La espiritualidad de la luz.

El domingo 6 de febrero las lecturas del rito romano aludirán al tema de la luz. Más específicamente al cristiano como luz del mundo. Normalmente estamos acostumbrados a interpretar este tema desde un punto de vista moral (tropológico), pero su sentido primigenio es espiritual (alegórico).
Sin lugar a dudas, el cristiano, por el bautismo, es "iluminado". De hecho, los Padres de la Iglesia no dudaban en hablar del bautismo como "iluminación". Y ciertamente el bautizado era iluminado por medio de la instrucción catecumental, que le llevaba a practicar un modo de vida singular. Pero la iluminación en sentido estricto le venía por el don de la fe. Por ella el nuevo cristiano conocía al Dios Trino. Pero el tema de la luz en el cristiano no se limita a su nacimiento como tal. También se supone que debería afectar a su oración. Me refiero a la oración cuando comienza el día y se ilumina la tierra con la luz solar, pero también cuando esa luz parece menguar al caer de la tarde.
En la llamada "Oración de las Horas", dos momentos durante el día se refieren directamente a la luz: laudes y vísperas. Con el himnario romano en su versión española esto no es tan fácil de descubrir. En el antiguo rito visigótico y mozárabe, la oración de la mañana comenzaba todos los domingos -excepto en tiempo pascual- con un himno conocido también por la tradición romana: "Aeternum rerum Conditor". Una traducción de su inicio:

Eterno gobernador de todo,
Hacedor de todas las cosas,
hiciste el día y la noche,
y nos diste esta luz de la mañana
para que podamos anunciar el alba
con renovada esperanza.

A este himno acompañaban unas oraciones. Entre los temas desarrollados en ellas se encuentran: el alba como final de la vigilia nocturna, la identidad de la oscuridad con el pecado (1), desterrados ambos por la nueva luz, la nueva esperanza de la resurrección que da al pueblo de Dios renovada fuerza y conciencia de su perdón. Una de estas oraciones dice:

Ahora que la entonación del canto del gallo ha dejado el silencio de la noche,
ante ti, Señor, la anciana noche da a luz al día que anuncia el canto del gallo.
Al entonar un himno matutino jubiloso, así, Señor, te alaben en el cielo;
a ti que ordenas que entren los rayos del sol para disolver la oscuridad.
Padre Todopoderoso, tuyas sólo son estas maravillas;
nosotros, al ofrecer a tu santo nombre este sacrificio matutino,
sólo podemos traer nuestro empeño en que podamos ser absueltos y huir de nuestros pecados,
que seamos dignos de ser liberados del peligro que nos amenaza. Amén.

Tanbién el Oficio Divino visigótico y mozárabe, nos habla de la luz en las vísperas: "En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, luz con paz", se dice al comienzo de las vísperas, cuando se tiene el llamado "lucernario". Esto no nos debe sorprender, pues hunde sus raices en la tradición judeocristiana: "El reconocimiento ceremonial de la necesidad de luz cuando el sol se pone goza de una larga historia en la tradición judeo-cristiana. El sábado judío comienza con la bendición de la madre: Bendito eres tú, oh Señor Dios nuestro, Rey del universo, que nos has santificado con los mandamientos y nos mandaste encender la luz del sábado" (2).
La luz coforma nuestra espiritualidad. El olvido de la celebración comunitaria de la Oración de las Horas y su adjudicación casi exclusiva a los clérigos durante siglos ha hecho que olvidemos este aspecto central de la vida cristiana, que nos vuelve a salir al encuentro en el evangelio de este domingo. Renovemos nuestros deseos de una verdadera (auténtica) vida oracional e insertémonos en la escuela de la liturgia, por medio de la celebración del Oficio Divino en su doble quicio: laudes y vísperas



(1) Recordemos la lectura evangélica del Domingo III del tiempo ordinario (Mt 4,12-23), donde se nos hablaba de la Galilea de los gentiles: "El pueblo que habitaba en las tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brillo", que a su vez cita a Is 8.
(2) G. Woolfenden, La oración diaria en la España cristiana. Estudio del oficio mozárabe, Madrid, 2003, 48.