Las Iglesias de tradición bizantina durante la primera semana de la Gran Cuaresma en el Oficio de Apódipnon (Completas) cantan diversas partes del canon penitencial de San Andrés de Creta, que vivió entre el 660 y el 740. Andrés escribe este texto que es un gran canto a la misericordia y a la bondad de Dios, manifestada en Cristo, canto que es fruto de una lectura, de una verdadera lectio divina de toda la Sagrada Escritura. Se trata de un texto muy largo, muy profundo y bello, no siempre fácil, al cual se añadirán más tarde los troparios sobre Santa María Egipciaca y sobre el mismo San Andrés de Creta.
El texto está formado por nueve odas que siguen los nueve cantos bíblicos - ocho del Antiguo Testamento y dos del Nuevo - que forman parte del matutino bizantino. El primero de los troparios de cada una de las odas ofrece el enlace cristológico o eclesiológico del testo mismo: "Estáte atento, oh cielo, y hablaré, y celebraré a Cristo, venido de la Virgen en la carne... Fortelece, oh Dios, a tu Iglesia, sobre la inamovible roca de tus mandamientos... Ha escuchado el profeta tu venida, oh Señor, y ha sentido temor, ha escuchado que nacerá de la Virgen y te mostrará a los hombres, y decía: he escuchado tu anuncio y he sentico temor; gloria a tu poder". A lo largo de las nueve odas encontramos el desarrollo de diversos temas bíblicos, comenzando por los veterotestamentarios para pasar en la misma oda a los del Nuevo Testamento.
En la oda primera la historia de Adán y Eva y de Caín y Abel está entrelazada por las parábolas del hijo pródigo y del Buen Samaritano: "Habiendo emulado en la trasgresión a Adán, el primer hombre creado, me veo despojado de Dios, del reino y del gozo eterno, a causa de mi pecado. ¡Ay, alma infeliz! ¿Por qué te has hecho semejante a la primera Eva? Has tocado el árbol y has gustado imprudentemente el fruto del engaño. Cayendo con la intención en la misma sed de sangre de Caín, me he convertido en el asesino de mi pobre alma. Consumada la riqueza del alma con el libertinaje, soy privado de piadosas virtudes y hambriento grito: ¡Oh padre de piedad, sal a mi encuentro con tu compasión. Soy yo el que me he tropezado como los ladrones, que son mis pensamientos, me han cubierto de llagas: ven tú mismo, por tanto, a curarme, oh Cristo!".
Aún las figuras de Adán y Eva son yuxtapuestas en la segunda oda a la del publicano y la prostituta: "He oscurecido la belleza del alma con las voluptuosidades pasionales, y he reducido totalmente en polvo mi intelecto. He lacerado mi primera vestidura, aquella que ha tejido para mí el Creador. Me he vestido con una túnica lacerada, aquella que me ha tejido la serpiente con su consejo, y estoy lleno de vergüenza. También yo te presento, oh piadoso, las lágrimas de la meretriz: sé propicio conmigo, oh Salvador, en tu amorosa compasión. Acoge también mis lágrimas, oh Salvador, como ungüento. Como el publicano a tí grito: Sé propicio conmigo".
Vienen presentadas en la odas sucesivas (tercera-cuarta) la fe de Abraham, la escala de Jacob, la figura de Job, la Cruz como lugar donde Cristo renueva la naturaleza caída del hombre: "He manchado mi cuerpo, he ensuciado mi espíritu, estoy todo lleno de llagas; pero tú, oh Cristo médico, cura mi espíritu y cuerpo con la penitencia, báñame, purifícame, lávame: déjame más puro que la nieve... Crucificado por todos, has ofrecido tu cuerpo y tu sangre, oh Verbo: el cuerpo para re-plasmarme, la sangre para lavarme; y has entregado el espíritu para portarme, oh Cristo, a tu Engendrador. Has obrado la salvación en medio de la tierra. Por tu voluntad has sido clavado en el árbol de la Cruz y el Edén que había sido cerrado, se ha abierto... Sea mi fuente bautismal la sangre de tu costado, y bebida el agua de remisión que ha brotado... y sea ungido, bebiendo como crisma y bebida, tu vivificante palabra, oh Verbo".
En la oda primera la historia de Adán y Eva y de Caín y Abel está entrelazada por las parábolas del hijo pródigo y del Buen Samaritano: "Habiendo emulado en la trasgresión a Adán, el primer hombre creado, me veo despojado de Dios, del reino y del gozo eterno, a causa de mi pecado. ¡Ay, alma infeliz! ¿Por qué te has hecho semejante a la primera Eva? Has tocado el árbol y has gustado imprudentemente el fruto del engaño. Cayendo con la intención en la misma sed de sangre de Caín, me he convertido en el asesino de mi pobre alma. Consumada la riqueza del alma con el libertinaje, soy privado de piadosas virtudes y hambriento grito: ¡Oh padre de piedad, sal a mi encuentro con tu compasión. Soy yo el que me he tropezado como los ladrones, que son mis pensamientos, me han cubierto de llagas: ven tú mismo, por tanto, a curarme, oh Cristo!".
Aún las figuras de Adán y Eva son yuxtapuestas en la segunda oda a la del publicano y la prostituta: "He oscurecido la belleza del alma con las voluptuosidades pasionales, y he reducido totalmente en polvo mi intelecto. He lacerado mi primera vestidura, aquella que ha tejido para mí el Creador. Me he vestido con una túnica lacerada, aquella que me ha tejido la serpiente con su consejo, y estoy lleno de vergüenza. También yo te presento, oh piadoso, las lágrimas de la meretriz: sé propicio conmigo, oh Salvador, en tu amorosa compasión. Acoge también mis lágrimas, oh Salvador, como ungüento. Como el publicano a tí grito: Sé propicio conmigo".
Vienen presentadas en la odas sucesivas (tercera-cuarta) la fe de Abraham, la escala de Jacob, la figura de Job, la Cruz como lugar donde Cristo renueva la naturaleza caída del hombre: "He manchado mi cuerpo, he ensuciado mi espíritu, estoy todo lleno de llagas; pero tú, oh Cristo médico, cura mi espíritu y cuerpo con la penitencia, báñame, purifícame, lávame: déjame más puro que la nieve... Crucificado por todos, has ofrecido tu cuerpo y tu sangre, oh Verbo: el cuerpo para re-plasmarme, la sangre para lavarme; y has entregado el espíritu para portarme, oh Cristo, a tu Engendrador. Has obrado la salvación en medio de la tierra. Por tu voluntad has sido clavado en el árbol de la Cruz y el Edén que había sido cerrado, se ha abierto... Sea mi fuente bautismal la sangre de tu costado, y bebida el agua de remisión que ha brotado... y sea ungido, bebiendo como crisma y bebida, tu vivificante palabra, oh Verbo".
Las odas quinta, sexta y séptima contemplan la experiencia del desierto y las infidelidades del pueblo y de los reyes de Israel, y Cristo que cura y salva: "Por mí, Tú que eres Dios, has asumido mi forma; has obrado prodigios, sanando leprosos, enderezando paralíticos, deteniendo el flujo de sangre en aquélla que te tocaba la franja del vestido, oh Salvador... Imita, oh alma, a aquélla que se postro rostro en tierra: póstrate, arrójate a los pies de Jesús, porque Él te enderezará y tú caminarás recta por los senderos del Señor".
La octava oda canta los grandes del Antiguo y del Nuevo Testamento: "Has escuchado hablar, oh alma, de los ninivitas, de su penitencia ante Dios en saco y ceniza : tú no los has imitado, sino que has sido más ignorante que todos aquellos que han pecado antes y después de la Ley. Como el ladrón, grito a tí: ¡Acuérdate! Como Pedro, lloro amargamente; perdóname, Salvador, a tí grito como el publicano; lloro como la meretriz: acoge mi gemido".
Finalmente, después de todos los ejemplos y modelos del Antiguo Testamento, Andrés de Creta en la oda nona presenta todo el misterio salvífico de Cristo que cura, llama a la humanidad a seguirlo y salva: "Te traigo los ejemplos del Nuevo Testamento, oh alma, para inducirte a compunción: Cristo se ha hecho hombre para llamar a la penitencia a los ladrones y prostitutas... Cristo se ha hecho niño según la carne para conversar conmigo, y ha cumplido voluntariamente todo lo que es de la naturaleza, excepto el pecado... Cristo ha salvado a los magos, ha convocado a los pastores, ha convertido en mártires una muchedumbre de inocentes... El Señor después de haber ayunado cuarenta días en el desierto, al fin tuvo hambre, mostrando así su humanidad... Cristo enderezó al paralítico, resucitó a jóvenes difuntos... El Señor curó a la hemorroisa que le tocó la franja de su manto, purificó a los leprosos e iluminó a los ciegos; hizo caminar a los cojos... para que tú pudieras salvarte, alma infeliz... Curando las enfermedades, Cristo, el Verbo, ha evangelizado a los pobres... El publicano se ha salvado y la prostituta se ha convertido en casta".
El texto del gran canon de Andrés de Creta cuenta la historia de la salvación operada por Dios en cada uno de nosotros: "Te he presentado, oh alma, la historia del inicio del mundo escrita por Moisés, toda la Escritura que nos viene por Él y que te narra sobre justos e injustos... Te traigo los ejemplos del Nuevo Testamento, oh alma, para inducirte a compunción: emula, por tanto, a los justos, aléjate de los pecadores y ríndete propicio a Cristo con las oraciones y ayunos, con castidad y decoro". En un texto que nos coloca ante los diversos aspectos con los cuales la Iglesia a lo largo de la Cuaresma nos confronta, es decir, la misericordia de Dios y por medio de ésta nuestro camino de retorno a Dios, teniendo a Cristo mismo como Pastor y como Guía, Él que lleva de la mano a Adán hacia Eva, que toma la mano de Pedro que se hunde en las aguas, que alza al niño epiléptico curado, y que finalmente el día de la Pascua toma de nuevo por la mano a Adán y Eva para hacerlos salir de los infiernos y regresarlos al paraiso.
La octava oda canta los grandes del Antiguo y del Nuevo Testamento: "Has escuchado hablar, oh alma, de los ninivitas, de su penitencia ante Dios en saco y ceniza : tú no los has imitado, sino que has sido más ignorante que todos aquellos que han pecado antes y después de la Ley. Como el ladrón, grito a tí: ¡Acuérdate! Como Pedro, lloro amargamente; perdóname, Salvador, a tí grito como el publicano; lloro como la meretriz: acoge mi gemido".
Finalmente, después de todos los ejemplos y modelos del Antiguo Testamento, Andrés de Creta en la oda nona presenta todo el misterio salvífico de Cristo que cura, llama a la humanidad a seguirlo y salva: "Te traigo los ejemplos del Nuevo Testamento, oh alma, para inducirte a compunción: Cristo se ha hecho hombre para llamar a la penitencia a los ladrones y prostitutas... Cristo se ha hecho niño según la carne para conversar conmigo, y ha cumplido voluntariamente todo lo que es de la naturaleza, excepto el pecado... Cristo ha salvado a los magos, ha convocado a los pastores, ha convertido en mártires una muchedumbre de inocentes... El Señor después de haber ayunado cuarenta días en el desierto, al fin tuvo hambre, mostrando así su humanidad... Cristo enderezó al paralítico, resucitó a jóvenes difuntos... El Señor curó a la hemorroisa que le tocó la franja de su manto, purificó a los leprosos e iluminó a los ciegos; hizo caminar a los cojos... para que tú pudieras salvarte, alma infeliz... Curando las enfermedades, Cristo, el Verbo, ha evangelizado a los pobres... El publicano se ha salvado y la prostituta se ha convertido en casta".
El texto del gran canon de Andrés de Creta cuenta la historia de la salvación operada por Dios en cada uno de nosotros: "Te he presentado, oh alma, la historia del inicio del mundo escrita por Moisés, toda la Escritura que nos viene por Él y que te narra sobre justos e injustos... Te traigo los ejemplos del Nuevo Testamento, oh alma, para inducirte a compunción: emula, por tanto, a los justos, aléjate de los pecadores y ríndete propicio a Cristo con las oraciones y ayunos, con castidad y decoro". En un texto que nos coloca ante los diversos aspectos con los cuales la Iglesia a lo largo de la Cuaresma nos confronta, es decir, la misericordia de Dios y por medio de ésta nuestro camino de retorno a Dios, teniendo a Cristo mismo como Pastor y como Guía, Él que lleva de la mano a Adán hacia Eva, que toma la mano de Pedro que se hunde en las aguas, que alza al niño epiléptico curado, y que finalmente el día de la Pascua toma de nuevo por la mano a Adán y Eva para hacerlos salir de los infiernos y regresarlos al paraiso.
(Publicado por Manuel Nin en L'Osservatore Romano el 9 de Marzo de 2011;
traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)