En torno a la Adoración Eucarística (III)

El Magisterio reciente

            La encíclica Mediator Dei, de Pío XII, nos habla de la adoración de la Eucaristía, como una consecuencia de la presencia real de Jesucristo: «De estos principios doctrinales ha nacido y se ha venido poco a poco desarrollando el culto eucarístico de adoración, distinto del Santo Sacrificio. La conservación de las sagradas Especies para los enfermos y para todos aquellos que pudieran encontrarse en peligro de muerte, introdujo el loable uso de adorar este Pan celestial conservado en las iglesias» [1]. Y a continuación exhorta a difundir en la Iglesia la adoración a la Eucaristía en sus diversas formas.

            Una encíclica de Pablo VI se centra en la doctrina y el culto a la santísima Eucaristía, la Mysterium Fidei [2]. El Papa recuerda la doctrina católica sobre la Eucaristía, sobre la presencia real sustancial de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía y las consecuencias que esto tiene para la vida de la Iglesia, de cada cristiano y para la misma teología, que no puede prescindir del magisterio de la Iglesia. Los últimos capítulos de la encíclica se dedican al culto debido a la Eucaristía y a la importancia de promover dicho culto. Y casi al final, recuerda: «Todos saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una incomparable dignidad. Ya que no sólo mientras se ofrece el Sacrificio y se realiza el Sacramento, sino también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir Dios con nosotros. Pues día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14); ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que se acercan a El, a fin de que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no las cosas propias sino las de Dios. Cualquiera, pues, que se dirige al augusto Sacramento Eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3,3), y cuánto valga entablar conversaciones con Cristo: no hay cosa más suave que ésta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» [3].

            El ya Beato Papa Juan Pablo II, se ha referido en múltiples ocasiones a la Eucaristía y a la adoración eucarística. No podemos señalar aquí ni siquiera una parte de estas enseñanzas; nos conformamos con aludir a dos importantes documentos, uno casi al principio de su pontificado y el otro al final: la Carta apostólica Dominicae Cenae sobre el misterio y el culto de la santísima Eucaristía (1980) [4], y la carta encíclica Ecclesia de Eucharistia sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia (2003) [5]. El Papa, a distancia de muchos años, insiste en que la Iglesia y el mundo tienen necesidad del culto eucarístico y puesto que Jesucristo nos espera en este Sacramento del Amor, no debemos escatimar tiempo para encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No puede cesar nuestra adoración que construye la Iglesia y hace posible la difusión del Evangelio.

            También el Papa Benedicto XVI ha llamado la atención en homilías y reflexiones sobre la adoración debida a la Eucaristía y su importancia para la Iglesia. De forma especial, en la Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, del año 2007, se refiere a la adoración y su relación intrínseca con la celebración de la Misa. En el n.67 añade: «Por tanto, juntamente con la asamblea sinodal, recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. A este respecto, será de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se pueden dedicar a la adoración perpetua. Recomiendo también que en la formación catequética, sobre todo en el ciclo de preparación para la Primera Comunión, se inicie a los niños en el significado y belleza de estar con Jesús, fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía» [6].

Mons. Juan Manuel Sierra López


[1] Pío XII, «Carta encíclica sobre la sagrada liturgia, Mediator Dei», de 20 de noviembre de 1947, Acta Apostolicae Sedis 39 (1947) 521-600; esto en p.569.
[2] Pablo VI, «Carta encíclica sobre la doctrina y el culto de la santísima Eucaristía, Mysterium Fidei», de 3 de septiembre de 1965, Acta Apostolicae Sedis 57 (1965) 753-774.
[3] Ibid., p.771-772.
[4] Juan Pablo II, «Carta sobre el misterio y el culto de la santísima Eucaristía, Dominicae Cenae», de 24 de febrero de 1980, Acta Apostolicae Sedis 72 (1980) 113-148.
[5] Juan Pablo II, «Carta encíclica sobre la Eucaristía en relación con la Iglesia, Ecclesia de Eucharistia», de 17 de abril del 2003, Acta Apostolicae Sedis 95 (2003) 433-475.
[6] Benedicto XVI, «Exhortación apostólica sobre la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, Sacramentum caritatis», de 22 de febrero del 2007, Acta Apostolicae Sedis 99 (2007) 105-180. Sobre la adoración eucarística en p.155-157.