El desarrollo de la
adoración eucarística
Sabemos por los
escritos de los Padres de la Iglesia (San
Justino, San Hipólito, San Cipriano, Tertuliano, etc.) que desde casi los inicios
era costumbre comulgar cuando no se podía acudir a la celebración de la Eucaristía y, sobre todo, llevarle la comunión a los enfermos y
encarcelados. Esto exigía custodiarla en un lugar apropiado, como una arqueta,
tanto en las iglesias como en las casas particulares (así se hacía los primeros
siglos). Esto es lo que dio lugar a nuestros actuales sagrarios. En el siglo XI
tenemos testimonios de sagrarios colocados en las iglesias, tanto en el altar
como en la cercanía del mismo.
Aunque la primera
finalidad de conservar la Eucaristía era
atender la comunión de los enfermos y de aquellos que estaban impedidos para
poder participar en la celebración de la Misa , desde aquí,
apoyándose en la profunda veneración con que se custodiaba el Cuerpo de Cristo,
se fue desarrollando a partir del siglo XI el culto a la Eucaristía fuera de la Misa.
La presencia del
Señor en el sagrario se acompaña de la genuflexión, como signo de adoración y
veneración a Jesucristo presente en la Eucaristía , se inciensa y se introduce la costumbre de colocar siempre una
lámpara ante el sagrario. Varios autores del siglo XII hablan de colocar el
Santísimo Sacramento sobre el altar y, en algún caso, hasta de hacer con él la
señal de la cruz. San Francisco de Asís, en 1212 escribe a sus hermanos
franciscanos pidiendo que el lugar donde se coloca el Cuerpo de Cristo debe ser
“precioso y seguro”[1], y que debe ser tratado
con toda veneración.
En esta época se
difunde, también, la devoción al Cuerpo de Cristo elevado durante la
consagración. Este fervoroso deseo por contemplar a Cristo presente en la Eucaristía , en algunos casos llegó a manifestaciones que no eran del todo
correctas, como ir corriendo de altar en altar para ver el mayor número posible
de veces al Señor; sin embargo, expresaba una fe sincera y el despertar de la
piedad eucarística, en sus distintas manifestaciones.
Ligeramente
posterior es la exposición del santísimo Cuerpo de Cristo, colocando la sagrada
Eucaristía en un ostensorio puesto sobre el altar. También se inician las procesiones
eucarísticas y se instituye la fiesta litúrgica del Corpus, como expresión y
celebración del culto debido a la Eucaristía.
Para evitar la
multiplicidad de exposiciones del Santísimo se recurrió, en algunos lugares, a
otras soluciones intermedias, como sagrarios que tenían una segunda puerta de
cristal o la misma exposición con el vaso donde se custodiaba la Eucaristía , el copón. Esta última forma de exponer el Santísimo Sacramento,
que podía ir acompañada de la bendición con la Eucaristía , tomó el nombre popular de “exposición menor”, para distinguirse
de la que se hacía con la custodia.
En las formas
concretas de desarrollarse la adoración a la Eucaristía ha influido las inspiraciones de los santos, las indicaciones de
los obispos y los papas, y las numerosas agrupaciones eucarísticas que se han
sucedido en la
Iglesia a lo largo de los siglos. Limitándonos
a una enumeración breve, podemos aludir, además de las celebraciones propias de
la fiesta del Corpus, a las llamadas visitas al Santísimo, las procesiones
mensuales que las cofradías eucarísticas solían realizar dentro de las iglesias
o en torno a las mismas, las Cuarenta Horas (como adoración ininterrumpida en
recuerdo de las cuarenta horas que el cuerpo de Jesús estuvo en el sepulcro). En
fechas más recientes se extienden los lugares con adoración perpetua, la
adoración nocturna y los congresos eucarísticos.
Unido al
desarrollo del culto a la Eucaristía e
influyendo en él, está el desarrollo de la adoración a la reserva del Cuerpo
del Señor en la tarde del jueves santo; también aquí es central la finalidad de
la comunión al día siguiente, viernes santo, en el que no se celebra la santa
Misa, pero se va rodeando progresivamente de solemnidad la reserva eucarística
y se multiplican los actos de devoción por parte de los fieles.
Mons. Juan Manuel Sierra López
[1] S. Francisco de Asís, Sus escritos. Las Florecillas. Biografías,
La
Editorial Católica (BAC 4), Madrid 41965,
p.41.