La Epifanía en la Himnografía de Román "el Melódico"



Hoy Dios se deja doblegar por su compasión



Presente en todas las tradiciones cristianas de oriente, la Epifanía es una fiesta litúrgica que celebra la Manifestación del Verbo de Dios encarnado, en un contexto trinitario e cristológico. Los textos litúrgicos del 6 de Enero resumen los principales misterios de la fe cristiana: el misterio trinitario, la Encarnación del Verbo de Dios, la redención recibida en el bautismo. Evento, este último, especialmente celebrado durante la liturgia de la gran bendición de las aguas que recuerda y celebra el bautismo de Cristo y de cada uno de los fieles cristianos.


Los grandes himnógrafos cristianos orientales han dedicado textos poéticos a la contemplación de esta celebración: Efrén (+373), Román el Melódico (+555), Sofronio de Jerusalén (+638), Germán de Costantinopla (+733), Andrés de Creta (+740), Juan Damasceno (+750), José el Himnógrafo (siglo IX). Son textos donde se pone en evidencia el estupor y la maravilla del Bautista y de toda la creación - los ángeles, el firmamento, las aguas del Jordán - frente a la manifestación humilde del Verbo de Dio encarnado que va a recibir el bautismo de Juan.


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Román el Melódico, en sus dos kontakia - poemas que íntegros o en parte entraron en el uso litúrgico de las Iglesias bizantinas - para la fiesta de la Epifanía resalta algunos aspectos teológicos importantes. En primer lugar, Román enfoca en diversas ocasiones la desnudez de Adán y del género humano con el bautismo, y la vestidura nueva allí vestida, vestidura que es Cristo mismo: "Por esto nosotros, desnudos hijos de Adán, reunámonos todos, revistámonos de Él para recibir su calor! Como reparación para los desnudos y luz para cuantos están en la tiniebla Tú has venido, has aparecido, luz inaccesible ".


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Muy a menudo, por medio de contraposiciones, el Himnógrafo insiste en el hecho de que la desnudez del desobediente Adán porta a Dios, para poder salvarlo y para poder salvarnos, a despojarse y hacerse hombre, despojado como Adán: "Dios, con su santa voz llamó al desobediente: Donde estás, Adán? Quiero verte! Aunque estés desnudo, aunque seas pobre, no te avergüences, porque yo me he hecho semejante a ti. Tu que querías llegar a ser Dios no lo has conseguido: yo me he hecho carne".



La Encarnación del Verbo de Dios es paranonada por Román a un gran abrazo en el cual Dios dona al hombre su misericordia, con un fondo muy claro de la parábola del hijo prodigo: "Me he dejado doblegar por mi compasión, misericordioso como soy, y me he acercado a aquel que he plasmado, tendiendo las manos para abrazarte. No te sientas avergonzado ante mí: por ti que estás desnudo yo me desnudo y me bautizo". El autor relaciona la desnudez del hombre a la Encarnación de Cristo vista como un desnudarse y hacerse uno de nosotros, con un juego de palabras entre el desnudarse de la Encarnación y el desnudarse para el bautismo.



En diversas estrofas del primer kontakion, Román hace hablar en forma dialógica a Cristo y a Juan Bautista, como si fuese un diálogo que continúa aquel de la perícopa evangélica del bautismo de Cristo en el Jordán. Por parte de Juan hay estupor y miedo, mientras que por parte de Cristo hay fuerza y coraje: "Juan estaba envuelto por el miedo y dijo: Párate, oh Salvador, y no insistas: ¡a mí me basta con ser considerado digno de verte! ¿Qué pides a un hombre, Tú, amigo del género humano? ¿Porqué inclinas tu cabeza bajo ésta mi mano? ¡Ésta no está habituada a regir sobre el fuego! Tu vienes a mí, pero el cielo y la tierra observan, se cumplirá el acto temerario".



Y Cristo responde al Bautista, el Precursor (pródromos): "Tú tienes el encargo de absolverme. En una ocasión he mandado a Gabriel y ha desarrollado bien su tarea para tu nacimiento: manda también tu mano como un ángel, para bautizarme. ¡Préstame solamente la diestra! Bautízame y atiende en silencio lo que ocurrirá". El bautismo de Cristo es un don del Espíritu a toda la Iglesia a fin de que ésta llegue a ser lugar de salvación para los bautizados: "Yo estoy a punto de abrir los cielos, hacer descender el Espíritu y darlo en prenda. ¡El que bautiza y el que es bautizado, preparados no para la controversia sino para el servicio! Yo designaré aquí para ti la suave y esplendente figura de la Iglesia, dándole a tu diestra aquel poder que más tarde atribuiré a las manos de los discípulos y de los sacerdotes".



En tanto, los kontakia de la Epifanía, Román relaciona la desnudez después del pecado de Adán, despojado de la imagen de la cual fue creado, con la desnudez de Cristo encarnado y preparado para ser bautizado: "Juan contempló con respeto los miembros desnudos de Aquél que impone a las nubes el cubrir el cielo como un manto, y ve entre las olas a Aquél que se apareció en medio de los tres jóvenes, el rocío de fuego".



El Melódico desarrolla más aún el tema, y la desnudez y ceguera de Adán tras el pecado, presentados como consecuencia de su caída: "A Adán cegado en el Edén se le aparece un sol en Belén y le ha abierto sus pupilas, limpiándolas con las aguas del Jordán. Cuando Adán por su voluntad pierde la vista por haber probado el fruto que lo deja ciego, rápidamente fue desnudado: encontrándolo ciego, Aquél que le había quitado la vista lo privó de los vestidos. En vista de esto Aquél que por naturaleza es compasivo se avecinó a él y le dijo: Desnudo y ciego yo te acojo".



Para Román, por tanto, la encarnación y el bautismo de Cristo son realidades cuya finalidad es devolver y recrear a Adán a la condición de hijo: "Aplaude, apláudele, oh Adán; ¡adora a aquel que te sale al encuentro! Mientras tú te retraías, Él se ha mostrado para que tú pudieses verlo, tocarlo y recibirlo. Él desciende a la tierra para portarte allá arriba, es se hace mortal para que tú te hagas dios y seas revestido de la dignidad primitiva, para reabrir el Edén ha puesto su morada en Nazaret".



Hacia el final de sus poemas, Román retoma el tema de la vestidura blanca vestida por los bautizados, vestidura tejida por el Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo de Dios, hecho Cordero de Dios: "Ha sido destruida la vestidura de luto, hemos vestido el hábito blanco, tejido para nosotros por el Espíritu Santo con el vellón inmaculado del Cordero y Dios nuestro. ¡Qué mensaje el del Bautista y que misterio en él! Llama cordero al pastor, y no simplemente cordero, sino cordero que libera de las culpas".




Para el poeta, las teofanías veterotestamentarias son solamente sombras, prefiguraciones de la gran y plena teofanía del Verbo de Dios en su Encarnación; éstas se cumplen plenamente en el nacimiento y en la epifanía del Logos divino, que se hace visible a los ojos de todos: "Cuando Dios se aparece a Abrahán se muestra como un ángel. Ahora por el contrario, se nos aparece a nosotros con su verdadero aspecto, porque el Verbo se hizo carne: ¡entonces oscuridad, ahora claridad; a los padres las sombras, a los patriarcas las figuras, a los hijos por el contrario la verdad en persona! Aquél que Ezequiel ve en forma humana sobre un carro de fuego y Daniel como Hijo del hombre y anciano de los días, anciano y joven, proclamando como único Señor a aquel que se ha aparecido y ha iluminado todas las cosas".



Una de las estrofas, la primera del primer kontakion sobre la Epifanía, del Melódico, es la que entra en el Oficio bizantino y que recoge toda la teología de la fiesta: "Te has manifestado hoy al mundo, y tu luz, oh Señor, ha impreso el signo sobre nosotros que, reconociéndote, elevamos a ti nuestro himno: Has venido, has aparecido, luz inaccesible".



(Publicado por Manuel Nin en L'Osservatore Romano el 6 de Enero de 2011; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)