«Panachrantos» del ábside de la Catedral de Monreale |
Como trono portas al Soberano de la Luz
La presencia de la Madre de Dios en la tradición
litúrgica del oriente cristiano es importante por su papel en el misterio de la
salvación. Con el nombre de theotókion - tomado del título Theotókos ("Madre
de Dios") dado a María - se indican en las liturgias orientales, sobre
todo en la bizantina, los textos litúrgicos que hablan del misterio de la Maternidad Divina de María, de su papel en el Misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. En estos textos se desarrolla y se canta, en forma
poética, una verdadera y propia reflexión de carácter cristológica y
mariológica.
En la Fiesta del “Encuentro del Señor”, que se
celebra el 2 de febrero, la figura de la Madre de Dios está presente en casi
todos troparios. María es la que lleva a Cristo, también varios textos hablan del
anciano, "el anciano de los días" (Daniel 7, 9), que los Padres
y la Liturgia siempre han leído en clave cristológica: “El Anciano de los días,
que en una ocasión le dio a Moisés la ley en el Sinaí, hoy se muestra como un
niño”. Aquél que la visión del profeta ve como un anciano ahora se muestra como un niño a los dos ancianos en el templo, Simeón y Ana.
La Virgen es presentada, entonces, como Aquélla de
la cual el Verbo de Dios en su Encarnación asume la naturaleza humana: “Se ha hecho niño
para mí el anciano de los días; el Dios purísimo se somete a las purificaciones,
para confirmar que es realmente mi carne la que ha asumido de la Virgen. Simeón, iniciado en los misterios, reconoce a Dios mismo, que ha aparecido en
la carne...”. En todo el Oficio de la Fiesta, María es asociada plenamente al Misterio de la Encarnación del Verbo de Dios que se hace hombre para reparar la
ruína sobrevenida por la caída de Adán: "Cristo se manifiesta, haciéndose niño de la Virgen, sin mutación... El celeste coro de los celestes ángeles, postrándose en tierra, ve que la Madre que no conoce varón porta al templo al niño, al primogénito de toda criatura...". María es descrita por su virginidad (en
diversas ocasiones con la expresión "la que no conoce nupcias") y por
su maternidad divina: "La Madre de Dios, María, llevando en sus brazos a Aquél que es portado en los carros de los querubines y es celebrado con cantos
por los serafines, encarnado en Ella sin nupcias, ponía en las manos del
anciano sacerdote al Dador de la Ley que cumplía las órdenes de la Ley".
Como consecuencia de esta ofrenda hecha por María,
el anciano Simeón le canta a Ella como carro y trono terrenal que porta a
Dios: “Comprendiendo el divino anciano la gloria que ya se había
manifestado al profeta, viendo al Verbo entre las manos de la Madre, exclamaba:
¡Oh venerable, alégrate! Porque, como trono, Tú llevas a Dios, Soberano de
la luz que no tiene ocaso y de la paz. Inclinándose el anciano y abrazando los pies de la
que no conoce nupcias y que es Madre de Dios, le dijo: "Tú portas el fuego, oh
pura: tiemblo al abrazar a Dios hecho niño, al Soberano de la luz que no tiene
ocaso”.
En varios troparios de la fiesta aparece la
interpretación cristológica del texto de Isaías 6, 6, con la imagen del
carbón ardiente que purifica a los que lo tocan: "Y purificado Isaías, recibiendo
el carbón ardiente del serafín, gritaba el anciano a la Madre de Dios; y Tú, con
tus manos, como si fueran unas tenazas, me iluminas dándome a Aquél que
portas, al Soberano de la luz que no tiene ocaso ".
En la última Oda del Matutino, cuando
la liturgia canta el canto de la Madre de Dios (Magnificat) son tomados
de nuevo diversos aspectos del papel de María, que da a luz verdaderamente al
Verbo de Dios encarnado: "Para los niños, un tiempo, había un par de tórtolas
o de pequeñas palomas: cumpliendo ahora la figura con su servicio, he aquí que
el divino anciano y la casta profetisa Ana proclaman, en su Entrada
al templo, a Aquél que nació de la Virgen María y es el Hijo unigénito del
Padre”.
Finalmente, María se convierte en Aquélla que custodia
a los fieles e intercede por ellos: “Madre de Dios, esperanza de todos los cristianos,
custodia a cuantos esperan en ti y vela por ellos”. Y es toda la Iglesia la que
en esta Fiesta, con María, se regocija en el Sol de Justicia que de Ella ha amanecido
para iluminar a los hombres.
[Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 2 de Febrero de 2013;
traducción del original italiano: Salvador Aguilera López]