El Icono de la Fiesta de la Anunciación.

El presente icono representa este pasaje lucano: Lc 1, 26-38, primera fuente iconográfica de esta escena. Esencialmente viene a subrayar todo el contenido dogmático sobre la Encarnación del Verbo, la concepción por obra del Espíritu Santo y el nacimiento en el seno de una Virgen.

La segunda fuente iconográfica es el propio oficio litúrgico para el día de la fiesta. Son muy hermosas las alusiones que encontramos: “tierra no fecundada”; “zarza incombustible” (el primero que nos habla de María aludiendo a Ex 3, 2 es San Gregorio de Nisa en su Vida de Moisés); “abismo inescrutable”; “puente que hace pasar al cielo”; “escala elevada contemplada por Jacob” (Gn 28, 12); “divina urna que porta el maná” (Ex 16, 33); “liberadora de la maldición” (Gn 3, 15); “retorno de Adán desde el exilio”; “amplio espacio y lugar de santidad” (Sal 131, 8); “aquel que cabalga sobre querubines” (Sal 17, 11). Es muy hermoso venerar este icono, acogiendo a todas las imágenes bíblicas que nos aporta. Os invito a ir escrutando la Sagrada Escritura contemplando esta ventana del misterio de la Encarnación. Dentro del oficio además de los himnos propios y sus tropos, se incluyen tres pasajes bíblicos: Gen 28, 10-17; Ez 43, 27 - 44,4; y Pr 9, 1-11.

El icono se colocaría el primero en la segunda fila del iconostasio monumental, ya que es la primera de las doce grandes fiestas. El tema es evidente, pero nos lo indica el propio icono en la parte superior el rótulo: Ho chairetismós (“La Anunciación”). Principalmente destacan en el icono cuatro elementos fundamentales: el arcángel Gabriel, la Virgen María, el pozo y el haz de luz que se proyecta desde arriba. Los dos primeros se pueden identificar por sus nómina sacra: “Madre de Dios” y “Arcángel Gabriel”.

Si observamos el escenario, vemos que es muy estático, en contraste con el dinamismo del arcángel, con el movimiento de sus piernas, los vestidos y sus alas. Se presenta ante María como un torbellino y la Mujer se retrae hacia atrás. Es un momento muy expresivo que intentan mostrar el estupor de María ante el anuncio y el misterio.

El arcángel Gabriel
El blanco de sus vestidos es el de la aurora, que anuncia un nuevo nacimiento y el origen de la vida. Pero vemos que destaca una franja azul en su manga, color de pureza e inmaterialidad. En su mano, un cetro símbolo de la autoridad del mensajero y a su vez del peregrino, aunque podemos encontrar alusiones a la vara con la que se mide la Ciudad celeste, la Nueva Jerusalén. Su mano derecha se extiende para mostrar el anuncio, que pasa a la otra persona, a su vez bendice señalando con la mano la unidad de la Trinidad (el Hijo es el que se encarna, que ya existía desde la eternidad) y la doble naturaleza del que va a nacer. A la mano acompaña la mirada.

El arcángel está colocado sobre un pedestal cuadrado de color azul, nos marca un acontecimiento celeste en medio de la historia, ya que lo cuadrado nos remite a lo terreno, como el azul a lo eterno. El gesto del mensajero es de estupor ante el misterio que revela y el conocimiento de una criatura tan pura como es María.

La Virgen María

Se encuentra sentada, su cabeza se cubre con un manto, en el que se colocan las tres estrellas (nos indican que es virgen antes, durante y después del parto). Es una túnica de un azul muy intenso, que representa su humildad y, de aquí, “humus”, tierra virgen, preparada desde la eternidad para recibir al Germen. Del mismo modo que Adán fue formado de tierra virgen, sobre la que no había llovido y que no había sido pisada (Gn 2, 5-7). Ésta es María, Nueva Eva (Gn 2, 21-25). Su seno es fértil y puro; Ella es Virgen y Esposa. En la lectura de vísperas de la fiesta se escoge el pasaje de Ez 44, 1-4. Resuena en el corazón del creyente las siguientes palabras: «este pórtico permanecerá cerrado. No se abrirá nunca y nadie entrará por él, porque el Señor, Dios de Israel ha entrado por él. Por eso quedará cerrado» (v. 2). María como “cuidad viviente” y “puerta espiritual”, “piedra no tallada que cae” (Dn 2, 34)

María se sienta en un trono dorado (“celeste cátedra del Rey”) y colocado sobre una peana, pero sus pies se apoyan a su vez en un pedestal, ya que ha sido colocada sobre los ángeles y demás seres celestes (Ez 1, 10).
El azul de su túnica es contrastado por el rojo de sus sandalias, el cojín y la tela dosel. Estos tres significan la categoría de realeza. La púrpura estaba relacionada directamente el emperador y la emperatriz bizantinos. De modo que María no es coronada como en occidente, sino que se le incluyen estas sandalias púrpura, y un pie más adelantado que el otro, para indicar que a la emperatriz-reina se le besaba en el pie derecho. Del mismo modo que el trono es dorado, símbolo de realeza y majestad.

Pero existe otro detalle púrpura dentro del icono. María lleva un ovillo de este color y está hilando con la rueca. María, con su sí al mensaje del ángel, está tejiendo la Carne concreta del Salvador en su seno virginal, del mismo modo que teje la túnica púrpura de su Rey-Esposo, que es su cuerpo (Heb 10, 20).

El velo purpúreo del dosel alude al pasaje apócrifo en el que María fue consagrada al Templo y se dedicó a tejer el velo que estaba en el Tabernáculo, también aludiendo al velo de la carne de Cristo. María se ve como nuevo Tabernáculo y nueva Arca de la Alianza. Conviene leer los comentarios de san Efrén a la Encarnación.

Las manos de María expresan el temor de estar ante la presencia de divina y el estupor del mensaje que porta el ángel. Y a su vez presta atención, expresando lo que dice el Salmo 46, 11.

La luz de lo alto
Desde lo alto aparece un haz de luz que a la vez es sombra, que cae sobre la Virgen, atravesando el velo púrpura, pero sin rasgarlo. Esta es la representación del Espíritu Santo. Esto responde a lo expresado por Gabriel: «El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra», del mismo modo que el peregrinar de Pueblo por el desierto (Ex 13, 21-22), María es cubierta y «el ángel la dejó», de modo que comienza un proceso de desierto para la Madre, que debe pasar a ser discípula hasta llegar a la Cruz (Jn 19, 25-27), «guardando todas estas cosas en su corazón» (Lc 2, 51).

El pozo
Se encuentra un pozo que puede pasar desapercibido para el lector poco atento; hay que poner todo el icono en relación a este pozo.

En primer lugar, podemos hacer un sondeo de la exégesis bíblica con pasajes en los que destaca el pozo, sobre todo el de Eleazar en busca de la esposa para su señor Isaac, en el que encuentra con Rebeca, haciendo del pozo un ámbito privilegiado para hablar de la esponsalidad (Gn 24, 15-21). Del Nuevo Testamento, en Juan, Jesús y la Samaritana, en el que se ofrece como un agua que salta a la Vida eterna (Jn 4, 10-15). Se colocan al mismo nivel, y uno en frente del otro, el pozo y el trono, de modo que se simboliza la disponibilidad de la Tierra Virgen de acoger a la Fuente de agua viva. También una de las imágenes preferidas por los Padres es la de María como Trono, aludiendo a que es Madre de Dios y Madre de los hombres, ya que es también el trono la sede de la Iglesia.

Además, el pozo tiene una connotación sagrada. En él se dan las tres órdenes cósmicos: el cielo, la tierra y el abismo (Ef 1, 10; Flp 2, 10; Ap 5, 13); y tres de los cuatro elementos: agua, tierra y aire, que son completados el día de Pentecostés, donde también está María. Estos símbolos cósmicos son muy significativos y recuerdan el pasaje de san Pablo, donde toda la creación está expectante a la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8, 19-22) y María se convierte en la que se han cumplido todas las promesas e imagen de la Iglesia (1P 2, 5).

María es colocada como Madre de Dios; Esposa del Espíritu y Esposa que se prepara para el Esposo, que es Cristo; tabernáculo de la Nueva Alianza en la carne (Heb 9, 11); y heredera de las promesas.
¡Salve Virgen y Esposa!
Daniel Rodríguez Diego