Specvlvm Christi tva est vita,
meritis plena pvlchris piisqve,
sit vita nostra etiamsi pavper
ad Dei gloriam Christi imago. Amen.
Este día, 10 de mayo, es el dedicado a la memoria litúrgica de san Juan de
Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia. Una vez llegados a la fecha de su
conmemoración, nos parece oportuno mostrar uno de los amores más destacados de este
sacerdote, predicador insigne de la vida en Jesucristo: la Pasión de
nuestro Señor.
Ya lo dijo J. Esquerda
Bifet en 1999: «La vida del Maestro Ávila está marcada por la cruz como signo
de autenticidad»[1]. Es en estas Lecciones donde
podemos palpar de un modo más específico esta afirmación del teólogo espiritual
mencionado. Lo presentamos de modo pedagógico y escalonado y sin poder ser
exhaustivos en esta materia.
La admiración que debe causar en el fiel el motivo de la Pasión de Cristo
Por más suficiente se tiene que tener, para esto,
ver aquel de quien dice el Apóstol: In ipso inhabitat omnis plenitudo
divinitatis corporaliter; et estis in illo repleti qui est caput omnis
principatus et potestatis (Col 2,9-10), verle entregado a sus enemigos,
puesto en sus manos y dejado a su arbitrio, para que, ejecutando en él su
furia, aplacasen el enojo del eterno Padre. Cosas son éstas que habían de
poner en grande admiración al hombre y que le habían de amedrentar viendo
que el Padre, a quien no tocaba el pecado, dio tal remedio; que el Unigénito de
Dios, que estaba tan ajeno de la culpa, tuviese por bien sujetarse a tantas
miserias, por sanarnos a nosotros de miseria; que tomase a sus cuestas el
castigo, la maldición, la pena del pecado para librar al hombre del mismo
pecado (Lección a los Gálatas, III,28).
Consecuencia redentora de la Pasión de Cristo por nosotros
El intento por
que Dios se ofreció a la muerte fue para comprarnos; para que fuésemos suyos; para que,
después de habernos él comprado con tan caro y tan estimable precio, toda
nuestra vida fuese enderezada al servicio de la suya; para que a él imitásemos,
a él siguiésemos y pareciésemos (Lección a los Gálatas, I,4).
El servicio de Dios, misión del redimido por Cristo
Y a cada paso hallaremos repetir en el Apóstol este
decir ue no tiene ya que ver con carne ni con sangre; que todo su cuidado está
puesto en mortificar esta carne y vivificar el espíritu; en hacer continua
guerra al pecado. Debía de tener bien entendido que, haberse puesto Jesucristo en
una cruz para librar al hombre del pecado, dejaba pintado tan feo al pecado y
había de poner en tan grande espanto al hombre, que ya nunca más había de
volver a cosa que tanto costó a la misma potencia de Dios dar remedio contra
ella; que ya sólo se había de emplear en servir solamente a señor que de tal
trabajo le quitó y le sacó (Lección a los Gálatas, I,4).
Configuración de la voluntad humana con la de Jesucristo glorificado
Por haber sido san Pablo muerto al pecado y tener la vida y espíritu de Jesucristo
no tenía ya que ver con la carne ni con sus intentos, sino con lo que
Jesucristo quería; y que, pues vivía su espíritu en él, había de gobernarse
y así se gobernaba: pretendiendo solamente lo que el espíritu que moraba en él
quería, y no cosa ninguna de carne, o de la tierra (Lección a los Gálatas,
II,25).
Conclusión del triduo
Somos conscientes de la limitación de lo que se
aporta en estos tres días de honor del santo Juan de Avila a la gloria de Dios.
Pero sirva para iniciar a los lectores en la espiritualidad de un hombre
enraizado en Cristo y Dios por un especial designio de Dios.
Sancte Ioannes, ora pro nobis!
Marcos Aceituno Donoso
[1] J. Esquerda Bifet, «Cruz», en Id., Diccionario de San Juan de Ávila,
Burgos 1999, 253.