La encíclica Mediator Dei, de Pío XII, nos habla de
la adoración de la Eucaristía , como
una consecuencia de la presencia real de Jesucristo: «De estos principios
doctrinales ha nacido y se ha venido poco a poco desarrollando el culto
eucarístico de adoración, distinto del Santo Sacrificio. La conservación de las
sagradas Especies para los enfermos y para todos aquellos que pudieran
encontrarse en peligro de muerte, introdujo el loable uso de adorar este Pan
celestial conservado en las iglesias» [1].
Y a continuación exhorta a difundir en la Iglesia la adoración a la Eucaristía en sus
diversas formas.
Una encíclica de
Pablo VI se centra en la doctrina y el culto a la santísima Eucaristía, la Mysterium Fidei [2].
El Papa recuerda la doctrina católica sobre la Eucaristía , sobre la presencia real sustancial de Cristo en el Sacramento de
la
Eucaristía y las consecuencias que
esto tiene para la vida de la Iglesia , de cada
cristiano y para la misma teología, que no puede prescindir del magisterio de la Iglesia. Los últimos capítulos de la encíclica se dedican al culto debido a la Eucaristía y a la importancia de promover dicho culto. Y casi al final,
recuerda: «Todos saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano
una incomparable dignidad. Ya que no sólo mientras se ofrece el Sacrificio y se
realiza el Sacramento, sino también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es
verdaderamente el Emmanuel, es decir Dios
con nosotros. Pues día y noche está en medio de nosotros, habita con
nosotros lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14); ordena las costumbres,
alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles,
incita a su imitación a todos los que se acercan a El, a fin de que con su
ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no las cosas
propias sino las de Dios. Cualquiera, pues, que se dirige al augusto Sacramento
Eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con
prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y
comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán
preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3,3), y cuánto valga
entablar conversaciones con Cristo: no hay cosa más suave que ésta, nada más
eficaz para recorrer el camino de la santidad» [3].
El ya Beato Papa
Juan Pablo II, se ha referido en múltiples ocasiones a la Eucaristía y a la adoración eucarística. No podemos señalar aquí ni siquiera
una parte de estas enseñanzas; nos conformamos con aludir a dos importantes
documentos, uno casi al principio de su pontificado y el otro al final: la Carta apostólica Dominicae Cenae
sobre el misterio y el culto de la santísima Eucaristía (1980) [4],
y la carta encíclica Ecclesia de
Eucharistia sobre la Eucaristía en su
relación con la
Iglesia (2003) [5].
El Papa, a distancia de muchos años, insiste en que la Iglesia y el mundo tienen necesidad del culto eucarístico y puesto que Jesucristo nos espera en
este Sacramento del Amor, no debemos escatimar
tiempo para encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y
abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No puede cesar nuestra adoración que construye la Iglesia y hace posible la difusión del Evangelio.
También el Papa
Benedicto XVI ha llamado la atención en homilías y reflexiones sobre la
adoración debida a la Eucaristía y su
importancia para la Iglesia. De forma especial, en
la
Exhortación apostólica Sacramentum
caritatis, del año 2007, se refiere a la adoración y su relación intrínseca
con la celebración de la Misa. En el n.67 añade: «Por tanto, juntamente con la asamblea
sinodal, recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la
adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. A este respecto, será
de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la
importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con
mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en
los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que
se pueden dedicar a la adoración perpetua. Recomiendo también que en la
formación catequética, sobre todo en el ciclo de preparación para la
Primera Comunión , se inicie a los niños en el significado y belleza de estar con Jesús,
fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía» [6].
Mons. Juan Manuel Sierra López
[1] Pío XII, «Carta encíclica sobre la
sagrada liturgia, Mediator Dei», de
20 de noviembre de 1947, Acta Apostolicae
Sedis 39 (1947) 521-600; esto en p.569.
[2] Pablo VI, «Carta encíclica sobre la
doctrina y el culto de la santísima Eucaristía, Mysterium Fidei», de 3 de septiembre de 1965, Acta Apostolicae Sedis 57 (1965) 753-774.
[3] Ibid., p.771-772.
[4] Juan Pablo II, «Carta sobre el misterio
y el culto de la santísima Eucaristía, Dominicae
Cenae», de 24 de febrero de 1980, Acta
Apostolicae Sedis 72 (1980) 113-148.
[5]
Juan Pablo II, «Carta encíclica
sobre la
Eucaristía en relación con la Iglesia , Ecclesia de Eucharistia»,
de 17 de abril del 2003, Acta Apostolicae
Sedis 95 (2003) 433-475.
[6]
Benedicto XVI, «Exhortación
apostólica sobre la Eucaristía , fuente
y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia , Sacramentum caritatis»,
de 22 de febrero del 2007, Acta
Apostolicae Sedis 99 (2007) 105-180. Sobre la adoración eucarística en
p.155-157.