La Epifanía en la Tradición Bizantina.

Nacido sin padre de la Madre y sin madre del Padre

En todas las tradiciones cristianas de Oriente la Epifanía celebra la manifestación del Verbo de Dios encarnado, en un contexto trinitario y cristológico. Los textos litúrgicos resumen, de algún modo, los principales misterios de la fe cristiana: el misterio trinitario, la encarnación del Verbo de Dios y la redención recibida en el bautismo, evento celebrado durante la gran bendición de las aguas que recuerda el bautismo de Cristo y el de cada uno de los fieles cristianos. En la tradición bizantina la Epifanía es una de las doce grandes fiestas, con una "pre-fiesta" que inicia el 2 de Enero y una octava que termina el 14 de Enero. Este tiempo quiere mostrar como la Iglesia, dócil a la liturgia, se prepara a la celebración de un gran evento salvífico y como lo vive durante ocho días, que ponen en evidencia la plenitud del misterio celebrado.
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Los textos himnológicos de vísperas y del oficio matutino son de los grandes himnógrafos bizantinos que vivieron desde el siglo VI al IX - Román el Melódico, Sofronio de Jerusalén, Germán de Constantinopla, Andrés de Creta, Juan Damasceno, José el Himnógrafo - y subrayando el estupor y la maravilla del Bautista y de toda la creación (ángeles, firmamento, aguas del Jordán) frente a la humilde manifestación de Cristo que tiene lugar cuando recibe el bautismo. Uno de los textos más significativos es la gran bendición de las aguas, celebrada al final de las Vísperas o al final de la Divina Liturgia del día y que por lo general se lleva a cabo en la fuente bautismal de la iglesia. La oración, atribuida a Sofronio de Jerusalén, es un amplio texto que constituye una celebración en sí misma, aunque esté colocada sin un nexo que indique la continuidad con Vísperas o la Divina Liturgia.


Después del canto de los troparios, la celebración prosigue con diversas lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento: tres textos del profeta Isaías (35, 1-10; 55, 1-13; 12, 3-6), después san Pablo (1 Cor, 10, 1-4), y el Evangelio de Marcos (9, 1-11). Sigue la gran letanía diaconal con una invocación al Espíritu Santo para la consagración de las aguas, para que sean fuente de perdón, purificación y vida nueva para los bautizados: "Para que sea santificada este agua con la virtud y la potencia y la venida del Espíritu Santo. Para que descienda sobre estas aguas la acción purificadora de la supersubstancial Trinidad. Para que podamos ser iluminados con la luz del conocimiento y la piedad por la venida del Espíritu Santo. Para que este agua pueda llegar a ser don de santificación, purificación de los pecados para la curación del alma y del cuerpo".


La oración de consagración del agua se inicia con una primera parte en la cual el Sacerdote alaba a la divina Trinidad, como en las Anáforas Eucarísticas: "Trinidad suprasubstancial, bondadosísima, divinísima, omnipotente, omnividente, invisible, incomprensible, creadora, innata bondad, luz inaccessibile". La oración se dirige, entonces, directamente a Cristo, con títulos que indican un contexto claramente calcedonense: "Te glorificamos Señor, amigo de los hombres, omnipotente, rey eterno, Hijo unigénito, nacido sin padre de la Madre y sin madre del Padre. En la fiesta precedente todos te hemos visto niño, en esta, por el contrario, te vemos perfecto, habiéndote manifestado Dios nuestro perfecto".


El texto prosigue con la enumeración de los hechos salvíficos celebrados en la fiesta; en las venticuatro invocaciones que comienzan con la palabra "hoy" el texto describe no solo los hechos producidos ya en le historia de la salvación y hoy conmemorados, sino también la palabra "hoy" toma una fuerza actualización en la celebración y en la vida de la Iglesia: "Hoy la gracia del Espíritu Santo, en forma de paloma, descienda sobre el agua. Hoy el increado, por su voluntad, es tocado por las manos de la criatura. Hoy las riberas del Jordán son transformadas en medicina por la presencia del Señor. Hoy somos rescatados de la tiniebla y somos iluminados por la luz del conocimiento divino". Dos frases del sacerdote invocan por tres veces la santificación de las aguas: "Tu, Señor, rey y amigo de los hombres, hazte presente ahora por la venida de tu Espíritu y santifica este agua. Tú mismo, santifica también ahora, oh Señor, este agua con tu Espíritu".


Terminada la oración el sacerdote introduce la cruz bendicional con un ramillete de hierbas aromáticas en el agua cantando por tres veces el tropario de la fiesta: "En tu bautismo en el Jordán, Señor, se manifiesta la adoración de la Trinidad; la voz del Padre que daba testimonio de ti llamándote "Hijo amado", y el Espíritu en forma de paloma conformaba la segura verdad de esta palabra. Oh Cristo Dios que te has manifestado y que has iluminado el mundo, gloria a Tí". Finalmente los fieles pasan a besar la cruz y son asperjados con el agua consagrada, que después, según la tradición, llevan a su casa.


De la fiesta se pueden subrayar tres aspectos: En primer lugar, la manifestación de la divinidad en clave trinitaria: el bautismo de Cristo en el Jordán manifiesta la revelación del Verbo de Dios, e incluye también la del Padre y la del Espíritu. En segundo lugar, la celebración manifiesta la obra salvífica de Cristo, evidenciada en el bautismo y llevada a cumplimiento en su humillación. En tercer lugar, la celebración de la Epifanía significa también la comunicación de la gracia del Espíritu Santo a los hombres por medio del agua del bautismo.

(Publicado por Manuel Nin en L'Osservatore Romano el 5-6 de Enero de 2009; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)