego